Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
Por Sandra Russo
Lo digo desde afuera: yo no sé qué es más raro, si un peronista o un gorila. Y quién nos iba a decir que en plena posmodernidad, ahora que estamos tan cool, con los índices económicos tan para arriba, con los taxistas puteando por la densidad del tránsito y las automotrices y los bancos publicitando a lo loco autos y créditos, en una elección para la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires se iba a poner en juego, nuevamente, desempolvada, aquella dicotomía nacional que interrumpieron los golpes de Estado sucesivos, sólo interrumpidos, desde el ’30, por el gobierno peronista, y medio siglo más tarde el gobierno radical de Alfonsín, con el que arrancó el pedazo de historia que estamos viviendo.
Trabajo con el lenguaje y tengo la sensación de que estoy escribiendo en una lengua infestada, sucia, manchada con el orín y la sangre de mucha gente. La lucha por el poder siempre fue primero una lucha por el lenguaje, y la derecha lo sabe. La izquierda, pobre, se unió para llamar al voto en blanco, en una nueva torpeza de mirada, diagnóstico y empatía popular, afirmando con ese llamado que Macri y Filmus son lo mismo. Les pasa lo mismo que a la Iglesia Católica: atrasan tanto que se quedan sin fieles y se van a quedar hasta sin curas.
Cuando todavía la imagen presidencial estaba muy, muy arriba, comenzó a germinar un discurso que la derecha supo usar. Pero no importa tanto que la derecha lo haya sabido usar: la derecha creó nada menos que “el ser nacional”, ese engendro hecho de palabras, imágenes, abstracciones y sentencias en nombre de las cuales se cometieron miles de crímenes. Lo raro es que, a esta altura, y viniendo de las atrocidades que venimos, ese discurso según el cual había que “impedir que Kirchner ejerciera un poder hegemónico” haya prendido en gente progre, en buena gente que pese a todo lo que no termina de soportar es el sello peronista de este gobierno, y lo que el peronismo sigue implicando no ideológicamente, porque en esa materia es la misma bolsa de gatos de siempre, sino casi diría... etnográficamente.
Una vez escribí una nota que se llamaba “Cuerpos peronistas” y no me acuerdo exactamente sobre qué era, pero recuerdo el título y vuelven a mi mente esos cuerpos viciados de tinto barato y sudor, esa debilidad por el sonido atronador de los bombos y la liberación de endorfinas cuando la marcha partidaria los hermana a todos, sobre todo porque no se bancan, y conspiran unos contra otros. Son raros los peronistas, de acuerdo. Pero más allá de la incapacidad de uno para ponerse en el lugar de un peronista, para lo cual es necesario tener un cuerpo peronista, es absurdo no alcanzar una mínima perspectiva para advertir que cualquier cambio en serio en la Argentina debe incluir al peronismo.
Los gorilas son todavía más raros. No los gorilas conservadores, porque ésos han estado siempre en contra de los negros. A mí me llaman la atención los gorilas de la progresía. Esa gente que parece que corre al peronismo por izquierda, y termina dándole de comer en la boca a la derecha. Esa gente que en su momento, por ejemplo, simpatizó con Elisa Carrió, antes de que ella misma descarriara, y se excusaba en las buenas costumbres y los buenos modales y la moral y el parto doloroso para no internarse más en su rechazo al gobierno peronista. Esa buena gente que “comprende” que una persona de bien de Barrio Norte desee ver liberada su cuadra de cartoneros, como antes de piqueteros, porque en el fondo son negros. Perdón por el énfasis, pero la lengua está tan maltratada, que hay que escribir muy claramente lo que se piensa: esta ciudad siempre tuvo una mayoría educada y arreglada y limpita, que no soporta a los negros, a los villeros, a los desamparados.
No estamos naciendo de un repollo: todas estas pobres almas que vagabundean por aquí son las víctimas de un modelo que la clase media acompañó. El corralito apareció como la burla de la historia: pero es increíble que pese a ese desastre al que llevó el modelo que sigue siendo el de Macri, esa gente privilegie su aversión al peronismo por sobre su propia suerte en la historia, que para los Macri, con sus miles y miles de despidos, está unida a la de los negros.
La derecha, bueno. Vota derecha. Pero los demás, los que tienen la suficiente sensibilidad para entender que un ser humano de Lugano tiene tanta dignidad como uno de Barrio Parque; los que pueden entender que un vendedor ambulante tiene la misma dignidad que un abogado; los que pueden entender que hay más gente que bienes, y que eso trae conflictos naturalmente, y que la calle está para circular pero también para reclamar, ¿qué están votando?
El poder hegemónico es el que manejaron ellos. A ellos les hicieron caso todos los gobiernos, militares y civiles. El poder hegemónico es algo mucho más global y siniestro que el folklore peronista que tanto rechazo les causa. Han comprado ese buzón y lo repiten. Están siendo, una vez más en la historia argentina, “idiotas útiles”, esa calificación que ellos mismos inventaron para hacerles creer, en otros tiempos, otras mentiras que ellos simularon creer para templar sus conciencias.
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