Jueves, 5 de mayo de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Rubén J. Rossi *
“Debemos volver a aprender lo que los modernos nos aconsejaron que debíamos desaprender por antiguos.” (Dante Panzeri, El Gráfico, 13 de junio de 1962.)
Percibo cada día con mayor preocupación que en el mundo del fútbol todo lo que pareciera ser útil, eficaz, debe ser elogiado, admitido, aplaudido... Un perfecto canalla que utiliza cualquier medio para lograr sus fines pasa a ser endiosado si los consigue por haber desplegado un sistema útil. Importa sobre todo el objetivo, el resultado y no la forma, el método, el medio con el cual se consigue.
El fútbol como parte importante de la cultura de nuestras sociedades modernas tiene un nuevo culto, una nueva superstición: lo útil. Todo lo que resulta útil debe ser aprobado, aceptado, no se lo puede cuestionar desde ningún aspecto, salvo que se brinden argumentos que demuestren acabadamente su inutilidad.
Por ejemplo, la pena de muerte es descalificada juzgando, por ejemplo, que su aplicación en los Estados Unidos no ha propiciado el retroceso del crimen; es decir, que sólo se la cuestiona por su ineficacia y no por valores y principios éticos y morales que deberían respetarse. Lo mismo sucede con la violencia: ¿quién no ha oído hablar de “la inútil utilización de la violencia”, invalidándola, cuando sabemos que la violencia es terriblemente útil para el que la ejerce? Para sojuzgar, la violencia es sumamente útil, porque no hay otra manera de conseguir esos objetivos y precisamente por eso está prohibida.
El fútbol, como la vida actual, está poblado de cosas útiles pero absolutamente rechazables, deplorables, miserables... Pero si sirven para ganar, todo está bien. Si es útil y no te pillan, no pasa nada; el entrenador saca patente de vivo y estudioso por estos chanchullos que nunca hicieron grande a ningún equipo, mucho menos a una institución deportiva.
En el partido de ida de la semifinal de la Champions League, lo del Real Madrid fue vergonzoso, bochornoso, obsceno, pero se lo habrían perdonado si el resultado hubiera sido favorable. De Real ya no le queda nada a este Madrid que pertenecía a la monarquía del deporte más popular por el juego que siempre desplegó cuando conquistó sus máximos logros deportivos.
El gran Alfredo Di Stéfano, ganador nada menos que de cinco copas de Europa aplastando con un fútbol soberbio a sus ocasionales rivales, debe haber escondido su rostro tras sus gastadas manos, no queriendo mirar a ese fantasma blanco que tanto miedo les producía a los adversarios en su época, asustado y temeroso de este vampiro azulgrana que le succionó hasta la última gota de audacia utilizando lo más viejo que tiene este juego: la pelota.
Podrá pensarse que estoy dramatizando más de la cuenta, que en definitiva no es tan malo meterse bien atrás de local en un partido que dura 180 minutos... ¡Para nada! El banco de suplentes merengue era de una calidad ofensiva obscena para los tiempos que corren, y sin utilizarlo se escupió en la propia Casa Blanca la cara del pueblo madridista, traicionando la cuna, y eso sí que es algo que no tiene “ley de obediencia debida” que lo avale.
El valor no se puede fingir; es una capacidad que soslaya a la hipocresía y en este caso la valentía para jugar de protagonista no fue la excepción. En fútbol nada se define antes de jugar los partidos salvo la intención y en este sentido la intención de José Mourinho fue la de un general que, huyendo, trata de servir para otra guerra...
El partido de vuelta fue más de lo mismo. La naturalidad del Barcelona para dominar el juego desde la posesión de la pelota y el Real Madrid intentando cortar, de todas las formas posibles, esas redes invisibles que tejen los jugadores del Barça por medio de pases y más pases. El Madrid hacía lo que podía, como podía y cuando le salía, para recuperar la pelota, sin comprender que los partidos no se ganan por recuperarla, sino por saberla administrarla.
El conocimiento y la acción son los dos principales anticuerpos contra el miedo; el Barça ya se sabe que está inoculado; el Madrid, en cambio, sufre de esa enfermedad que le transmitió su propio entrenador. Creyendo en la superstición que sí fue útil para ganarle al Barcelona con el Inter, un año atrás, hasta una enfermedad puede ser tenida por virtuosa.
* Campeón mundial juvenil en 1979, entrenador de inferiores en Colón de Santa Fe.
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