Domingo, 31 de enero de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Carlos Abalo *
La actual discusión sobre el Fondo del Bicentenario para garantizar el pago de la deuda involucra la de la ilegitimidad de una parte de ella y la de la independencia del Banco Central.
Desde los años setenta en la Argentina y en el mundo predominaron las operaciones financieras sobre la producción porque las grandes ganancias y la rapidez para acumular se potencian con las finanzas. La presente gran crisis mundial toma la forma de grandes burbujas porque la acumulación financiera con menor acumulación productiva se vuelve en gran parte ficticia cuando el capital se desinfla de su excedente artificial. Gracias al poder del establishment financiero, en los países desarrollados el Estado rescató el capital privado devaluado a costa de la sociedad, que es la que produce la riqueza.
La crisis es inherente al capitalismo porque la acumulación en el polo más rico genera pobreza en el otro extremo, efecto potenciado por la especulación financiera. Para que la oligarquía financiera y sus socios acumulen en gran escala es preciso que los banqueros impongan sus normas y que los bancos centrales sean independientes. La relativa autonomía de un banco central no puede ser confundida con una pretendida independencia, porque las divisas que reúne y sostienen el sistema monetario y financiero provienen de la actividad productiva de la Nación y su utilización depende de los poderes que gobiernan el Estado, no del Banco Central, cuyas autoridades no son elegidas por sufragio.
El argumento de la independencia cobró relevancia en los años setenta. Hasta entonces había un límite monetario para la expansión financiera. Cuando Estados Unidos liquidó la convertibilidad del dólar con el oro, los bancos pudieron crear dólares contables fuera de Estados Unidos (los eurodólares) y la emisión financiera se independizó de los estados nacionales. En la línea de una mayor autonomía financiera, profundizando las bases establecidas por la Ley de Entidades Financieras de la dictadura militar, Menem modificó en 1992 la Carta Orgánica del Banco Central acentuando su independencia. La ley de 1976 había servido para multiplicar la deuda externa. La dictadura fue derrotada y dejó al país en ruinas, pero el mercado extorsionó al gobierno de Alfonsín, que tuvo que aceptar la porción ilegítima de la deuda.
En sentido inverso a la independencia del Banco Central, la crisis financiera global cuestiona la acumulación financiera y reclama regulaciones, porque el manejo por el mercado de los tipos de cambio y de la valorización de los activos y la calificación arbitraria de países y empresas facilitan la especulación. Con la crisis global y los rescates, igual que con el fin de la convertibilidad, el corralito, la aceptación de la deuda ilegítima y la fuga de las divisas hacia acreedores seleccionados (con responsables entre algunos de los opositores más notorios), la acumulación financiera desplumó a la sociedad sin que los que ahora se escandalizan abrieran la boca.
Pese a que el establishment internacional dominante es el financiero, el sistema está mutando porque las finanzas pierden terreno frente al desarrollo productivo asiático, que genera una expansión capitalista con nuevos círculos dominantes. El establishment argentino tiene poco que ver con el desarrollo productivo en ciernes y el Fondo del Bicentenario va en una línea de desendeudamiento poco afín a los intereses financieros de largo plazo.
La furia de la oposición para desvalorizar el Fondo del Bicentenario y defender la independencia del Banco Central muestra su inclinación por el poder financiero, en el primer caso porque en vez de pagar con divisas preferiría adquirir nueva deuda y siempre por su recelo respecto de la inversión pública y el crecimiento. De 2003 a 2008 pronosticó un desastre tras otro pero la expansión fue record y aunque asegura inquietarse porque en 2009 disminuyó el excedente fiscal, se debe recordar que el país tuvo déficits fiscales sistemáticos. Hay que convenir que la mayor parte de la oposición representa al establishment responsable de la falta de crecimiento nacional, socio menor de las finanzas mundiales y enemigo de las políticas K limitadoras de la renta financiera y de la renta agraria, que en gran parte se recicla como renta financiera y se ve afectada por las retenciones. La especialización agraria argentina es una suerte para el país, pero se convierte en su desgracia si se vuelve excluyente y obstruye la industrialización. Por su parte, la opinión pública parece haberse olvidado de la funesta patria financiera y de las mentiras con que los grandes medios cubrían las espaldas de la dictadura y las operaciones con la deuda externa.
La expansión asiática y emergente favorece el desarrollo productivo y lo volverá a potenciar. El desafío de la Argentina es correr esa carrera. La ofensiva opositora se apoya en que el Gobierno no siempre elige el mejor camino para poner en marcha sus iniciativas. Las retenciones debieron ser incluidas en una estrategia agraria como la que empieza a delinearse, dentro de un plan nacional ofrecido a la discusión, como la que había que llevar a cabo para presentar el Fondo del Bicentenario, pero, aunque las formas son importantes, no pueden ser una excusa para silenciar el positivo alcance de los contenidos.
* Economista.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.