Jueves, 24 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Pablo Vignone
Asegura Julio Grondona: “No hay Plan B para la Selección Argentina”. Quizás lo dice para presionar a Alejandro Sabella a que se resigne a la continuidad. Quizás es cierto. Acaso no hay Plan B. Eso es menos terrible que el hecho de que, ni siquiera, existe un Plan A.
Se supone que cuando Grondona señala la escasez de un plan alternativo, en realidad está confirmando la ausencia de una alternativa. Para la AFA no existen los planes, sólo los nombres ocasionales relacionados con el éxito más o menos reciente. ¿Planes? ¿Qué tiene que ver eso con la AFA?
Es curioso: a la Selección se la fue colmando de elogios a medida que superaba fases en la Copa del Mundo porque sus individualidades comenzaban a funcionar, especialmente en defensa, como un equipo. En conjunto. Eso es, precisamente, lo que no sucede con los dueños de la Selección, los dirigentes. Nunca podrá haber equipo, una idea horizontal de funcionamiento, en una estructura de decisiones extremadamente vertical.
Una organización aceitada supera en eficiencia a la voluntad individual, por más poderosa que ésta sea. Un plan no depende de los hombres que lo llevan a cabo: los trasciende. ¿Qué quedaría del poder de los Grondona si no polvo residual si todo estuviera escrito, si existieran manuales, tomos y tomos, de procedimiento, para cada situación? La Selección es un caso testigo.
El apuro es funcional: Alemania y Brasil, los próximos rivales de la Argentina, ya tienen técnico. Uno, coherente; el otro, inexplicable. Pero lo tienen. Y –como escribimos aquí la semana pasada– lo urgente en el fútbol argentino siempre tapa lo importante. No hay Plan B, ni A, sino premura para mandar un equipo a Düsseldorf y Beijing y recaudar en consecuencia. ¿El Mundial? Queda lejísimo. Para el 8 de junio de 2018 restan, exactamente, 1415 días.
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