ECONOMíA › EL EMPRESARIADO ELIGE ENTRE DOS MODELOS

No sólo el campo está de campaña

 Por Raúl Dellatorre

Opinión

Por varios indicios que ocuparon rápidamente el centro de la escena en los últimos días, el debate en torno del modelo económico tiende a instalarse como uno de los ejes centrales en la disputa electoral del próximo 28 de junio. El cruce entre directivos de la Unión Industrial, la postura pública de la CGT en el acto del jueves 30 y la convocatoria de un importante sector de las pymes a un encuentro regional en defensa del empleo, el salario y el mercado interno para principios de junio, marcan que quizá como nunca antes los distintos sectores económicos ocuparán abiertamente un espacio en estas elecciones. Las cuatro entidades de la Mesa de Enlace habían hecho anticipadamente lo propio, cuando un año atrás plantearon una pelea encarnizada contra el Gobierno, pero todavía hoy hay quienes niegan el carácter político de tal confrontación. Se niegan a ver, incluso, el enfrentamiento de modelos entre quienes cortaron las rutas en defensa de una renta extraordinaria y un gobierno que intentó hacer de las retenciones una herramienta de distribución y equilibrio productivo.

El enfrentamiento interno en la UIA, al poner a dos sectores empresarios frente a frente, ayudó a aclarar los tantos. Los dichos de Cristiano Ratazzi de días atrás, declarando que se acabaron los tiempos de “vivir con lo nuestro” y de “las prebendas”, tuvieron una extraña mezcla: inoportunas, si se las mira desde el repudio que provocó en el seno de la propia central fabril, pero a la vez esclarecedoras. Esto último, porque permitió advertir claramente que el modelo de mercado abierto, aperturista, de Estado ausente, sigue vigente en la estrategia de varios popes empresarios locales, aun en tiempos de crisis y cuando ni los principales referentes del mundo capitalista reniegan de una firme intervención del Estado cuando se trata de salvar el sistema.

Las expresiones del titular de Fiat Auto de Argentina fueron refutadas por el presidente saliente de la UIA, Juan Carlos Lascurain, quien volvió a defender este fin de semana “un modelo económico industrialista y de desarrollo nacional”, aludiendo a que dicha postura había derrotado a la “totalmente fuera de lugar” sostenida por Ratazzi. El error del empresario italiano, si lo hubo, fue dejar al desnudo la estrategia de la remozada conducción de la UIA y el nada casual reencuentro del Grupo de los 7 para celebrar la asunción de Héctor Méndez al frente de la central fabril.

Este bloque aglutina a centrales empresarias de la industria, la construcción, el comercio, la producción agropecuaria, la operatoria bursátil y el comercio exterior y sólo se reúne cuando las condiciones políticas le requieren explicitar la sumatoria de fuerzas para enfrentarse al poder político oficial.

Aunque los sectores a los que representa son diversos, su identidad política es bastante más homogénea. Lo que unifica a los máximos referentes de las cámaras de la construcción y de comercio, de la Sociedad Rural y de CRA, a los corredores de bolsa y consignatarios de granos y ganado y al ala más liberal de la UIA es su identificación de intereses con los sectores más concentrados de la economía. No están en contra de la planificación, siempre que la hagan las casas matrices de las más poderosas multinacionales o, en su defecto, los comandos estratégicos de las potencias mundiales, tratándose de una situación de crisis. No están en contra de la participación del Estado en la economía, pero sólo si ésta tiene el sentido de repartir contratos de obra o de adquisición en favor de sus propias empresas. Fuera de esas circunstancias particulares, cualquier otra forma de ejercicio práctico de política estatal será interpretado como un “intervencionismo confiscatorio”.

Eso es lo que defienden. Y se sintieron parte del gobierno de Menem –1989/1999– por ello. Al lado del gobierno de Isabel a partir del desplazamiento de Gelbard del Ministerio de Economía meses después de la muerte de Perón y, claramente, a partir del Rodrigazo de junio de 1975, que puso en escena el primer ensayo práctico y despiadado de neoliberalismo, posteriormente perfeccionado con la dictadura militar bajo la batuta de José Alfredo Martínez de Hoz (el plan del 2 de abril de 1976). Con esa misma política condicionaron y acorralaron a Alfonsín (1983/89). Y fue el gobierno de Néstor Kirchner primero, y Cristina después, que sin un vuelco de campana a lo Hugo Chávez o Evo Morales, puso en cuestionamiento el poder impoluto de los grandes capitales. No quieren eso, y han logrado alinear bajo esa idea a buena parte de la oposición, la cívica, la peronista lomense y la propia, la nacida en uno de los grupos empresarios que los identificó: el macrismo.

Esta misma pelea, esta vocación de aglutinar a toda la derecha y a todo el capital “antiintervencionista”, había sido demostrada por la Mesa de Enlace en 2007 y más abiertamente a partir de marzo de 2008. Tuvo un logro parcial: puso en jaque al gobierno y aglutinó a la oposición.

Pero ahora la disputa es más abierta. Los empresarios se definen: de un lado o de otro, no hay más. El “modelo industrialista” de la UIA muestra sus discrepancias con los nostálgicos de los ’90, los pymes como los nucleados en la Central de Entidades Empresarias Nacionales (Ceen) buscarán expresar su versión del modelo el 4 y 5 de junio, en un encuentro regional para defender el empleo, el salario y el mercado interno contra lo que se viene: el tsunami de la crisis internacional. La CGT y la CTA se definen, no por el gobierno, pero sí del mismo lado en esa gran divisoria: en favor de un modelo con inclusión social.

Las alianzas que el Gobierno no logró construir, la realidad las va formando. La propuesta de volver al neoliberalismo es el espanto, un gran aglutinador no sólo en la literatura romántica.

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