Martes, 5 de octubre de 2010 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Diego Bonadeo
Con la cínica consigna –más del mundo de la farándula que del mundo del arte– “el espectáculo debe continuar”, se han cometido innumerables tropelías. Si de fútbol se trata, pariente cercano de la falacia encomillada, y referida a los árbitros, aparece sin pudor aquella de “es un referí ideal para partidos calientes porque tiene fama de ‘sacador’”. Como si la justicia deportiva pasara casi inexorablemente por mirar para otro lado “por el bien del espectáculo y por respeto a los que pagaron su entrada”. Como si terminar con quienes hacen de la violencia en el juego una constante fuese irrespetuoso para quienes vamos a la cancha.
El problema es que, muchas veces, el no infractor, la víctima de la violencia, el lastimado, incluso el literalmente quebrado, por esa estúpida cuestión de los supuestos “códigos”, se vuelve casi en un cómplice del victimario. Lo que hace que, muchas veces, quien infringe justifique lo injustificable.
Además de protagonizar aquella plancha descalificadora contra la humanidad de Xabi Alonso en la final del último Mundial que el filibustero puesto a referí John Webb, de nacionalidad británico, pasó vergonzosamente por alto, el holandés Nigel De Jong, jugando y golpeando para el Manchester City, reincidió en su condición de inadaptado. El domingo le ocasionó una doble fractura al francés Hatem Ben Arfa, del Newcastle United, una falta tan violenta a punto tal que el seleccionador Bert van Marwijk lo descartó para integrar el equipo de Holanda en los próximos partidos por las Eliminatorias de la Eurocopa contra Moldavia y Suecia: “Le dije al jugador que no tenía otra opción”, señaló.
Sin embargo, y si se recuerda hasta qué punto los holandeses se dedicaron a golpear más que a jugar en la final sudafricana contra España, debe entenderse que De Jong fue desafectado no como medida “higiénica” sino para evitar que el equipo holandés vaya a quedarse con diez.
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