Martes, 6 de marzo de 2007 | Hoy
Por Enrique Medina
Ubaldino mueve el dial. Sale de una audición de tangos y entra en un programa periodístico. Pone agua a calentar. El periodista ha iniciado un reportaje telefónico. Luego de los prolongados e innecesarios saludos fuera de lugar de: ¿cómo está usted, todo bien?... Sí, todo bien. ¿Usted, bien?... Bien, gracias... Me alegro de que esté bien... También a mí me alegra de que usted se alegre de que yo esté bien... ¡Ufa!, y empieza el reportaje. Ubaldino se pregunta qué pasaría si el reporteado no estuviera bien, si llegara a contestar, no, no estoy bien, en realidad ando como el carajo, vea usted lo que me pasa, y siguiera con un rosario de lamentaciones... Ubaldino prepara el café con leche. Enmanteca el pan y muerde. El reporteado se ha largado con un espiche de esos en los que se compendia el tema de actualidad con agregados personales que sin duda los medios escritos levantarán para el día siguiente. Pero el periodista siente cosa, se aviva de que lo quieren pasar y de que el reporteado se bandea para un terreno que a él no le interesa tratar:
–Pere, pere, peeeeere un momentito...
El político sigue embalado en lo suyo, como apurándose antes de que...
–Déeejeme hablar un poquito a mí...
Sonríe Ubaldino, el periodista se caracteriza por no dejar hablar a los reporteados salvo que le convenga; es un especialista en “a río revuelto...”.
–No. Déjeme terminar –se empaca el otro.
–No, no lo dejo terminar porque usted me está usando para zanjar disputas personales que nada tienen que ver con la pregunta que le hice.
–No es así. Usted me está utilizando. Usted ME ha llamado a MI casa...
–Pero para preguntarle...
–¡Lo que usted quiere, por supuesto!
–¡Entonces terminemos esta conversación!
Ambos cortan y la ventaja es del periodista que sigue en el aire despachándose a gusto contra el político que al menos aparecerá en algún recuadrito de los diarios que chimentan estos incidentes. Ubaldino mastica con gusto el pedazo de pan enmantecado y ahora escucha los llamados de los oyentes. Una vez llamó a contrapelo de la bajada de línea y nunca le pasaron el mensaje. En la pausa del programa, afirmando la política musical de la emisora, un craneoteco hace la inteligencia musical y lava la cabeza de los oyentes explicando pormenores asombrosos de un jazzista del pitófono muy superior a Beethoven y Mozart. Siempre jazz, nunca un chamamé, o al menos un Gillespie con Fresedo, aunque sea una vez, piensa ingenuamente Ubaldino, que siente que el día y el cuerpo le piden un cafecito más encima del desayuno.
Vuelven los mensajes de los oyentes. Una anciana recuerda un incidente parecido, y fue la vez que Cacho Fontana la llamó a Tita Merello sin advertirle que estaba en el aire y ella se despachó con un brulote escatológico quejándose de la hora en que él la llamaba, sabiendo que ella aún dormía. Un oyente de Escobar, con voz de acero inoxidable, entiende que ahora son muchos los bichos (sic) del periodismo que llaman sin avisar con la intención de hacerles pisar el palito a los despistados. Otros defienden al periodista; y un hombre de joven voz, de Caballito, comenta un suceso ocurrido en la televisión, no recuerdo la canaleta (sic) pero el reporteado, agrandado porque el desarrollo de la nota lo favorecía, quiso aprovechar la volada para restaurar a nuevo su estropeada imagen ante los televidentes y le dijo al periodista, ya sobrándolo porque el score era abultado:
–... por eso es que “usted me ha invitado” a su programa...
Y ahí se vio a la legua que el periodista ya no aguantó más el sapo que se estaba tragando y para recuperar credibilidad, le gritó:
–¡Yo no lo invité! ¡Usted está acá porque me lo encajaron de arriba!
Ja. Ubaldino saborea el cafecito bajativo. Desde Mataderos, Azucena, dama de elegante voz, pregunta: ¿Y cómo se llamaba esa chica cómica que le paró el carro al engreído que trataba de ensuciarla con disimulo sin haberle avisado que estaban en el aire?... Vea, señor periodista, y le pido disculpas, en otros tiempos lo importante de los reportajes era la opinión del reporteado, como debe ser, ¿no? Por eso y para eso se hace un reportaje. Lo inteligente del periodista era quedar en segundo plano y escuchar; hoy, la verdad, el que hace el reportaje trata de enredar al reporteado, llevándolo al discurso que le interesa al periodista y no a nosotros; y no estoy diciendo que esto le toque a usted, no, lo que pasa es que no sé por qué usted que sabe tanto de fútbol tiene un comentarista de fútbol, ¿para qué?, digo...
Ubaldino desplaza el dial y vuelve a la música de tango. Es un flaco conjunto instrumental tan modernoso, que de Piazzolla hace un perejil. Empieza el contrabajo, sigue el bandoneón con el compás y dos violines con lo que se supone la melodía, hacen un huequito y Ubaldino, como cuando era pibe, que se colaba del tranvía cuando éste al girar la esquina debía aminorar la marcha, ahora aprovecha el huequito musical y le improvisa una letra simplemente para afiatarle felicidad a su propia vida. Bien porteño, con voz de barítono orillero, aún langa, apunta el estribillo:
“Yooo te-uuuusooo...
Eééélll me-uuuusaaa...
Vosoootros nooos-usáaaiiisss
Yyy ¡¡¡YYY!!! yyy...
Túúú me-uuuusaaasss....
NosoooOOOtrooos nos-usaaAAAmosss...
Eeellooos NOS-UUUUssaaannn...
ReeeEEEeeeEEEcooonntraaauuuUUUsaaann...”
¡Chán-chán!
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