Domingo, 31 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Criticada por el Vaticano y por China y elogiada por Evo Morales, la exitosa película de Cameron dispara reflexiones tanto políticas como éticas y estéticas que permiten una mirada que cruza los diferentes planos significativos.
Por Horacio González
Avatar fue criticada por el Vaticano y por China, elogiada por Evo Morales y los críticos de la nueva minería transnacional. ¿Todo esto provoca o admite este film, que en poco tiempo más –obvio– será multipremiado por Hollywood? ¿Cuál es el tema de Avatar? Es la vieja tesis de que toda metamorfosis es la forma más delicada del espíritu. Es lo que implicaría su verdadera dimensión ética. Metamorfosis mística entre la naturaleza vegetal, los animales y los hombres. Y amalgama entre todos los hombres, de la estirpe que fueran. ¿Qué agrega el director de la película a esta cosmología? La bienvenida metamorfosis entre la vida humana y su réplica tecnológica. Videojuegos denominados Second Life y otros del mismo género están en la mente de Cameron, el director.
Sólo que en Avatar hay muchos más planos significativos. En cuanto a las artes de la interpretación actoral, cambia totalmente la raíz del antiguo oficio. Queda sometida la actuación a un proceso también de metamorfosis. Entre la gestualidad dramática y el dramatismo tecnodigital. Se sustituyen así las teorías de la acción dramática que inauguraron el siglo XX y que originaron la diversidad de identidades actorales que conocemos. ¿Están en peligro luego de Avatar? No, porque, a su vez, el film se basa en las más conocidas mitologías narrativas, base de todas las teorías actorales, atrayéndolas momentáneamente a la nueva industria del cine digital. Nada nuevo bajo el sol (el que ilumina nuestros pobres asuntos terrícolas).
Otro avatar más del film: el misticismo naturalista que lo impulsa no parece contraponerse a la tecnología, sino que podrá ser un capítulo posterior de ella. O bien, se insinúa que mantendrá con ella una relación circular, complementaria. Lo que se narra es una lucha entre civilizaciones guerreras, una de ellas cazadora, que viaja montada en grandes pájaros de reminiscencia prehistórica como en las películas de Walt Disney. (Se ve una escena de caza a simulacros de rinocerontes diseñados oníricamente. Sangre, inverosímilmente, hay poca.)
El héroe lo es por igual de las dos civilizaciones, la técnica y la mística, que se transfunden. En un caso, el héroe soldado deja entrever un destino a autoinculpación del cual saldrá el salvataje de la cultura técnica planetaria. Y por otro, el mismo héroe desdoblado, pero ahora extranjero, se suma a la lucha ajena descubriendo en sí destrezas de redención. Ambos héroes practican una fusión mística. Mueren juntos, en una suerte de cristianismo bífido que no deja de ser interesante, una suerte de doble de Cristo rápidamente borroneado. Herético, desde luego. A Ratzinger no le va a gustar, claro. Pero se equivoca el Vaticano al ver todo eso poco teológico. Son las altas devociones profanas del cine norteamericano progresista.
Las tecnologías de guerra son presentadas como remedos monstruosos, zoomórficos, carros de guerra que de tan fantasiosos parecen griegos o romanos (obvio: siempre en la Ilíada suenan mejor estas cosas), pero hay detalles que permiten entrever que los pueblos agredidos desde sus místicas danzas power flower, no dudarán en utilizarlas (de hecho, lo hacen en el combate).
Sin duda, es una película con un viejo argumento teológico-político, pero de tono menor respecto de Solaris o Blade Runner, para mencionar dos proyectos considerados de ciencia ficción que contienen genuinas vetas filosóficas. Si se quiere, es mediocre lo que presenta Cameron (aunque no hollywoodianamente hablando) frente al mundo metafísico de la ciencia ficción de Tarkovsky o lo que hizo Ridley Scott con las novelas de Philip Dick. Esas llevan a la verdadera refundación ética de lo humano luego de un pasaje por otro “avatar”, si se quiere más interesante: el fracaso de la fabricación de bellos semidioses asesinos que quieren volver a ser humanos.
No le restamos mérito a la escritura digital expresionista del film de Cameron. Pero no es tan novedoso el factor tridimensional, ni mucho menos lo es la hipótesis del hombre prometeico que sucumbe al no respetar la sacralidad de la naturaleza. En toda su expresividad está en el Fausto de Goethe (¡qué decimos!), proveniente de la Metamorfosis de Ovidio. Filemón y Baucis, que son también arbolitos sacros, son sacrificados ante el espíritu fáustico industrialista, en sobrecogedora escena. Ahora, el coronel de ese ejército que pinta Cameron, burdamente tratado, es un pobre agente de las empresas multiplanetarias de minería. No hay naciones definidas en Avatar, hay vil experimento humano, aunque sea bajo el aspecto de una negociación (al principio) con los nativos de otro planeta. El coronel Kilgore de Coppola en Apocalipse Now –que remotamente inspira a Parker, el de Avatar– es infinitamente superior, pues en su condición caricaturesca, conserva un lúgubre y dolorido patetismo. Por no hablar del coronel Kurtz, donde se dan cita todas las líneas de ruptura del relato occidental. No hay que olvidar que a este crucial personaje (en donde se resumen todos los manierismos actorales de la mágica baulera de Marlon Brando) lo encontramos en Apocalipse Now leyendo un poema de Thomas Elliot. Ahora que los canales públicos vuelven a pasar como verdadera “replicante” de Avatar a Apocalipse Now, surgen las enormes diferencias artísticas.
Es que Coppola se inspira en Elliot, que a la vez conduce a Joseph Conrad, luego a La rama dorada, de Frazer, y por último a un libro revelador de la crítica literaria, From ritual to romance, de Jessie Weston, que en 1920 examinó la importancia de las leyendas del rey Arturo en la configuración de las mitologías narrativas de Occidente. Todos ellos son objetos de un grácil metalenguaje en el film y aparecen en una toma de la película de Coppola como un pilón de libros abandonados en la recámara de Kurtz. Un absoluto gesto de retroalimentación entre cine y literatura. Ese sí es un avatar, una carnosa metamorfosis.
La reciente recreación de Apocalipse Now en la novela de José Pablo Feinmann, Carter en Vietnam, se hace en nombre de seguir examinando la decadencia del propio lenguaje de la sociedad norteamericana, su ejército y sus industrias culturales. En el último número de la revista Los inrrokuptibles, un buen artículo sobre Avatar indica que en una de las escenas, donde el ejército bombardea un árbol totémico, se reproduce la caída del World Trade Center. Conclusión: “Hace asumir al ejército estadounidense la responsabilidad del 11 de septiembre”, además de otras vergüenzas profundas, esta vez por las culpabilidades ecológicas.
Como se ve, el film de Cameron parece representar una universalización política, de raíz humanística, en la discusión sobre las relaciones del hombre con la naturaleza. Surge evidente, además, la crítica a los medios militares-corporativos de destrucción de las fuentes de vida planetaria. Hay que agregar, sin embargo, que la “salvación” proviene del propio Imperio y su poder autocrítico, minoritario, pero efectivo. Un poder científico-cinematográfico.
Es que Avatar proviene en particular del nuevo giro científico y representacional de su industria cinematográfica. Su relato no es sino una fábula sin la calidad aristocratizante que tenía la radical crítica de Coppola a la historia devastada. Cameron hace predominar demorados remates finales calcados del viejo western y se deja ganar por las connotaciones de una love story que promete un retorno humano al planeta que los derrota, una mejor negociación entre las corporaciones mineras-militares, la ciencia que creó los hombres-avatar y las poblaciones nativas.
No sabemos por qué China la prohíbe; nada justifica una prohibición ni ésta puede entenderse cabalmente. Que Evo Morales la recomiende como una reflexión oportuna sobre la Madre Tierra nos parece muy comprensible. Esta gran figura del presente momento boliviano une la digna densidad de su antropología política con un candor novedoso, en un modelo de reconstrucción del lenguaje político inhabitual, desafiante e inspirador.
Sin embargo, siempre queda en pie el problema de estos films surgidos del guionismo y la nueva “gnosis tecnológica” de las grandes producciones de un sector del capitalismo informático liberal, que agita mitologías y meta-leyendas surgidas de la propia historia del cine norteamericano, con profesionalismo enraizado en una historia del relato industrial-cultural muy evidente. Pero sin realizar esfuerzos como el que en su momento, en plena década del ’70, iluminó a Apocalipse Now. Evidentemente, es necesaria una nueva cinematografía que esté al nivel de las discusiones mas profundas de nuestras sociedades. Desde luego, no la representa Avatar.
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