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En Brasil, el Banco Central también tiene sexo

Más allá de la polémica por la forma de echar a Redrado y el fondo del decreto de necesidad y urgencia sobre el uso de reservas, Argentina discute para qué quiere el Banco Central y cómo lo articula con el resto de la realidad. El ejemplo de la discusión en Brasil revela que en otros lugares del planeta también hay disputas fuertes.

 Por Martín Granovsky

La persona que ocupa la titularidad del Banco Central dijo ayer que aún no definió su futuro político. Le ofrecieron la candidatura a la vicepresidencia para las próximas elecciones, pero también podría aspirar a una gobernación importante por una fuerza aliada al actual oficialismo. “En abril me vence el mandato –dijo–. Así que en marzo tomaré la decisión.”

No son declaraciones de un argentino. Las pronunció Henrique Meirelles, presidente del Banco Central de Brasil. Meirelles, un ex directivo del Banco de Boston que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva eligió para presidir el central en el 2003, se afilió al Partido del Movimiento Democrático Brasileño. Hoy es mencionado por la prensa brasileña como uno de los precandidatos a vice de Dilma Rousseff, la apuesta de Lula a la presidencia, o como postulante a gobernador de Goias por una coalición que incluiría desde el gobernante Partido de los Trabajadores hasta el centroderecha. Sería la segunda gran incursión electoral de Meirelles, que ya era muy popular en Goias y había sido electo diputado acompañando a José Serra, en 2002, por la fuerza que Lula derrotó.

El ala izquierda más crítica del PT siempre vio a Meirelles como una pieza del establishment incrustada dentro del Estado. Lula lo eligió a comienzos de su primer mandato para, según la explicación petista, dar una señal de tranquilidad al sector financiero luego de que en la campaña electoral el ex presidente Fernando Henrique Cardoso apelara al terrorismo verbal alegando que con Lula vendría la debacle. Incluso cuando, en su segundo gobierno, el actual, Lula consolidó a Guido Mantega al frente del Ministerio de Hacienda, mantuvo a Meirelles.

El establishment brasileño, igual que el argentino, el jamaiquino o el tailandés, tiene un discurso que sacraliza la independencia del Banco Central. (Tal vez la lectura de ese discurso debiera ser ésta: “Queremos un presidente del Banco Central propio, como Domingo Cavallo en 1982, y que desde ahí se gobierne la economía”.)

La práctica frente al catecismo bancocentralista es otra. Tiene una dimensión burocrática. Existe un Consejo Monetario Nacional que presiden el ministro y el presidente del Banco Central. El ejemplo fue meneado estos días en la Argentina, aunque sin mayores demostraciones de curiosidad. Y tiene una dimensión política: ¿quiénes tienen que ser los interlocutores del Consejo para hablar, por ejemplo, del nivel de tasas de interés?

Durante todo el mandato de Lula, los que apoyaban al gobierno y a la vez recelaban de lo que veían como un excesivo poder de las finanzas concentradas, expusieron su posición. El actual secretario del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, Emir Sader, escribió en 2007 en la web Carta Maior que “la lucha por la democratización del Consejo Monetario Nacional corresponde igualmente para hacer de la política monetaria un tema político –de relaciones de poder– y social –a quién beneficia y a quién perjudica la política económica– y no simplemente económico-financiero, como si se tratase de una cuestión técnica”. Y agregaba Sader: “¿Por qué el Banco Central se reúne con los banqueros y no con los sindicalistas, con los movimientos sociales, con los otros empresarios, grandes, medianos y pequeños?”.

Ninguna información internacional sirve para disimular los tres puntos en discusión por parte de los argentinos. Uno, que ya es parte del pasado, consiste en preguntarse si el Gobierno tomó el mejor camino al echar primero a Martín Redrado y recién después convocar a la Comisión Bicameral presidida por Julio Cobos, que al final terminó recomendando la salida de Redrado. El otro punto es legal y el propio Ejecutivo lo puso en manos de la Corte Suprema: ¿está ajustado a derecho el DNU que convierte parte de las reservas en dinero para el pago de deuda? El tercer punto lleva a una discusión de política económica: ¿hay que usar el dinero del Fondo del Bicentenario para pagar deuda (postura oficial), para expandir la infraestructura (sugerencia con copyright de Pino Solanas) o para dejarlo como reserva (que era la posición de Redrado)? Pero a veces mirar el mundo que sigue bullendo alrededor es útil para tomar alguna idea o, al menos, para centrarse en la discusión y dejar fuera esa dosis de histeria tan inútil cuando un país enfrenta la crisis global.

Meirelles, el Banco Central, la política monetaria, las tasas de interés, la estrategia de alianzas de Lula, la transición desde la herencia de Cardoso y la forma de enfrentar la actual crisis mundial son grandes temas en Brasil. Pero Brasil no es Marte. Hay disputas reales y normales de poder. Y la Argentina tampoco es Marte. Si se decidiera a sincerar lo que discute, y los protagonistas quitaran un poco de hojarasca, quizá todo se entendería un poco más. En Brasil el Banco Central tiene sexo. Y en la Argentina también.

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Imagen: Bernardino Avila
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