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DIARIO DE VIAJE

Por A. G.

Leipzig es la única sede de las doce mundialistas que perteneció a Alemania Oriental. Y aunque ya pasaron 17 años de la reunificación, en algunos aspectos todavía se notan las diferencias, sobre todo en el descuido de los edificios no tan céntricos o en las figuritas de policías en las luces de los semáforos peatonales. Pero caminando sus calles también se pueden derribar algunos mitos. Junto con Panno y Chicho Chisleanschi, periodista argentino radicado en España, nos sentamos en un restaurante de comida española, a la vuelta de la Nikolaikirche, una imponente iglesia a tres cuadras de la estación central. Como se acostumbra en algunos lugares por aquí, nos toca compartir una enorme mesa redonda con una pareja de alemanes. Klaus, de alrededor de unos 50 años, nació en el Oeste. Anke, unos años menor, en el Este. Ahora viven juntos en un pueblito de 500 habitantes a 15 kilómetros de Leipzig. Y entonces el diálogo pasa por sus vivencias previas a la caída del Muro. “No todo era tan malo como lo cuentan”, arranca la mujer, confirmando una frase que ya había adelantado Petra, la gerenta del hotel Alpha de Nuremberg, también oriunda de Leipzig. “Muchas cosas se han mejorado, pero en otras estamos mucho peor”, cuenta Anke, que empieza remarcando que el sistema de salud –casualmente uno de los temas centrales de los diarios en la discusión política de Angela Merkel con la oposición– era mejor en la antigua Alemania Democrática. El otro aspecto que remarcan a dúo es la desocupación, que confirman que ahora está por encima del 10 por ciento. “Antes era obligatorio trabajar, ahora trabaja el que puede o el que necesita dinero”, señala la mujer. Y su marido agrega una cuestión que la reunificación no pudo solucionar, que es la discriminación laboral. “Por un mismo trabajo, puede haber una diferencia de entre el 5 y el 8 por ciento entre una persona nacida en el Oeste y una proveniente del Este”, asegura Klaus. Y ponen de ejemplo a la película Good bye Lenin, como una buena pintura de lo que se vivía por aquellos años. “Pero la película era aburrida, él se durmió”, larga la carcajada Anke. La charla siguió distendida hasta que le mostramos un folleto que nos habían entregado en Hannover, en el que explicaba que los extranjeros, sobre todo los africanos, debían tener muchísimo cuidado si se trasladaban a Alemania del Este, por el peligro de sufrir ataques racistas. Incluso daba algunas pautas de cómo actuar en caso de algún inconveniente con grupos neonazis. “Es una exageración. Las posibilidades de un ataque son las mismas en Leipzig, en Berlín o en Hamburgo”, dice Klaus. “Es verdad, todo lo que pasa en el Este se exagera. Los periodistas lo exageran todo”, agrega Anke. Panno, con su mejor cara de poker, asiente convencido: “Sí, los periodistas exageran todo”.

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