CULTURA › LA HERENCIA CULTURAL DE LA DICTADURA EN NUESTROS DIAS
Los residuos del autoritarismo en la cultura argentina
A 29 años del golpe militar, diez intelectuales y artistas identifican las huellas de la represión en los medios y la cultura argentina. Tramas a veces sutiles del peor tatuaje.
Por Julián Gorodischer
Golpean en lo cotidiano, más ligados al silencio que al ruido, más parecidos a una falta que a una presencia. Son los ecos de la dictadura en la cultura, y se enumeran en una lista de palabras ampulosas: autocensura, silencio, descreimiento.... Pero también admiten otras más mundanas: pop prefabricado, academias de cantantes, best sellers de autoayuda como parte de un ranking que describe lo que nos rodea. Hace 29 años, un 24 de marzo del ’76, el golpe a la cultura –dicen los intelectuales y artistas consultados por Página/12– arrancaba el último hálito de una generación perdida, se llevaba la polémica –dice la escritora Liliana Heker–, el compromiso –según la cineasta Lita Stantic– e imponía las reglas de un mercado voraz que extingue las voces propias –advierte el cantante Víctor Heredia– del campo de la música y los libros. Para salirse de la efemérides como catálogo de actos, esta vez la conmemoración los implica en el presente para formular preguntas: ¿cuánto del horror sigue vigente? Muchos de los que opinan ya lo hicieron antes: Liliana Heker novelizó “la culpa” de los que se salvaron en El fin de la historia, Lita Stantic se preguntó sobre responsabilidades compartidas en la película Un muro de silencio (1993) y Manuela Fingueret exploró pérdidas insalvables en su ensayo Soberbias argentinas (Emecé, 2005). Para todos, lo que hay es la herencia directa de la tragedia y la masacre: no hay borrón y cuenta nueva.
n Liliana Heker (autora de El fin de la historia y Zona de clivaje):
“Se hizo desaparecer la polémica real. Aún cuando no se la haya vivido directamente, la dictadura fue una experiencia de muerte y horror que incide hasta en los cuentos fantásticos o intimistas en escritores como Rodrigo Fresán (que lo toma con un dejo irónico) hasta en otros que abordan el tema de manera directa como Elsa Osorio, yo misma o el propio Julio Cortázar en Segunda vez, donde se alude de modo escalofriante a la desaparición de una persona. Noto, además, una extinción de la polémica real, entendida no como intercambio de insultos o frases corrosivas. Durante la dictadura militar, ante una situación horrorosa, teníamos la obligación de coincidir en lo esencial: la defensa de los derechos humanos y la vida. Pero también generó una culpa respecto de la controversia y la discusión de ideas. Es como si fuera peligrosa la divergencia; eso da como resultado un empobrecimiento en el campo del pensamiento. Desde el siglo XIX nos caracterizamos por tener intelectuales que polemizaban, y hoy hay una pérdida de interés real sobre la obra de otro”.
n Liliana Herrero (cantante):
“Produjo diseminación artística. Hay ecos de la no diversidad nacida en la dictadura en los medios. Hay una autorreferencialidad porteña escandalosa: no existe una mirada hacia la producción artística e intelectual del interior. La idea misma del éxito está ligada a las peores exigencias del mercado y la globalización, que conducen a una estandarización del oído: es la imposibilidad de escuchar otra cosa. Lo que hay en los medios es una música estandarizada, llena de lugares comunes, de formulaciones musicales ya sabidas y conocidas. En los realities de cantantes se agrega un componente peor: influye la idea del éxito, en el grado sumo de la publicitación, generando un escándalo cultural. Desde el ’76, las formas masivas de la difusión vienen empaquetadas y uno ya sabe dónde se va a resolver el acorde. Y también mencionaría a los premios: son una forma autorreferencial de la prensa que influye sobre la cultura y se rige por lo ya conocido. La TV premia lo que ya difundió y aprobó antes”.
n Carmen Guarini (directora de Hijos: el alma en dos):
“Esto es una lucha por instalar memorias. Observo resistencias actuales que vienen de lejos, como en el caso de la Retrospectiva de León Ferrari. Sigue vivo el rechazo a ciertas expresiones artísticas de parte del pensamiento conservador en nuestro país. Se ven reacciones frente a espacios de libertad, que pueden surgir en la plástica, de parte de un sector fuertemente ligado a la Iglesia Católica. Siempre son los mismos, y estos grupos siguen muy vivosy quieren imponer su forma de mirar. Pero con casos como el de Ferrari se manifiesta también la salud de cierto sector de la población que sale a repudiar de manera tajante ese tipo de autoritarismo. El objetivo se cumplió ampliamente, aunque el artista haya decidido terminar antes de tiempo. Hay muchos focos de resistencia, y esto es una lucha por instalar memorias. Aun sin juicios, y con cárcel de privilegio para los represores, nunca termina el acto de resistir”.
n León Ferrari (artista plástico):
“El antisemitismo remite a la dictadura. En general no se dice lo suficiente que tuvimos un obispo castrense que, además de ser golpista, es antisemita. Las fuerzas armadas están aconsejadas por ese tipo de obispos y capellanes. Pero el campo cultural reacciona. En mi caso, la Iglesia pretendió atacar la muestra, pero en realidad la favoreció: colaboró con las obras al ilustrarlas. La Iglesia fue intolerante, y con esa actitud demostró lo que mi muestra denunciaba. Lo que me remite a la dictadura es una presencia como la de Baseotto, su antisemitismo, la intolerancia de la institución. La Iglesia pretende continuar cogobernando como lo hacía con la dictadura, en un país en el que gozamos de la democracia sólo los que comemos”.
n Virginia Innocenti (actriz y cantante):
“Autores y canales se cuidan para no irritar. En las temáticas de los programas de TV, hasta en los casos más comprometidos, no se aborda la cuestión de la dictadura. Es un acuerdo tácito para hablar con libertad de la delincuencia pero sólo de los civiles. Es muy raro que la tele hable de la casta eclesiástica o militar: todavía no somos un pueblo con mucha amplitud y los autores y los canales son cuidadosos para no irritar a sectores que pueden influenciar en la venta de publicidad. Yo a veces propongo cosas, pero recibo como respuesta: Mejor no nos metamos con tal o cual cosa. Tengo una miniserie escrita que tiene que ver con una historia de amor cruzada con consecuencias del pasado autoritario: la protagonista es hija de una madre desaparecida. Pero en la televisión no tienen cabida los proyectos románticos, ni los testimoniales. Ni ideales nobles, ni gente dispuesta a jugarse por lo que cree o piensa. La TV sólo apunta a entretener”.
n Manuela Fingueret (escritora, autora de Soberbias argentinas):
“Se creó una moral de la amoralidad. Creo que durante los diez años del menemismo se abrochó en democracia lo que la dictadura inoculó. En términos culturales no hubo grandes cambios desde los ’70 hasta nuestros días. No hay un concepto de cultura vinculado a lo educativo, pensando un país de una manera parecida a como lo pudo pensar Sarmiento. También el periodismo, a partir de la dictadura, ha entrado en una decadencia notable: tenemos pocas voces independientes, y el nivel de lo que se escribe, y cómo se escribe e investiga, es –salvo excepciones– lamentable. Sobre el rol de los intelectuales: no puedo generalizar pero muchos de ellos, aun aquellos que dictan cátedra de ética, luego integran jurados espurios, venden el alma por un viaje o se desesperan por un espacio en algún medio. No lo interpreto como actitudes personales. Es una moral de la amoralidad que se fue creando durante la dictadura”.
n Víctor Heredia (cantante): “Seguimos marcados. Y lo vamos a estar por mucho tiempo. Un suceso de tamaña gravedad hiere muy profundamente a una sociedad, y lo veo en la memoria que recrudece frente a actitudes como la del cura Baseotto y otros gestos autoritarios de la Iglesia. Eso me llena de tribulaciones: uno siente que está siempre expuesto. Pero la música siempre fue para mí una zona de liberación: aun con la censura pude escribir Informe de la situación o Todavía cantamos. En cambio, los medios que sirven como soporte a la música, la TV y las radios nos han cerrado sus puertas a determinadas propuestas. No hay canales para mostrar nuestra música, las radios dicen que no somos del target o que somos demasiado viejos. Y es una herencia indudable de una forma de manejar económicamente los medios de comunicación que se originó en el ’76”.
n Lita Stantic (cineasta, productora): “Los chicos no quieren tener compromiso político. Siento que el cine joven, aun el que no esdirectamente político, está directamente influido por ecos de la dictadura. Estos jóvenes fueron niños o adolescentes en esa época: el cine de Lucrecia Martel está marcado aunque no trate el tema. ¿Dónde se ve? En una visión dura de lo real, en un humor especial y en el descreimiento sobre la clase media alta argentina, a la que se le sospecha una complicidad. Hay películas que hacen referencia forzada a la dictadura, pero otras no aluden directamente e igualmente mantienen ese eco en la mirada descreída, escéptica que da el haber vivido en la Argentina de ese momento. Los nuevos directores no quieren tener compromiso y sienten rechazo a ligar sus historias a lo político. Pablo Trapero, cuando es preguntado por Mundo Grúa, niega estar hablando del Estado que nos dejó el menemismo. Nunca se refieren a la política como un reflejo de una situación social pero, pese a su negación en el plano de las intenciones, artísticamente sí lo están haciendo. Y eso los hace más ricos.