Martes, 8 de julio de 2008 | Hoy
EL MUNDO › LA CRISIS DE LOS ALIMENTOS Y LA ENERGíA EN LA REUNIóN DEL G-8 EN JAPóN
La mayoría de los dirigentes de las ocho economías más importantes del mundo pasa por un momento político de debilidad y debe afrontar una de las peores crisis mundiales de la historia por el precio de los alimentos y del petróleo.
Por Fernando Gualdoni *
Desde Toyako, Japón
Seis de los ocho dirigentes del G-8 que se reúnen desde ayer en Japón son políticamente débiles y tienen en sus manos el deber de buscar paliativos para una de las peores crisis de la historia por la escalada del precio del petróleo y los alimentos. El panorama es muy sombrío. En países desarrollados como Italia, Francia o la propia España, los consumidores aún tendrán que pagar más por llenar el tanque de gasolina o la nevera. Muchos de ellos verán menguar el nivel de vida al que se han acostumbrado en los últimos años y todos serán testigos de una avalancha migratoria que intentará dejar atrás la hambruna y la pobreza. Sobre todo de inmigrantes originarios de Africa, región que alberga la gran mayoría de los 41 Estados que más sufrirán la crisis, según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) publicado el miércoles pasado.
La esperanza de una reacción o un mensaje fuerte contra la crisis de Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia (los miembros del G8) es poca. No obstante, no todo está perdido entre hoy y mañana, cuando la reunión finaliza. El principal obstáculo para que suceda es la propia situación de precariedad de las potencias. Ninguno de los países más ricos del planeta está en disposición de tirar del carro como lo hizo Wa-shington en la crisis financiera de 1998.
El entonces presidente, Bill Clinton, y un más que experimentado jefe de la Reserva Federal, Alan Greenspan, convirtieron a Estados Unidos en el gran comprador de casi todo lo que se producía en el mundo. Para el año 2000, el comercio internacional había pegado ya un repunte histórico.
De los ocho dirigentes actuales, sólo el presidente ruso, Dmitri Medvédev, supera de media el 40 por ciento de popularidad, según una reciente encuesta de la agencia Reuters. La canciller alemana, Angela Merkel, es entre el resto la que mejor sale parada, pero no tanto como para pensar en que Alemania puede tomar el timón.
George W. Bush, que el domingo cumplió 62 años, no sólo es el más impopular, sino que deja el poder dentro de siete meses. Los primeros ministros de Japón, Yasuo Fukuda, y de Canadá, Stephen Harper –ambos conservadores–, gobiernan en minoría y con una fuerte oposición parlamentaria. Su par británico, Gordon Brown, no pudo haber tenido un peor primer año de mandato. Su partido, el laborista, ha perdido varias elecciones clave, entre ellas la alcaldía de Londres, y los sondeos auguran su derrota en las generales de 2010.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, viene precedido por su férrea oposición desde la presidencia de turno de la Unión Europea (UE) a la eliminación de los subsidios a la producción y exportación agrarias europeas, una política que muchos ven –incluyendo algunos de sus socios del G-8– como un freno al alivio de la situación de los alimentos, porque perjudica seriamente la explotación y ventas agrarias de los países pobres y en vías de desarrollo.
Paradójicamente, es la primera vez en mucho tiempo que Italia llega a la cumbre del G-8 con un gobierno fuerte. El problema es que este Ejecutivo está encabezado por el magnate Silvio Berlusconi, que desde que asumió, el pasado abril, sólo se ha ocupado de salvar su pellejo de la Justicia italiana y de impulsar una caza de brujas contra los inmigrantes. En una encuesta de WorldPublicOpinion.org hecha recientemente en 20 países y publicada en Newsweek, los dirigentes del mundo más valorados son el primer ministro ruso y padre político de Medvédev, Vladimir Putin, y el presidente chino, Hu Jintao. La admiración por ambos autócratas, según los expertos consultados por la revista, se debe a que “la gente percibe que los serios problemas que aquejan al mundo están más allá del control de cualquier dirigente” y que, entre todos ellos, “sólo los más fuertes podrán hacer algo”.
Existe la sensación de que no hay ningún líder capaz de pensar en una solución global para paliar la fuerte subida de los precios de los alimentos que amenaza la vida de 862 millones de personas, la escalada del crudo, la pobreza africana o el cambio climático. Y todos ellos son temas centrales de la cumbre de Toyako. Sarkozy, antes de salir de París hacia Japón, declaró que ya “no era razonable seguir reuniendo al G-8 para solucionar los grandes asuntos del mundo, olvidando a China e India, y sin tener ningún país árabe, africano o de América latina”. La idea de que el G-8 ha quedado anticuado, aparte de ser políticamente débil, era la más comentada el domingo en el centro de prensa en Toyako, entre los analistas y periodistas que iban llegando para acreditarse.
El pasado jueves, el columnista William Drozdiak solicitó desde las páginas del Financial Times al próximo presidente de Estados Unidos, ya sea Barack Obama o John McCain, que acabe con las reuniones del G-8 y las reemplace por las del G-20, un grupo que representa a dos tercios de la población mundial y el 90 por ciento de toda la actividad económica.
El G-20, creado en el año 1999, es 24 años más joven que el club de los ricos e incluye a China, India, Brasil, Argentina, Sudáfrica y Arabia Saudí, entre otros. Con la subida de los precios del petróleo, los saudíes sin duda ganaron peso geopolítico, tanto en la región del golfo Pérsico como en el resto de Oriente Próximo. India, Brasil y Argentina –si soluciona sus problemas internos– están llamados a ser las futuras potencias agroalimentarias, tan importantes para el mundo como los grandes productores y exportadores de crudo. Tal vez una reunión anual de los países más ricos con estas potencias emergentes sea el primer paso hacia la resolución de muchos problemas del mundo.
Por su parte, los dirigentes del llamado G-5, integrado por México, Brasil, China, India y Su-dáfrica, se reunirán en la localidad olímpica japonesa de Sapporo para preparar conjuntamente su encuentro con el G-8. Estos países exigen compromisos concretos de las grandes potencias en la lucha contra el cambio climático.
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
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