DEPORTES › SOLEDAD SILVEYRA Y EL EXITO DE “AMOR EN CUSTODIA”
“Esto es algo reivindicatorio”
Junto a Osvaldo Laport, la actriz pone el cuerpo en una historia de amor maduro: “A mi generación también le pasan cosas”.
Por Emanuel Respighi
Una sensual mujer disfruta de un baño de inmersión, mientras enjabona su cuerpo que apenas se cubre por la espesa espuma que se amontona sobre la superficie de la bañera. A un costado, sin que la rubia mujer lo perciba, un hombre la espía por la rendija de la puerta entreabierta. Por la manera en que lo hace, el voyeur –visiblemente transpirado– pareciera no observarla: más bien la penetra con una mirada intensa, que acecha, que insinúa mucho más de lo que se ve en pantalla. La escena, cargada de erotismo, no es muy distinta a la que se puede ver en cualquiera de las ficciones televisivas, sólo que tiene un detalle que la carga de un nuevo sentido: el juego de miradas y roces no se da entre adolescentes o jóvenes carilindos, sino entre una pareja protagónica madura. En Amor en custodia (lunes a viernes a las 13, por Telefé), Soledad Silveyra (53 años) y Osvaldo Laport (48) redefinen el target y lanzan la sentencia a los cuatro vientos: el amor y el erotismo televisivo no es exclusividad de los jóvenes.
Aun cuando Amor en custodia no escapa nunca a las rigideces del género (dos personas que se ven imposibilitados de consumar su amor por cuestiones externas a su sentimiento), hay en la telenovela del mediodía de Telefé una apuesta fuerte y jugada, al apostar con total naturalidad por una historia en la que los protagonistas enamorados superan largamente los cuarenta. Amparados en la buena química que tuvieron en los dos años que duró Campeones –donde Solita interpretaba a Clarita y Laport a Guevara–, la telenovela les devuelve a los cincuentones el lugar que alguna vez tuvieron en la TV, permitiéndose jugar sutilmente con la sensualidad y el erotismo, pese al horario en que se emite el programa. Una apuesta que, si bien no es nueva porque los galanes maduros también fueron parte de otra época, modifica la manera en que la relación entre señoras y señores se materializa en pantalla. “Que la novela esté protagonizada por una pareja madura me parece reivindicatorio”, dispara Solita a Página/12, en un alto de una jornada de 12 horas de grabación.
–¿Por qué le parece reivindicatorio una telenovela en la que el amor les pasa a personas maduras?
–La telenovela me parece reivindicatoria no sólo para Osvaldo y para mí (risas), sino también para toda una generación, que también tiene historias de amor. Para la TV, pareciera ser que después de los cuarenta y cinco años el amor es sólo para los hijos y los nietos. Generalmente, se da que los protagonistas del amor son los jóvenes, pero creo que a mi generación les pasan historias concretas relacionadas con el amor. Creo que esta apertura etaria puede ser uno de los motivos que explica el éxito de Amor en custodia.
–La telenovela promedia los 20 puntos de rating. ¿Qué cambios hubo en la sociedad argentina para que el televidente se vea atraído por una pareja protagónica madura?
–Creo que, igualmente, ha habido otros ejemplos de novelas con galanes maduros. Me acuerdo, cuando era chica, que Atilio Marinelli tenía más de 50 y seguía siendo un galán, o la misma Marcela López Rey, que hizo tantas novelas con Alberto Migré. En todas las épocas, de alguna manera, hubo alguna reivindicación. Creo que la telenovela es un género que históricamente reivindicó muchas causas perdidas, a partir de las temáticas que se tratan detrás de las historias de amor. El tema es que, es cierto, en los últimos tiempos la TV trataba esas historias de amor de un modo muy distinto a cuando los menores de cuarenta se enamoraban.
–En Amor en custodia los límites permitidos a los cincuentones en materia sexual se estiran un poco más de lo habitual.
–Acá vamos un paso más allá, tiene otro grado de sensualidad, pero no creo que sea producto de un cambio social, sino por la misma rueda que va girando. Como nuestra carrera: un día estás arriba, otro abajo y otro al costado, un día no tenés y otros días sí. En realidad, lo que tiene la carrera actoral es que uno aprende todos los estados: desde el mate ybizcochito al sushi, según como venga el mes. La inestabilidad de los actores nos da un entrenamiento en la vida muy interesante.
–En el medio se dice que el segundo trabajo del actor es el de ser desocupado. Y existe también quien piensa que, en realidad, es el primero.
–Mis ahijados, mis hijos y mi familia pueden entender cómo, al llegar al final de un trabajo, entro en un estado de desesperación. Primero, porque no tengo herencia alguna; segundo, porque mis ahorros después de 2001 han disminuido en una tercera parte. Entro en un estado de desesperación que nadie comprende. En el imaginario se cree que la vida de los actores es fantástica, pero se sufre mucho. Y uno sufre de verdad, no se hace el llorón.
–¿Pero cuánto hay en ese sufrimiento de la vanidad actoral por estar frente a cámara constantemente, y cuánto de la faceta económica?
–En este caso me pasa por lo económico. Siento que, a lo largo de mi carrera, el ego lo he trabajado bastante bien. La vanidad ha ocupado un cajón más abajo. No digo que no esté, porque hay que trabajarla a diario, pero ha quedado relegada. Aprendí que lo interesante es de adentro para afuera y no de afuera para adentro, que hay que formarse desde el estudio, desde lo afectivo, desde lo laboral, de la humildad... Así como hubo un momento que nadie me sacaba la capelina para las tapas de las revistas, ahora me pedís hacer una tapa y la rechazo inmediatamente. El tiempo enseña a que, en realidad, uno no necesita las tapas de las revistas. A esta altura de mi vida y mi carrera, yo no voy a ser más o menos por una tapa de Gente.