Sábado, 24 de junio de 2006 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Susana Viau
Las confiterías de la avenida Belgrano están atestadas. Juega Brasil. El challenger es Japón. Un hombre sale del bar, se para en la vereda, mira al cielo y hace un gesto con el brazo tenso y el puño cerrado que simboliza: “¡Eso! ¡Eso!”. El tipo festeja. ¿Y qué se puede festejar aquí este jueves de junio en el que la Selección Argentina descansa? Es obvio: el gol de Japón. El país del Sol Naciente, sueña, empieza a demoler el mito de la invencibilidad de la camiseta verde y amarilla. Porque, claro, aunque Ronaldinho explique que ellos siempre van de menor a mayor, que se agrandan con el desafío, que crecen en el proceso, todos piensan que, luego de tres partidos, el supremo candidato está frito, no es el de antes, no juega a nada. Los relatores deportivos se preguntan de qué se ríe Ronaldinho si lo que se ve es un fiasco (¿en verdad, Ronaldinho se ríe o es un gesto involuntario?) y apuntan que Ronaldo está gordo, pesado, culón. Mucha fiesta, Ronaldo, mucha fiesta. Ronaldo tampoco va más. La vara con que los medios miden –o más bien pesan– los kilos del carioca es de una subjetividad que asusta. No la hubieran aplicado jamás, con esa alevosía, a Maradona o a Tevez y eso está bien. Que se ceben con Ronaldo es casi un asco. Aunque, claro, ¿por qué van a privarse si es el propio Lula el que se ha metido con la balanza del delantero? En fin, los minutos pasan y los fanáticos olfatean –y convocan– el fracaso de la gente de Parreira, el obstáculo más grande en el camino al podio. Brasil, entre tanto, hace lo de siempre y sigue jugando, sin desesperarse, sin crisparse, como si supiera de antemano cuál será el final de la película. Por fortuna, no hay que esperar tanto porque aparece la cabeza de Ronaldo, el que a los 16 años había hecho 59 goles en 57 presentaciones del Sub-17, el que a los 14 no había podido jugar en el Flamengo porque no tenía para pagar los billetes del autobús y un tiempito más tarde costaba 20 millones de dólares, el futbolista que en más oportunidades ganó el FIFA Players al mejor de todos, el que, con su selección, fue dos veces campeón del mundo, el de los matrimonios fugaces con Milene y Daniela Cicarelli, el que tuvo una grave rotura de ligamentos y convulsiones en el vestuario antes de salir a la cancha para la final del ’98. El partido sigue y Ronaldo vuelve por sus fueros, doble pared, pin, pin, media vuelta y adentro. El hijo pródigo ha regresado. Es difícil comprender que quienes dicen disfrutar del fútbol proclamen, igual que hiciera ayer un presentador de noticiero, apropiándose de un plural inconsulto: “Ahora somos todos ghaneses”. Una, que entiende poco de ese bellísimo deporte, imagina que si fuera jugador, o técnico o mago y pudiera formular un deseo, pediría a quien corresponda: que me traigan al gordito. Y, si no es un abuso, de yapa, también al de la sonrisa indescifrable.
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