Domingo, 27 de octubre de 2013 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
La economía está transitando el sexto año de convivir con una corrida cambiaria. Por lo prolongada, ya es permanente. Comenzó meses antes del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (julio de 2007) manteniéndose hasta ahora con pocos meses de calma relativa. Hubo apenas tres en 2009 (septiembre-noviembre), donde no hubo corrida del total de 75 meses hasta ahora. El aspecto más novedoso de este período teniendo en cuenta antecedentes de gobiernos anteriores es que éste haya podido sobrevivir tanto tiempo a las fieras dolarizadoras, al tiempo de poder preservar márgenes de autonomía en la gestión para sostener un ritmo elevado de crecimiento económico con protección del empleo. A esta altura, ante semejante fuga hacia el verde, que tiene varios episodios pasados desde la década del ’70, pretender encontrar un único motivo a ese comportamiento es un síntoma de soberbia sólo reservado para el mundo de la ortodoxia, cuyos miembros han demostrado en más de una oportunidad éxito en la destrucción de economías. Unos de los casos más asombrosos son los presidentes del Banco Central durante las hiperinflaciones de Alfonsín y Menem dando cátedra hoy sobre cómo disminuir la inflación. O el de Domingo Cavallo hablando sobre competitividad y el estado general de la economía.
En la semana previa a las elecciones la cotización del dólar comercializado en el circuito marginal tocó los 10 pesos. La inestabilidad de variables financieras previa a elecciones es un clásico, que en esta ocasión tiene un componente aún más especulativo puesto que el denominado mercado blue es poco relevante en volumen y muy significativo en generación de expectativas negativas en general, y para las elecciones en particular en la última semana previa al voto. El valor de 10 pesos más que el dólar Messi es el dólar Massa. El blue se ha convertido en una variable financiera con la pretensión de poder de veto sobre la política económica.
La dimensión reducida de esa plaza fue descripta por Mariano Gorodisch en un artículo en El Cronista el 18 de octubre pasado. El disparador fue que las cuevas están confeccionando listas de espera para los interesados en comprar dólares. El aspecto revelador de esa crónica es que la demora para la entrega de dólares no tiene su origen en la extraordinaria demanda, lo que mostraría la profundidad de ese mercado, sino en la escasa oferta de divisas, o sea en el poco movimiento que existe en la plaza marginal. Se detalla que una operación de apenas 500 mil dólares tiene que ser fraccionada en cinco de 100 mil por día, y con más de un proveedor de billetes. Reproduce un comentario de un financista que reconoce que “al ser un mercado tan chico, los grandes jugadores suben y bajan la cotización con muy poca plata. No hay componente de demanda, esto se ha convertido en un gran escolaso, es especulación pura”, publicó El Cronista.
Tener como referencia principal del análisis cambiario esa cotización es una definición política más que económica. La paridad blue es la expresión de la economía blue que dolariza sus excedentes porque es la única opción. Sus participantes no colocarán los excedentes en otros activos financieros, pese a que ha subido bastante la tasa de interés, las acciones están registrando un recorrido alcista muy importante superando la variación del dólar y los bonos avanzaron mucho. Esta última inversión es una vía de dolarización de ahorros a una tasa elevada (7,00 y 8,75 por ciento anual pagadero en billetes verdes con el Bonar 17 o el Global 17, respectivamente). Esas inversiones no son una alternativa para la economía blue porque la operación queda registrada y su actividad transita el sendero de la informalidad. Que el funcionamiento de la economía marginal con el consiguiente valor del dólar de acumulación de sus excedentes sea considerado como referencia para analizar la competitividad de la economía formal es de una militancia exagerada de los hombres dedicados a la comercialización de información económica, acompañados de entusiastas voceros.
El régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, necesario en una economía dependiente de divisas por la existencia de una estructura productiva desequilibrada, compromisos externos y un exagerado comportamiento dolarizador de una minoría intensa e influyente en comparación a otros países, sólo dispuso fuertes restricciones a la compra de dólares para atesorar. En otros rubros, si bien existen limitaciones no son tan estrictas como hace suponer la definición mediática de alcance popular del régimen cambiario resumida en cuatro letras. Hasta los funcionarios la incorporaron al diálogo cotidiano con sus interlocutores mostrando escasa convicción en una medida de regulación de la cuenta capital.
La idea de la tortura cambiaria queda bastante relativizada cuando se observa el movimiento del mercadeo único de cambios, incluyendo el rubro servicios turísticos. Un artículo de Guillermo Laborda en Ambito Financiero del miércoles pasado ofrece un dato muy interesante sobre la cantidad de dólares diarios que el Banco Central entrega a la cotización oficial para abastecer la demanda del turismo argentino al exterior. Es un monto que más que triplica el movimiento estimado en el circuito marginal. Precisa que en promedio son unos 32 millones de dólares por día que salen del Banco Central para cubrir la cuenta turismo, detallando que 24 millones son por consumo con tarjeta de crédito en el exterior (el recargo del 20 por ciento es sobre la paridad oficial y a cuenta del pago de Ganancias y Bienes Personales), 3 millones por paquetes turísticos, otros 3 millones por pasajes y 2 millones por autorizaciones de la AFIP para comprar divisas al tipo de cambio oficial.
Este último dato es llamativo debido a que existe la idea generalizada de que la AFIP, más allá de la normativa vigente, no habilita la posibilidad de adquirir divisas y por lo tanto el Banco Central no provee de esos dólares. Unos 10 millones de dólares semanales se entregan en billetes a la paridad oficial a personas que viajan al exterior.
El déficit cambiario en el sector turismo está originado por los visitantes extranjeros que no venden dólares o euros en el circuito legal. Esa filtración no disminuirá mientras existe una diferencia importante entre las cotizaciones oficial y paralela. Más que el aumento de viajes al exterior de un grupo social acomodado por nivel de ingresos, el desequilibrio en servicios turísticos está motivado en la brecha que no incentiva la venta de divisas de extranjeros, y no en el supuesto dólar barato. Una paridad de 6 pesos o de 7 con tarjeta implica que viajes al exterior involucrará una suma importante medida en pesos. Como saben especialistas del mercado de turismo, cuando crece la economía de un país también aumentan los viajes al exterior de sus habitantes y el resultado es inverso en fases recesivas o de estancamiento. Esto último es lo que está sucediendo en Europa y Estados Unidos con la consiguiente disminución de turistas provenientes de esos países. Es una obviedad no mencionada en análisis habituales.
Las economías que crecen generan un mayor flujo de turismo hacia el exterior de sectores medios y altos. Esto significa que más argentinos están viajando al exterior porque el crecimiento económico doméstico permite una mayor capacidad de generación de ingresos para viajar. Es decir, existen condiciones económicas y excedentes de ahorro suficientes que actúan como motor del turismo al exterior.
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