Sábado, 24 de junio de 2006 | Hoy
“Hay dos clases de mujeres. La mujer-objeto, que se puede manejar, manipular y abarcar con la mirada, y que es el adorno de una vida masculina. Y la mujer-paisaje. A ésta el hombre la visita, se adentra en ella y corre el peligro de perderse. La primera es vertical, horizontal la segunda. La primera es voluble, caprichosa, reivindicativa, coqueta. La otra es taciturna, obstinada, posesiva, memoriosa, soñadora”
Michel Tournier, El Rey de los Alisos.
Por Sandra Russo
¿Y cuántas clases de hombres hay? Tournier no lo dice, ni le importa. Los enigmas del género masculino recién están asomando y la respuesta a esta última pregunta sobrevendrá de alguna mujer contemporánea, observadora, seguramente una mujer-paisaje en cuyo interior se habrán perdido varios a los que ella pudo catalogar y clasificar, como una entomóloga amorosa.
El verdadero rollo de género es masculino, hoy. Hoy, que hay hombres-objeto, ¿hay también hombres-paisaje? Ellos no saben cuáles son sus atributos, no saben hasta qué punto la época los habilita a soltar sus emociones, pero sin duda nuestros varones están entusiasmadísimos soltándose, como antes las mujeres con una marca de champú. Soltate con Wellapon soltate, decía el slogan. Y lo decía porque hace veinte años las mujeres respetábamos con celo y extremo cuidado las estrategias femeninas que la cultura nos recomendaba. Ya no.
¿Y ellos qué hacen? Cuentan: hoy es miércoles, le mandé un mensaje de texto ayer, mejor espero al viernes para llamarla, pero el viernes por ahí ya tiene un programa, llamo hoy, pero no, ayer le mandé el mensaje de texto, va a pensar que estoy muerto con ella, mejor llamo el viernes y si tiene programa a otra cosa, ¿o llamo ahora?
Parece mentira que las antiguas y cuadradas mentes masculinas, que antes iban a los hechos, ahora se ahoguen en consideraciones cuyo objetivo es defenderse. A los hechos. Y dice también Tournier: “La virilidad es una noción exclusivamente femenina y que habría que analizar. La virilidad se mide por la potencia sexual, y la potencia sexual justamente consiste en diferir el acto sexual durante tanto tiempo como sea posible. Es cuestión de abnegación. Por lo tanto, este término de potencia debe entenderse en sentido aristotélico, como lo contrario del acto. (...) Es el acto prometido, nunca cumplido, indefinidamente velado, retenido, suspendido. La mujer es potencia, el hombre es acto”.
El narrador de El Rey de los Alisos es un eyaculador precoz. De ahí que sus pensamientos en relación con el acto sexual estén teñidos de su propia impotencia para retener el deseo y dar placer. Pero la impotencia es uno de los signos de esta época. Uno de los síntomas del rollo del género masculino. Les ha sido vedada la opción de fingir. Están expuestos. Deben sobrellevar la verdad con sus cuerpos, no con sus mentes, como las mujeres.
Corrillos de hembras urbanas se enfervorizan en los bares. Los hombres no están interesados en el sexo. Conclusión general. Están en otra cosa. La dialéctica de géneros los ha corrido a ese ángulo confuso en el que no se sabe si sólo los calienta aquella que no aman, o si sólo se calentarán cuando logren amar. Pero como fuere, el amor, país femenino por excelencia, ahora es el destino al que los hombres van como inmigrantes sin contrato de trabajo ni hospedaje. Y en el amor tienen miedo de perderse. Las mujeres-paisaje no rankean: sólo los ávidos y los intrépidos van allí por gusto. A los demás los lleva la corriente.
Ellos miran el Mundial. Ellas también. A ellas les da asco que los jugadores escupan sin pudor esas flemas de machos fatigados. A ellos no. Ellos ven con beneplácito esa descarga de saliva, remedo simbólico de, acaso, otro fluido masculino, y en esas imágenes recuperan otras viejas imágenes de varones pertrechados, rudos, sin grietas.
La grieta era femenina. Las mujeres venimos al mundo sexualmente agrietadas, listas para que un hombre nos complete. Pero ahora ellos tienen falta. ¿Qué les falta a estos hombres? Ellos preguntan. Quieren saber. Y esa sola pregunta indica que la grieta está ubicada en su novedosa necesidad de ser reconocidos, admirados y respetados en tanto hombres por sus mujeres. Ya no alcanza con los muchachos. Polémica en el bar pasó hace mucho tiempo. Los hombres ahora reclaman amores para siempre, garantías, seguridad afectiva, y si no lo reclaman es porque ni siquiera saben que es eso lo que desean, y siguen probando con mujeres-objeto para entrar y salir de ellas a costo-beneficio módico y manejable.
Los amores líquidos prosperan porque los amores sólidos causan terror. Es como comprarse un celular: vendértelo, te lo venden fácil. El problema llega cuando lo querés dar de baja. No alcanza con comunicarlo. Es necesario mandar una carta-documento, institucionalizar lo que alguna vez fue sólo un impulso de consumo. Tener algunas cosas es mucho más sencillo que desprenderse de ellas.
Y aquí andamos, jugando al gallito ciego, tanteando, unos y otras insatisfechos, liberados de los viejos paradigmas, y padeciendo el hueco mientras lleguen los nuevos.
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