Miércoles, 29 de noviembre de 2006 | Hoy
Los problemas estructurales de la ganadería argentina parecen condenarla a vivir de crisis en crisis cada vez que sube la demanda. Alta concentración y estancamiento productivo, los rasgos sin solución.
Por Raúl Dellatorre
En el reclamo de los productores ganaderos por recibir plenamente el resultado del aumento del precio internacional de la carne –del orden del 50 por ciento en el último año– está presente la conciencia de un sector que lleva una marca de origen: haber nacido como sector privilegiado de una Argentina que se sumaba al mundo, a fines del siglo XIX, con una especialización extrema en la producción primaria. Cincuenta años después, las condiciones de excepción dejaron de existir, el país había dejado de ser el granero del mundo para los centros imperiales y la producción de hacienda y de carnes empezó a estancarse. Eso sí, las condiciones monopólicas del negocio siguieron prevaleciendo.
Fue para esa época y durante las dos décadas posteriores –1950 a 1970– que se termina de conformar “el doble estándar” del sector: una producción ganadera y una industrialización “pensadas” en la exportación, y otra dirigida al consumo interno. La primera, más exigente en calidad y en condiciones sanitarias. La segunda, más laxa. La industria, sobre todo la de este segundo tramo, se atomizó. Pero la producción ganadera siguió estancada.
Según los estudios desarrollados en el Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios (CIEA), de la Facultad de Ciencias Económicas, por tres especialistas –Gabriela Martínez Dougnac, Gabriela Gresores y Eduardo Azcuy Ameghino–, los rasgos estructurales del sector siguen siendo los mismos desde hace décadas, marcándole el camino irremediable de vivir de crisis en crisis. “Cinco años atrás, nos preguntábamos, en el CIEA, frente a una coyuntura totalmente distinta, qué pasaría teniendo en cuenta las condiciones (de estancamiento) de la producción ganadera, si hubiera un aumento de la demanda interna y de las exportaciones, en qué medida se podría dar respuesta a una reactivación conjunta”, señaló Martínez Dougnac.
La situación hipotética aconteció. Y la cadena de la carne chocó con sus propias limitaciones. Uno de los rasgos más notorios de la historia reciente de la ganadería vacuna es el estancamiento productivo. Y no sólo por la evolución del stock (52 millones de cabezas), prácticamente inamovible en los últimos cincuenta años, sino porque además tampoco han mejorado sus índices de productividad: bajo rendimiento de kilogramos por hectárea, bajos índices de preñez y de extracción, baja incorporación de prácticas de manejo más modernas (alimentación, diagnóstico de preñez, inseminación artificial), que apenas recién en los últimos años empiezan a ser tenidas en cuenta por los productores más grandes. “El fenómeno de los feed-lots (alimentación intensiva) sigue siendo marginal”, aclara Martínez Dougnac.
El sector en su conjunto –productores y frigoríficos– asistió pasivamente al deterioro de su posición relativa en el mundo, viendo cómo las carnes perdían participación en el volumen total de exportaciones argentinas y las carnes argentinas, a su vez, quedaban relegadas a una mínima expresión en el comercio mundial de ese producto. Sin embargo, una alta proporción del stock se mantuvo concentrada en un reducido número de productores, ubicados además en las mejores tierras de la pampa húmeda. Y aquí aparece el segundo rasgo determinante de la cadena: el alto grado de concentración económica.
“Aunque según las cifras la ganadería parecería orientada principalmente al mercado interno, los más grandes jugadores del sector siguen con la mira puesta en la exportación”, apuntó Martínez Dougnac. ¿Esta característica incide en el tipo de política de producción del ganadero? Así parece, sobre todo en esos sectores más concentrados, aquellos con más poder económico que deberían ser los protagonistas del salto en la capacidad productiva. Desde la lógica de la ganancia, explica la especialista, los ganaderos pampeanos parecen creer que no existen razones para desarrollar tecnológicamente la cadena productiva. “Se podrá decir que tienen poco espíritu innovador, pero tal como están se aseguran la ganancia”, agrega Martínez Dougnac.
Con esa misma lógica, frente al aumento de precios internacionales, los ganaderos pampeanos no pueden aceptar que se les niegue el acceso a esa renta extraordinaria, aunque sea a expensas de una suba en los mostradores de las carnicerías. En su razonamiento, alguien se estaría quedando con lo que creen que “les corresponde”.
“Esta lógica económica, desde la razón de la ganancia individual, puede resultar en principio irrefutable, pero planteado desde las necesidades de la demanda, de la satisfacción de los consumidores, pierde toda racionalidad”, sostiene la especialista consultada. La cuestión es de qué forma se puede dar respuesta, desde la producción ganadera, a una creciente demanda del mercado externo sin afectar la oferta disponible para el mercado interno. Si el comportamiento de los grandes productores no resuelve el problema, ¿la política oficial está acertando en orientar la producción en ese camino?
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