Martes, 4 de julio de 2006 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Adriana Meyer
Juro que lo intenté, pero nunca pude mirar un partido entero. En estos días me he sentido víctima de una suerte de “inquisición futbolera” que intentó convencerme de lo maravillosa que es esa pasión, de que me estaba perdiendo algo esencial de la vida, que era poco argentina... Casi me mandan a revisar la cuestión con el psicólogo. Admito que para parecer menos marciana he deslizado algún comentario que evidenciaba mis rudimentarios conocimientos del masivo entretenimiento, al que mis compañeros de trabajo no tardaron en adjudicar a las influencias de mi actual pareja. Por eso preferí sincerar mi ignorancia preguntando una vez (créanme, sólo para provocar aunque en realidad no tenía la menor idea) si Ronaldinho es el hijo de Ronaldo. (Lector fanático, por favor, no se espante, siga leyendo.) En definitiva, ¿qué pretenden? ¿Que finja que me engancho con esa fiebre haciendo patéticos comentarios sobre las piernas o las colas de los jugadores? Sin embargo, reconozco que fui falsa cuando dije que no veía los partidos por cábala, porque no vi ninguno y nos estaba yendo bien. Me importa muy poco el resultado.
Resignada, me dispuse a aguantar al omnipresente fútbol. No fue posible tomar café en bar alguno. O peor, haber pedido el almuerzo y en medio de su degustación sentir que la socarrona e insoportable voz de Araujo bloquea lo que queda de la digestión (si al menos sintonizaran a Víctor Hugo). Soy consciente de que pocos comprenden lo molesto que es ese ruido de fondo de cancha, como una especie de tormenta con viento huracanado. Y lo peor es que (aún) está ¡por todas partes! Aclaro, por las dudas, que no me alegró la de-rrota, magnificada cual catástrofe natural. Pero al menos bajó la fiebre y volvió la temperatura normal del ser nacional.
En mi casa nunca hubo fútbol y no he tenido compañeros que fue-ran fanáticos por este deporte que todo lo invade cada cuatro años. Las pocas veces que mi tío me llevó de chica al Monumental no fueron suficientes. ¡Qué amarga!, me han dicho. No, señor, aunque ahora practico deportes individuales supe brillar en mi infancia en el handball y el voley, sobre todo en la playa. Hagan ustedes un poco de autocrítica y revisen su ciega intolerancia hacia esta minoría que quedó ¡hastiada del Mundial!
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