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Rocha, el embajador que la pelota dejó en Grecia

Amigo de Bielsa desde las inferiores en Newell’s, Boca lo vendió al Panathinaikos y vive en Atenas desde hace casi 25 años.

Por Sebastián Fest
Desde Atenas

Lo llaman “el embajador”. Después de vivir 24 años en Grecia, ningún representante diplomático argentino puede competir con el carisma y el peso que tiene en Grecia Juan Ramón Rocha, un ex futbolista de Newell’s y Boca que se convirtió en uno de los máximos ídolos de la historia del Panathinaikos. “Y... la gente me quiere”, explica cuando se le menciona que no hay griego ni argentino en la ciudad olímpica que hable mal de él.
Rocha es una institución en el fútbol griego, el adelantado de una tendencia que está poblando ahora de argentinos un fútbol siempre duro como el helénico, ahora campeón de Europa. Amigo íntimo de Marcelo Bielsa, asegura: “Me inscribí como voluntario para los Juegos. Quiero ayudar. Y le mandé una carta a Julio Grondona para decirle que quiero servirle de guía a la Selección”.
Muy diferente a aquellos días finales de 1979, cuando Rocha dejó definitivamente la Argentina para probar fortuna en Grecia. Correntino de Santo Tomé, compañero de Jorge Valdano y Bielsa en los equipos juveniles de Newell’s dirigidos por Jorge Griffa, el delantero se había probado durante seis meses de 1975 en el Panathinaikos. Volvió a Newell’s hasta 1978 para jugar luego en el Junior de Barranquilla, la temporada siguiente en Boca y luego diez años, hasta 1989, en el Panathinaikos.
De sus años en Argentina recuerda muchas cosas. Una de ellas, que Alberto J. Armando, entonces presidente de Boca, le repetía una y otra vez el gran negocio que había hecho comprándolo. “Armando pagó 70.000 dólares por mi pase, y menos de un año después me vendía en 2,5 millones”, recuerda. El sorprendente título con Newell’s en 1974 es otro de sus recuerdos, aunque sin dudas la frustración de la Selección es el que más pesa. “Llegué a jugar 12 partidos. Veintiséis años después, sigo pensando que yo podía estar en ese equipo. Eso me mató, tan mal estaba que Newell’s me regaló al Junior, porque había perdido las esperanzas en mí”, agrega.
Pero llegó la recuperación en Colombia, y luego Grecia, un país que cambiaría su vida. Como jugador ganó tres ligas y siete copas de Grecia, y como entrenador dos ligas, una supercopa y tres copas. El momento cumbre llegó en 1996, cuando el Panathinaikos rozó la final de la Copa de Europa. Tras derrotar al Ajax 1-0 en Amsterdam, el equipo griego cayó 3-0 en Atenas. Los buenos tiempos son un recuerdo lejano para el Panathinaikos, ya que sus archirrivales del Olimpiakos ganaron las últimas siete ligas. “Me piden que vuelva, pero tendrían que darse muchas condiciones”, dice Rocha, que detesta la violencia endémica del fútbol griego, un fútbol en el que sin embargo se ganó el respeto de todos los hinchas gracias a su inusual actitud durante un clásico Panathinaikos-Olimpiakos.
“Fue en 1986, jugábamos ante 80.000 personas. Me sacaron la segunda tarjeta amarilla, y entonces caminé hacia el árbitro, que se asustó pensando que algo le iba a hacer. Lo felicité y le dije que tenía razón. Le di la mano y mis deseos de que terminara de la mejor manera el partido. El estadio se quedó mudo, y a la noche el ministro de Cultura me mandó un telegrama de felicitación.”
Aunque los ministros griegos no siempre lo vieron con buenos ojos. Para transferirlo en 1979, el Pana- thinaikos le inventó a Rocha un segundo apellido griego, Boublis. Así figura en su cédula y pasaporte griegos, pero en aquellos años, cuando se descubrió el engaño, el ministro de Deportes lo suspendió por nueve meses. “Lo más gracioso es que cuatro años después el gobierno griego me dio la nacionalidad por buena conducta. Una vez dije que me sentía griego. Pero me equivoqué. Cuando vi el 4-0 de Argentina a Grecia en Estados Unidos ’94 comprendí que sigo siendo argentino. Y si veo la bandera, me emociono.”
Casado con una correntina como él, Rocha tiene una hija nacida en Colombia y un hijo nacido en la Argentina. Todos siguen hablando en español y la señal de Telefé es habitual en el televisor familiar. Para combatir la nostalgia, convierte su auto en un chamamé sobre cuatro ruedas. “Los Fronterizos, los Tucu-Tucu, los Cantores del Alba... También escucho a Los de Imaguaré. Voy manejando por Atenas y se me hace que estoy en Corrientes”, dice con mirada brillante. Tanto influye el chamamé en Rocha que con su esposa e hijos sigue usando palabras en guaraní. “Eso sí, cuando pongo chamamé en el auto me quieren matar todos.”
Nunca olvida alimentar a los 60 perros que tiene. “Todos con nombres de jugadores. Pelé es un gran danés negro, y Maradona uno con rulos. Todos tienen nombres latinos, no hay Franz ni Johann, que son unos pechos fríos.”

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