Miércoles, 31 de mayo de 2006 | Hoy
CONTRATAPA › CARTAS
La democracia no es una cuestión de naturaleza sino de cultura. A la democracia se arriba tras una trabajosa construcción social. Porque la igualdad supone, necesita, la aceptación de la diferencia. Los amos autoritarios rechazan la diferencia a los confines de la marginalidad, hacia las esclusas de la segregación. Y siempre bajo la nominación de un ideal supremo al que todos deben arrodillarse. Vimos patéticamente imágenes del acto del miércoles 24 de los oscuros fundamentalistas gritando que eran mentira los campos de concentración. Sus rostros surcados por el paroxismo del odio certero, aun en esa linda mujer que habló en el acto. El fundamentalismo no siempre tiene la fealdad de Videla. Puede también ocultarse tras rostros bellos. Soportar la diferencia sin que por ello sobrevengan los degradados nombres del insulto racista es una práctica que no se gana de una vez para siempre. Supone que haya una ley que ordene a todos para que podamos trabajar cada uno contra nuestro propio narcisismo, que nos desalienta a aceptar al otro como diferente. Por eso es que los fundamentalistas son seres simples, aman lo mismo y odian lo heteróclito, lo que está fuera de su orden. Los nostálgicos del amo tirano suelen aparecer tras cualquier hecho social, reclamando la vuelta del viejo orden. El límite de lo que son es el “no” de los que no participamos de su añoranza.
Jorge Zanghellini
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