ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: CRECIMIENTO ECONóMICO Y DESARROLLO

¿Hay que seguir como hasta ahora?

Pese a los pronósticos sombríos de los economistas del establishment, Argentina crece a tasas “chinas” desde hace ocho años, habiendo tenido sólo una breve interrupción en 2009. Qué se debe hacer para seguir consolidando esa senda y traducir el crecimiento en más desarrollo.

Producción: Tomás Lukin

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Se perdió robustez

Por Ramiro Castiñeira *

Desde 2003 hasta 2011 la economía argentina creció por encima del promedio de Latinoamérica, dinamitó el desempleo y redujo a más de la mitad la pobreza. Alcanzó record en inversiones (muy por encima de Brasil), de producción industrial, de cosecha, de exportaciones y de reservas en el BCRA. Con la creación de cinco millones de puestos de trabajo, la incorporación de 2,5 millones de nuevos jubilados y de 3,5 millones de chicos menores de edad, es fácil entender por qué lo llaman modelo productivo de inclusión social. En los últimos años se reincorporó al circuito económico a 11 millones de personas que fueron excluidas entre la última dictadura y la convertibilidad, sobre una población total de 40 millones. También se renegoció la deuda externa en forma tan exitosa, que el país camina por primera vez en décadas sin esa mochila sobre su espalda.

Pero el modelo perdió la robustez que ostentó en sus números macroeconómicos y permitieron tantos logros en tan poco tiempo. Ya no dispone de superávit fiscal y pierde rápidamente el superávit externo. El tipo de cambio, si bien está lejos de estar atrasado, ya no defiende tan claramente la producción nacional, y la inflación está estable pero en niveles elevados ante la necesidad del Gobierno de pagar la deuda con reservas y emisión.

El deterioro del modelo proviene del deterioro fiscal. Los tres puntos de superávit que observó hasta 2008 no sólo otorgaban al Gobierno una real independencia de los mercados financieros, sino que, al mismo tiempo, disponía de ingresos para comprar dólares sin emitir ni endeudar al BCRA, y con ello mantener el tipo de cambio en niveles elevados como principal defensa del empleo y el saldo comercial.

En 2009, con la crisis internacional y sequía local, el gobierno oportunamente utilizó el superávit fiscal en forma anticíclica para paliar la crisis y reactivar la economía. Desde 2010 la economía volvió a crecer y la cosecha se recuperó, pero nunca se recuperó la posición fiscal que se disponía previo a la crisis. De un superávit primario de 3 por ciento del PBI en 2008 se pasó a un déficit de 0,4 por ciento del PBI en 2010 y 2011.

La ausencia de superávit fiscal llevó al BCRA no sólo a hacerse cargo de la defensa del tipo de cambio (y por lo tanto del saldo externo y el empleo), sino también del pago de la deuda pública del Gobierno. Dicho de otra manera, el BCRA emite para sostener el tipo de cambio y emite para financiar al tesoro. Todo ello, junto al crecimiento del crédito, los agregados monetarios crecen al 38 por ciento interanual en junio último. En tanto, la economía crece al 7 por ciento.

No deja de ser cierto que aun sin superávit fiscal el Gobierno se desendeuda, pero lo que antes pagaba con impuestos, ahora lo paga con inflación. Si el diagnóstico no es errado, si bien la inflación no se acelerará, tampoco bajará significativamente hasta que el Gobierno no recupere parte del superávit fiscal perdido tras la crisis, o recupere el acceso a los mercados financieros a tasas que no hipotequen el futuro.

Países de la región tomaron otros caminos. Brasil no tiene inflación porque no emite para sostener la moneda y tampoco emite para financiar al tesoro que coloca constantemente deuda al mercado. Pero el resultado no es inocuo. Como consecuencia, por no evitar la apreciación de su moneda no sólo crece menos y tiene un preocupante déficit externo (de 2,5 por ciento del PBI), sino que la creciente colocación de títulos al mercado para financiar el déficit público no permitió disminuir la deuda pública en el mejor contexto económico, que se mantuvo en torno del 70 por ciento del PBI en toda la gestión de Lula.

La crisis subprime apagó la usina de ideas del Norte y tampoco son todas rosas en el país carioca, por lo que en vez de copiar modelos externos se puede intentar recuperar el superávit fiscal para no cargar con tantas responsabilidades al BCRA y volver a ser independientes de los mercados financieros. Sostener el dólar, financiar al tesoro y expandir el crédito, demanda más pesos de los que la economía puede absorber creciendo al 7 por ciento. El contexto externo y el crecimiento económico otorgan la oportunidad de recuperar el superávit fiscal, no sólo para sostener el tipo de cambio que defienda el empleo y saldo externo, sino también para disponer de recursos fiscales que permitan actuar anticíclicamente cuando el contexto nuevamente lo requiera.

Por último, el modelo no sólo se mide por la magnitud del superávit o el valor del tipo de cambio. También es parte de un modelo la reivindicación del papel del Estado en la economía, la negativa a volver al consenso de Washington, desendeudar al Estado, tener como prioridad el empleo por su rol social en el armado de todo núcleo familiar, y una política exterior con mirada latinoamericana. Si el modelo se juzga por estos principios, entonces se muestra intacto. Pero para que continúe otorgando resultados, más vale dotarlo nuevamente de herramientas.

* Economista jefe de Econométrica.


Desplegar las velas

Por Fabián Amico y Alejandro Fiorito *

El crecimiento de las economías modernas puede semejarse a un recipiente que varía de tamaño (capacidad productiva) con un flujo (demanda efectiva) que también se altera con el paso del tiempo. Normalmente, en todas las economías el nivel del flujo se encuentra oscilando entre un 70 u 80 por ciento del volumen del recipiente, con ambas dimensiones moviéndose. La relación de causalidad es central: ¿crece primero el recipiente (la capacidad) y el contenido debe adaptarse o crece primero el contenido (la demanda) y luego la capacidad se adapta?

Gran parte de los economistas fue pesimista con el proceso de crecimiento desde 2003, partiendo del supuesto de que el recipiente (el producto potencial) no sólo era independiente del contenido (la demanda), sino que debía crecer antes de ser colmado. El Gobierno desoyó esas recomendaciones y, paradójicamente, la etapa 2003-2010 resultó, en términos de crecimiento, una de las más exitosas de la historia nacional. La persistencia de alto crecimiento los obligó a corregir año a año las predicciones de colapso. El proceso se prolongó mucho para ser considerado “artificial” y sus pronósticos siguen fallando.

El recurso predilecto fue acusar a factores externos (“el viento de cola”) por el crecimiento sostenido y minimizar cualquier factor doméstico de la política económica. Es cierto que la restricción externa se relajó gracias a factores internacionales y el tipo de cambio competitivo. Pero, frente al viento de cola se podían arriar las velas o desplegarlas a pleno. Argentina, sola en la región, hizo lo segundo. Sin restricción externa, la economía creció siguiendo la demanda efectiva. Así, el producto potencial (se lo mida como se lo mida) creció vertiginosamente, el desempleo cayó y aumentaron la productividad y la inversión. Todo esto no hubiera existido si se “moderaban” las tasas de crecimiento.

Más allá del motivo político, su “falla” se debe también a los modelos teóricos de estos economistas, donde ciertas verdades indiscutibles como la ineficacia de las políticas expansivas fiscales o monetarias, la crítica de la pretensión de crecer “por encima del producto potencial”, el irresponsable (inflacionario) elevado uso de la capacidad instalada, el inadecuado (escaso) monto de la inversión y, en general, una invalidación de todo intento “discrecional” de instigar el crecimiento. Este intento fútil estaría explicando la alta inflación por medio de un exceso de demanda global.

Convencionalmente en el corto plazo la demanda mueve el PIB efectivo en torno del potencial; en el largo, los efectos de la demanda se diluyen y el PIB efectivo converge a su nivel “natural” o potencial. Pero eso empíricamente no sucede. Los estudios recientes sobre las series de tiempo revelaron que los shocks económicos tienen efectos persistentes en el largo plazo, y que lo mismo que causa los ciclos, explica la tendencia.

Existen, en realidad, múltiples canales a través de los cuales estímulos de la demanda agregada abonan el crecimiento: 1) La economía no tiende espontáneamente hacia el pleno empleo potencial; 2) el nivel y la tasa de crecimiento de la demanda efectiva influyen en el desarrollo de los recursos productivos y, por ende, en el PIB potencial. Los manuales sugieren que el ahorro “financia” la inversión, pero es sólo un residuo que no tiene ningún significado causal sobre ella. En suma, la inversión es el resultado del crecimiento y no su requisito. Pero economistas y grandes medios insisten en que las firmas no invierten lo suficiente por la falta de un propicio “clima de negocios”.

El hecho de que el crecimiento potencial de la economía dependa del aumento de la capacidad física, trabajadores y productividad es una obviedad que nadie discute. Pero no se deduce de allí que el PIB potencial sea independiente del PIB efectivo y de la demanda. El crecimiento del producto mejora las expectativas empresarias en el largo plazo, llevando a las empresas a temer menos a las pérdidas asociadas con la incertidumbre sobre el futuro.

Este enfoque alternativo necesita de políticas industriales para direccionar la inversión hacia la sustitución de importaciones que alivie la restricción externa. No basta sólo el tipo de cambio y de no hacerse esto se va en camino a repetir otras experiencias involutivas de estos procesos en nuestro país.

El rápido crecimiento, estimulado por la demanda, tiene otro efecto adicional: la “Ley de Verdoorn”, que genera un alza de la productividad que evita el aumento de costos salariales inflacionarios. Este enfoque contrasta con la versión masiva convencional de quienes apenas observan inflación, recomiendan erradamente ser “austeros” suponiendo, sin análisis, que la economía se encuentra en su nivel potencial. Verbigracia: la crisis mundial de 2009 tuvo una gran contracción de la demanda agregada y, sin embargo, la inflación cedió muy poco. La “moderación” del crecimiento hacia tasas “normales” por la inflación sólo condena al país a persistir en la senda del subdesarrollo.

* Economistas e investigadores de la UNLU.

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