Martes, 13 de junio de 2006 | Hoy
Por Juan Sasturain
Desde la casa
Entre intelectuales y/o opinadores todoterreno hoy el fútbol es tema y está de moda hablar de él. La cuestión oscila entre la sinceridad (reconocer lo que es y (me) pasa) y el esnobismo (decir lo que se espera o se usa hoy). Son los medios masivos dueños del negocio los que dan la impresión de que ahora las cosas (los juicios, la atención) cambiaron respecto del balompié. No creo demasiado en eso. Siempre a la gente que escribía o trabajaba pensando le gustaba, como a la mayoría de los varones de este país, ir a la cancha o escuchar los partidos, era hincha de algún equipo y leía los diarios los lunes empezando por Deportes. Sólo que no hablaba, no escribía de eso; pero tampoco lo hacía de sus intimidades en la cama o de sus sentimientos hacia su mamá. El tema futbolero pertenecía a esa zona incorrecta, no controlada, ideológicamente vidriosa.
Por izquierda, el deporte, especialmente el fútbol profesional, fue ortodoxamente considerado alienación de masas, sustituto de la religión, distracción perversa de la tarea histórica de adquirir conciencia de clase y hacer la revolución. Y por derecha, fue siempre una masiva “cosa de negros”, pasiones, descontrol, berretada. Ambas lecturas del fenómeno, con matices, coincidían en su acusación de irracionalismo. Ese fue el lugar común de la crítica biempensante que lamentaba la falta de conciencia, de educación, de esas incómodas mayorías y sus no menos incómodos ídolos/líderes, siempre tan poco modélicos. Al hablar de fútbol se hablaba también de política, claro.
La cosa empezó a cambiar desde fines de los ’60 y durante los primeros ’70, y fue paralela a las convulsiones/conversiones políticas de entonces. En lo académico, un concepto antropológica de la cultura implicó el reconocimiento de las formas de “la cultura popular”, de los saberes empíricos, el fútbol incluido. Pero al mismo tiempo surge la teoría de la dependencia (explicativa del atraso y la injusticia sociales) con su alevosa crítica a los instrumentos de dominación ideológica del imperio, sobre todo a los medios masivos, privilegiados vehículos alienadores, y se contrapone la cultura popular auténtica a la cultura masiva, encarnada en la perversa televisión. Así, el fútbol va a quedar –una vez y cada vez más– en el centro de la tormenta, sobre todo en las últimas décadas, como fenómeno típico de la globalización mediática.
Creo que hoy, por eso mismo, a muchos críticos apocalípticos los medios les impiden ver el fútbol.
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