CULTURA
Leer y mirar figuritas
A diferencia de muchos de sus camaradas, Art Spiegelman es un hombre de intereses múltiples que van mucho más allá de la disciplina artística que ha elegido utilizar para expresarse. Además de la preocupación plástica a secas, como lector se reconoce discípulo de Kafka, lo deslumbró Faulkner, disfruta la técnica y los ambientes de Hammett, Chandler o Cain y las sutilezas de Nabokov y Gertrude Stein. Además, docente, crítico y editor de vanguardia, nunca ha dejado de reflexionar sobre su trabajo. Admirador sobre todo de los grandes creadores de la etapa fundacional del comic norteamericano, que reunían “convicción e inocencia”, considera que la grandeza del medio fue obra sobre todo de notables narradores. Con el Krazy Kat de Herriman, Lyonel Feininger, el Little Nemo de Winsor McCoy o la obra de Cliff Sterrett, Spiegelman reivindica a artistas que inventaron una forma original de contar más allá de ser (o no) buenos ilustradores ortodoxos. Así, preferirá el Dick Tracy de Chester Gould a todo el clasicismo convencional de Alex Raymond y Al Foster; a Muñoz y Tardi por sobre los superhéroes, y nada le impedirá rendirse ante la perfección narrativa de las historias de patos de Carl Barks o los episodios de Little Lulu.