CULTURA
“Uno siempre está en las ficciones que escribe”
El escritor norteamericano Paul Auster habla de su última novela, La noche del oráculo, una historia de amor en la que sigue ejercitando su pasión por hacer entrar la ficción en la ficción.
Por José Andrés Rojo *
El autor norteamericano Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) ha escrito una nueva novela, La noche del oráculo. Una historia empuja a la siguiente. Son cajas chinas, la una incluye la otra, la prolonga o la revienta, le abre nuevas perspectivas. Ya lo hizo en otras novelas, como en El libro de las ilusiones (Anagrama, 2003), que recibió en la última Feria del Libro de Madrid el Premio al Mejor Libro del Año del Gremio de Libreros. El placer de narrar, el puro gusto por poner en escena una sucesión de episodios que se encadenan uno detrás de otro, aunque no tengan mucho que ver, aunque sólo sirvan (remotamente) al hilo conductor que arma la trama de la historia. La noche del oráculo tiene poco más de 250 páginas. “Es una de mis novelas más breves, acaso la que explora cuestiones más íntimas”, comenta el escritor en Parati, la pequeña ciudad colonial de Brasil donde se celebra estos días la segunda edición de un inusual festival literario que reúne a escritores brasileños con un puñado de autores de fama internacional. Como el propio Auster, una de las figuras de mayor peso de las que han llegado a este remoto lugar (junto a Martin Amis, junto a Ian McEwan). El domingo habló con Chico Buarque de “La novela dentro de la novela”, un terreno en el que se mueve como pez en el agua, y que lleva al paroxismo en La noche del oráculo. No hay en ella respiro. Una historia lleva a otra y ésta a otra, luego surge una que explota desde una zona marginal, existe una más que se desarrolla en las notas a pie de página, y así sucesivamente (de manera vertiginosa). Pero Auster es rotundo: “Se trata simplemente de una historia de amor. Lo que importa de verdad es lo que les sucede a Sydney y a Grace. Lo que les sucede como pareja cuando las cosas van mal, cuando tienen dificultades. El gesto más radical del amor es la capacidad de perdonar. Y de eso trata esta historia”.
–¿Por qué tanta historia dentro de otra historia? ¿Pretende acaso que el lector confunda la realidad con la ficción?
–Es muy difícil saber por qué se escribe, por qué una historia lleva a otra. Es más fácil contestar qué se hace y cómo se hacen las cosas. El porqué es siempre algo misterioso. Todas mis novelas aparecen de pronto, desde un lugar profundo e inconsciente, sin que pueda saber a qué mecanismos responden. Lo que sí es cierto es que la voluntad de contar una historia y luego otra, y después una más, responde a una actitud deliberada. Me interesa mucho lo que pasa entre una narración y otra, aunque sean diferentes y ni siquiera se toquen, aunque sean incompletas. Se genera entre ellas una especie de energía, de electricidad. Surge un campo magnético en que las distintas historias actúan una sobre otra de manera orgánica y desencadenan un cortocircuito, y las terminan por transformar.
–En La noche del oráculo se mete en el laboratorio de un escritor, da cuenta de su manera de trabajar y de sus manías. Seguramente existe mucho de Paul Auster en Sydney Orr...
–No tienen nada en común. Sydney es un personaje de ficción que nada tiene que ver conmigo. Imagínese, ¡se inspira en su propia mujer para construir el personaje femenino de su novela! Es una aberración que yo nunca cometería. Ninguno de mis personajes tiene nada que ver con persona alguna de la vida real.
–Y, sin embargo, hay cosas en el libro que recuerdan a Paul Auster...
–Uno siempre termina por estar en sus ficciones, pero de manera irreconocible. No tengo ningún afán por esconderme ni por transformarme. He escrito textos autobiográficos y ensayos, y en todos ellos hablo de mí mismo sin tapujos ni falsos pudores. En la ficción todo es ficción. Bueno, hay cosas reales. Como la noticia de una mujer que abandona a su hijo recién nacido, ya muerto, en un cubo de basura, y que recorté de una noticia de The New York Times ...
–Parte de una de las historias se inspira en un episodio de El halcón maltés, de Dashiel Hammett. Un personaje sale “un día a comer y cuando va andando por la calle una viga se desploma desde el décimo piso de un edificio en construcción y casi aterriza en su cabeza”.
–La idea vino de Wim Wenders. En 1990 se puso en contacto conmigo para decirme que le gustaría que hiciéramos una película juntos. Sugirió que trabajáramos a partir de ese personaje de Hammett. Yo redacté un montón de notas, unos quince folios. Luego no hubo dinero y la película no se hizo.
–Parece que le gustan esos personajes a los que la vida se les tuerce y se embarcan en un proceso de autodestrucción. Es lo que le ocurre a Hector Mann (de El libro de las ilusiones) y ahora al personaje que inventa su escritor de La noche del oráculo.
–Son distintos. Hector se sumerge en un proceso de autodestrucción como una forma de purificarse por haber sido cómplice de un crimen. El otro es un personaje imaginario que actúa de manera irracional, de forma compulsiva...
–Hay en sus personajes un fuerte componente moral. ¿Qué valores son los que inspiran su conducta?
–Sydney Orr quiere vivir de acuerdo con los valores en los que cree, aunque pueda pasar por momentos de debilidad. En realidad, La noche del oráculo es simplemente una historia de amor. Sydney quiere estar con Grace, y quiere acompañarla y estar a su lado, a pesar de todo. Y su capacidad de perdonarle lo que pueda haberle hecho es la expresión más grande del amor. Cuando no hay dificultades, no se puede saber cuán verdadera es la entrega de una pareja. Sydney llega a enfrentarse a lo peor, a imaginar la situación más extrema, y sigue queriendo a Grace. A veces no importan tanto los hechos y significado, sino la manera en que cada cual los vive.
–Está Hammett en su último libro y está Chateaubriand en el anterior. La literatura entra en su literatura...
–Las novelas son parte de la realidad. Son tan reales como esta mesa junto a la que estamos sentados. ¿Por qué no pueden entonces estar presentes dentro de una ficción? En los libros a los que se refiere, la presencia de Hammett o de Chateaubriand no es algo matemático, no está calculado. Pero producen vibraciones que les vienen bien a las otras historias.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.