Sábado, 8 de julio de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Los convocantes al funeral del Mercosur se quedaron sin difunto y con el cajón vacío, féretro que se habían ocupado de decorar con cintas de colores azul, rojo y blanco. Uno de los invitados al entierro, Uruguay, se dio cuenta de que no era una buena idea participar de esa ceremonia. Brasil y Argentina optaron por avanzar en la búsqueda de soluciones a sus diferencias (por ejemplo, con el comercio bilateral de autos) para desmentir que tenían ganas de mandar a descansar al bloque regional al nicho que varios habían acondicionado. El Mercosur no está agonizando, como postulaban como expresión de deseo los gendarmes de los buenos modales, sino que, por el contrario, ha sumado a un miembro más, Venezuela, a su estructura. Esa incorporación es uno de los hechos más relevantes desde la constitución de esa unión. En muchas ocasiones algunas determinaciones político-económicas no adquieren en su momento importancia por la contaminación cortoplacista, pero el transcurso del tiempo pone en perspectiva esas decisiones que terminan cambiando el desarrollo de los acontecimientos. Simplemente hay que remontarse unos 20 años y analizar el recorrido transitado desde el abrazo de Raúl Alfonsín y José Sarney en Foz de Iguazú (30 de noviembre de 1985), que fue el primer paso para la creación posterior del Mercosur, para concluir que las puertas que se abren con la vocación de integración regional son mucho más atractivas que las que invitan a ingresar a su cementerio.
Un poco de historia permite evitar juicios de valor estables en una situación dinámica. La relación argentino-brasileña estuvo siempre cruzada por una visión de rivalidad. Durante décadas el recelo mutuo era reforzado de ambos lados. Desde las teorías expansionistas del general Golbery do Couto e Silva, uno de los cerebros del régimen militar brasileño, y la simétrica tesis antibrasileña de los geopolíticos argentinos, liderados por el almirante Isaac Rojas o en forma más sofisticada por el general Juan E. Guglielmelli. Esas posturas que ponían énfasis en la lucha por la supremacía regional tuvieron su contrapartida en las ideas de la Cepal. Estas marcaron una importante transformación en las relaciones de ambos países, a partir de las contribuciones de Raúl Prebisch, con el desarrollo de una nueva visión de la problemática latinoamericana. Ese economista escribió: “Si las perspectivas de los centros no son auspiciosas para el intercambio con la periferia, ¿por qué seguir desperdiciando el considerable potencial del comercio recíproco? ¿Es razonable seguir insistiendo en una liberalización del intercambio con los centros cuando apenas hemos logrado liberalizar tímidamente el intercambio entre países de la periferia?” (Capitalismo Periférico, Crisis y Transformación. Fondo de Cultura Económica, 1981).
El Mercosur resultó entonces una respuesta superadora a la desgastante e improductiva rivalidad alentada por los sectores más reaccionarios de ambos países. Y un avance espectacular al de un mero espacio de comercio recíproco ampliado. Lamentablemente, a falta de militares iluminados aparecieron ilustrados economistas, demagogos políticos y miopes empresarios a cuestionar las bases mismas del Mercosur. Es cierto que el bloque regional tiene problemas y debilidades, que tuvo conflictos y especulaciones y que los seguirán teniendo, porque el paraíso queda en otro lugar. Pese a esas restricciones, el Mercosur es una herramienta poderosa que tiene la región para pelear en un mundo abierto, globalizado y dominado por bloques económicos regionales.
Esto no significa que no haya desafíos complejos por delante. La incorporación de Venezuela, que pasará a ser socio pleno luego de una serie de trámites que llevarán de dos a tres años, romperá la actual dinámica de funcionamiento donde dos grandes (Argentina y Brasil) se pelean para luego amigarse, mientras los dos hermanos menores (Uruguay y Paraguay) son espectadores de esa disputa. Aparece ahora un tercero en discordia que no es tan grande pero tampoco tan pequeño, y que tiene un poder nada despreciable al contar con un recurso preciado y estratégico como el petróleo. Las negociaciones serán distintas a como se desarrollaron en los últimos años. Si bien Argentina y Brasil seguirán teniendo un peso relevante en esa estructura de poder regional, esa hegemonía no será tan cerrada y pasará a ser un poco más flexible. Se abre la oportunidad para Uruguay y Paraguay de avanzar en instancias superadoras a la de aprovechar con más o menos suerte un área comercial ampliada. Una vía en ese sendero es la idea de instrumentar un plan de desarrollo para esas dos naciones, proyecto que ha sido esbozado por los brasileños.
El conflicto por las papeleras expuso la importancia del Mercosur, al tiempo que llamó la atención de que la integración tiene que romper con la lógica mercantilista (determinada por los inestables flujos comerciales) y avanzar en proyectos vinculados a estructuras productivas regionales. Por ese último camino se afianzará el bloque. En esa orientación apunta la estrategia energética, con el proyecto del gasoducto desde Venezuela, y a partir de esa iniciativa la incorporación de ese país al Mercosur.
En ese sentido, la experiencia europea es un interesante antecedente. El corazón de la Unión Europea fue el convenio energético por el carbón entre Alemania y Francia, eje que se fortaleció a partir de esa interdependencia para luego extender la unión al resto del continente. La idea embrionaria del Banco del Sur, gatillada con el futuro lanzamiento del Bono del Sur, también avanza sobre el horizonte mezquino de un área de un intercambio comercial ampliado. En este caso es relevante conocer la experiencia asiática con el Banco Asiático de Desarrollo. Se trata de una institución financiera multilateral fundada en 1966 por 31 países, que ahora son 64, con la última incorporación de Armenia en septiembre del año pasado. En su momento fue creado para promover el progreso social y económico de esa región. Si bien tiene participación Estados Unidos y otras potencias económicas extrarregionales, esa entidad tiene lazos estrechos con sus países miembros con el objetivo de apuntar al desarrollo asiático.
Cuando se menciona el crecimiento de esa zona del planeta como “milagro asiático” se lo reduce a un fenómeno casual, fruto de la alineación de las estrellas y los planetas. Sin embargo, esos países han configurado un modelo diferente al recomendado por el FMI y el Banco Mundial –el Consenso de Washington–, que, vistos los resultados, ha sido exitoso. Además apostaron por el desarrollo de instituciones regionales propias, como el Banco Asiático.
Puede ser que el anuncio del Banco del Sur quede simplemente en el discurso. También puede ser que si ese proyecto se concreta no sea muy eficiente. Pero, en base a las evidencias históricas, la región necesita un banco de desarrollo si ése es el objetivo. Asia lo tuvo y los resultados positivos son visibles. Y en su momento Europa también contó con una entidad de ese estilo cuando para salir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial se constituyó el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que luego degeneró en el conocido Banco Mundial. Cada región lo tiene que hacer a su modo, explica el economista de Harvard Dani Rodrik, puesto que “lo que registra la historia es que los casos exitosos tomaron algunos elementos de los consensos generales, pero después los combinaron con instituciones propias e innovaciones de política que trabajaron en parte con el consenso, pero muchas veces en contra de éstos”. El proyecto de Banco del Sur puede replicar el rol que tuvo el Banco Asiático de Desarrollo ante las deficientes recetas tradicionales de las organizaciones multilaterales como el FMI, Banco Mundial y BID. Y la incorporación de Venezuela al Mercosur implica un salto cualitativo, además de cuantitativo, para la integración regional.
Como dice la famosa frase, “los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”.
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