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En Río de Janeiro

De golpe entran en estampida en el centro de prensa. Son cien, cientocincuenta, tal vez más. No son anarquistas, no son grupos de choque, no son de ninguno de los movimientos que se oponen a la realización de la Copa; son chilenos de camiseta roja que se oponen a la idea de quedarse afuera de la fiesta que imaginan se va a producir en el Maracaná, una hora más tarde. Cruzan un vallado metálico, desbordan a la guardia, gambetean los controles y entran en la carrera a lo que suponen un acceso directo al estadio. Error. No pueden tomar por asalto la Bastilla, ni el Moncada, ni las escaleras para trepar hasta las tribunas. Y quedan atrapados en el centro de prensa. Caen mesas, sillas, plasmas, corren los colados, los policías, los controles, los camarógrafos, el caos total. El callejón que parecen encontrar no tiene salida y la policía los domina y los hace sentar en el piso mientras suenan las sirenas. La escena surrealista se amplifica en el medio del centro de prensa. Uno de los invasores es rodeado no por la policía, sino por las cámaras de la televisión, los micrófonos y los grabadores.

–¿Cómo fue?

–No tenemos entrada y en el estadio hay mucho lugar. No nos dejaron alternativas, tuvimos que entrar a la fuerza. Plata para pagar entradas tenemos, no somos violentos, simplemente queríamos entrar.

Sin credencial, el hombre, de unos 35 años y dice llamarse Milton Roldán, no tiene mucho futuro en este lugar. Un colega le sugiere que busque una salida. Dice que sí, pero encandilado por las luces continúa dando notas. Hasta que lo descubren y lo mandan al rincón donde se amontonan los otros apresados. Un rato más tarde, la FIFA emite un comunicado dando cuenta de los hechos: “Pelo menos 85 invasores foram detenidos de acordo como a policía militar”.