Miércoles, 21 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › MILLONES SE EMOCIONARON EN LA CEREMONIA DE ASUNCION DEL PRIMER NEGRO EN OCUPAR LA PRESIDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
Ante más de un millón de personas que lo escuchaban en las calles de Washington DC y otros muchos millones alrededor del mundo, el flamante presidente de EE.UU. llamó a “reconstruir América” para dejar atrás los “fracasos” de su predecesor.
Por Ernesto Semán
En apenas 18 minutos, Barack Obama puso en palabras el cambio que simboliza su llegada a la Casa Blanca y llamó a “reconstruir América” para dejar atrás los “fracasos” que caracterizaron la era de su predecesor. Ante más de un millón de personas que lo escuchaban en las calles de Washington DC y otros muchos millones alrededor del mundo, Obama juró como el 44 presidente de los Estados Unidos y puso en marcha un proceso de cambio inédito en la historia de este país.
Gente de todo Estados Unidos, sobre todo negros, llenaban el National Mall de Washington para participar de la asunción de Obama en las escalinatas del Congreso. La multitud había tomado centenares de cuadras, muchos de los visitantes caminaban por la superficie helada de la pileta central que nace bajo el monumento a Lincoln. En las principales ciudades de Estados Unidos, miles de personas se agruparon alrededor de pantallas gigantes para seguir las celebraciones, que arrancaron a la mañana y seguían hasta la noche. En las calles de Nueva York, frente a las pantallas instaladas en Harlem, en el patio central de la universidad de Columbia, bajo los carteles de Times Square o frente a una tienda de televisores en Brooklyn, la imagen de gente mayor, en su mayoría negros, llorando frente a la figura de Obama, fue una de las más repetidas.
Si lo de ayer tuvo su sobredosis de teatralidad, su momento más dramático fue apenas pasado el mediodía, cuando Obama juró como presidente, poniendo fin a ocho años de gobierno de George W. Bush y arrancando lo que parece ser un cambio de rumbo central en los Estados Unidos. El discurso inaugural frente a millones de personas y la totalidad del poder político, militar y económico de los Estados Unidos fue el primer testimonio en ese sentido. Afortunadamente, Obama evitó las referencias históricas explícitas (sólo citó a George Washington, sin mencionarlo por su nombre) y tuvo al menos dos características que lo diferenciaron de todos sus predecesores. Contra el tono celebratorio usual, pintó un panorama desolador de la situación económica y social de los Estados Unidos; y contra la reafirmación de las continuidades extremas, dedicó varios párrafos para criticar a su predecesor y reafirmar su propia asunción como un punto de ruptura importante.
Con Bush mirándolo a pocos metros, el nuevo presidente se tomó su tiempo para criticar a su predecesor y la era que representó. “Nuestra economía está seriamente debilitada, una consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad por parte de algunos, pero también de nuestro fracaso colectivo de tomar decisiones duras y preparar a la nación para una nueva era.” Reforzando mucho más la ruptura que la continuidad con la historia del país, el nuevo presidente se plantó al comienzo de un nuevo período: “A partir de hoy, tenemos que levantarnos, sacudirnos el polvo de encima y empezar a trabajar de nuevo en reconstruir América”. Obama anticipó un punto de partida a partir de hoy. “El estado de nuestra economía reclama acción: fuerte y rápido. Y actuaremos no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para poner nuevas bases para el crecimiento”, dijo al tiempo que la Bolsa mostraba una nueva caída. Casi confrontativo, su tono fue inusual pero no por eso menos esperable, al menos por el hecho de que buena parte del masivo apoyo que hoy tiene Obama se posa en parte en el rechazo igualmente abrumador a la gestión que acaba de terminar.
Su discurso fue, en general, el del presidente de un país sombrío. Obama pasó muy rápidamente por la liturgia nacionalista de los Estados Unidos –debe ser el discurso que menos referencias tuvo a las fuerzas armadas– y abundó mucho más en todo aquello que la “excepcionalidad norteamericana” suele poner en un segundo plano, empezando por las debilidades. “Hoy les digo que los desafíos que enfrentamos son reales, son serios, y son muchos. No serán fáciles de afrontar, ni será en un corto período de tiempo”, dijo. “Pero sepan esto: los superaremos.”
Ayer, Obama también fue el primer presidente desde Lyndon B. Johnson (1964) en dejar de lado la campaña anti-Estado. Frente a aquel slogan, “El Estado grande ha muerto”, que inauguró Ronald Reagan y repitieron desde entonces todos los presidentes de ambos partidos, el nuevo mandatario también tomó distancia: “La pregunta no es hoy si el Estado es muy grande o muy chico, sino si funciona, si ayuda a las familias a encontrar trabajos con salarios decentes, salud que puedan pagar, un retiro que sea digno”. Fue explícito en describir el panorama oscuro en el que está inmerso Estados Unidos: “Se han perdido hogares, se han recortado puestos de trabajo, se han cerrado comercios. Nuestro sistema de salud es muy costoso, nuestras escuelas fracasan demasiado, y cada día tenemos más evidencia de que la forma en la que usamos la energía fortalece a nuestros adversarios y amenaza nuestro planeta”.
El consenso enorme y el panorama desolador sobre el que está parado son las principales armas con las que Obama buscará lograr cuanto antes la aprobación de las primeras leyes para buscar el comienzo de la reactivación económica. El nuevo presidente ha sido explícito en su idea de que una parte importante de los paquetes de rescate financiero apunten a detener de inmediato los desalojos de las casas hipotecadas, que se multiplican cada día. Pero el Congreso, en este país, es una trepanadora de ilusiones, como si una institución pudiera concentrar toda simbología de la política como un espacio para detener el cambio. Obama deberá trabajar al mismo tiempo con y contra los partidos, y su repetida retórica en torno de las nuevas formas de participación política mucho tiene que ver con ese desafío cuyo éxito sólo podrá corroborarse en el futuro. Como signo promisorio, la masiva llegada a Washington de activistas y simpatizantes fue producto en su casi totalidad de la acción de organizaciones civiles y comunitarias no vinculadas al Partido Demócrata. La pregunta para Obama es cómo traducir esa enérgica vida social en votos en el Congreso, funcionarios públicos disciplinados con la gestión, gobernadores conectados con su proyecto político.
En verdad, el único cambio verificable de inmediato fue la retirada del poder de George W. Bush y Dick Cheney, lo que es de por sí un acontecimiento sin proporciones para la vida de este país que no ha parado de girar a la derecha desde hace décadas. Frente a la llegada del nuevo presidente, la imagen final de Cheney en silla de ruedas era casi demasiado buena como para ser cierta. El ex vicepresidente –probablemente el hombre más poderoso de Estados Unidos hasta hace 24 horas, y uno de los pocos que defendió en público el uso de tortura por parte de las fuerzas armadas norteamericanas– sufrió una lesión en la espalda mudándose a su nueva casa. Bush, en cambio, se retiró junto a su esposa en el helicóptero presidencial. Ocho años después de haber llegado al gobierno con la ayuda de la Corte Suprema y de haber liderado sobre una sociedad aterrorizada que osciló entre la reacción y la resignación, Bush pudo escuchar ayer repetidos abucheos, cada vez que su imagen aparecía en las pantallas en las calles de Washington. Más atrás se recortaba la silueta de la Casa Blanca –un edificio inspirado en las plantaciones del sur de los Estados Unidos–, a la espera de la entrada de Barack Obama.
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