Viernes, 30 de octubre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › EL PRESIDENTE NORTEAMERICANO ESTUVO EN LA BASE DOVER, A DONDE LLEGARON LOS ULTIMOS DIECIOCHO MUERTOS
La visita sólo subrayará cómo la guerra y su costo humano son la parte más difícil de su presidencia. “Es algo sobre lo que pienso cada día”, dijo el mandatario. Debe decidir si manda más efectivos.
Por Rupert Cornwell *
Saludando rígidamente, su saco inflado por el viento, el comandante en jefe contempló cómo pasaba frente a él el ataúd llevado por seis soldados del ejército vestidos con ropa de combate. O, para decirlo de otro modo, un presidente estadounidense estaba pasando una noche sin dormir, para experimentar el costo humano final de una guerra que, aunque pudo no desearlo, ahora es su responsabilidad. Mientras el miércoles se convertía en jueves, Barack Obama estuvo donde, en la memoria de los historiadores, ninguno de sus recientes predecesores había estado: en la base de la Fuerza Aérea Dover en Delaware, el lugar a donde llegan en su último regreso a casa los soldados muertos en guerras extranjeras. Esa noche hubo 18, todos de Afganistán.
Su visita había sido mantenida en secreto hasta el momento en que Obama llegó por helicóptero de la Casa Blanca, media hora después de medianoche. A un pequeño grupo de periodistas en el viaje de 160 kilómetros se les permitió ver el “traslado digno” –como lo llamó el ejército– de sólo uno de ellos: el sargento Dale Griffin de Indiana, que murió el martes cuando su vehículo fue impactado por una bomba al lado de un camino en el sur de Afganistán. Pero para cada uno de los otros se desarrolló la misma ceremonia. Ansioso por subrayar que estas ocasiones eran lúgubres y vacías, el ejército no las llama una “ceremonia”. Para todos los efectos, eso es lo que son.
Primero el presidente subió una rampa lentamente con una partida de oficiales para entrar a la panza del gran avión carguero C-17. Luego el grupo emergió para formar una hilera de honor, encabezada por el mandatario. Mientras él y los otros oficiales saludaban, el ataúd fue llevado hasta una camioneta blanca que lo transportaría hasta la morgue en la base. El ritual se repitió 17 veces, antes de que el presidente abordara finalmente su helicóptero y regresara a Washington, justo antes del amanecer.
Anteriormente, este año el Pentágono flexibilizó una prohibición, en ejercicio desde la Guerra del Golfo en 1991, sobre la cobertura de los medios del regreso de los muertos en la guerra. Ahora es responsabilidad de las familias decidir si permiten fotos e imágenes televisivas de los ataúdes de sus seres queridos cubiertos con la bandera de EE.UU.
El presidente George W. Bush, quien ordenó las guerras en Afganistán y en Irak, no era indiferente al destino de los hombres a quienes él mandó a la batalla. Pasó mucho tiempo con veteranos y familiares de los caídos, y visitó a los soldados heridos, muchos de ellos amputados, en el Hospital del Ejército Walter Reed. Pero nunca fue a Dover, y endureció la prohibición para reportar desde la base.
Para Obama, la visita sólo subrayará cómo la guerra y su costo humano son la parte más difícil de cualquier presidencia. “Es algo sobre lo que pienso cada día”, dijo ayer. Y pocas guerras imponen de-safíos más fuertes que Afganistán. El sargento Griffin era sólo uno de los 55 soldados que murieron ahí desde octubre, el mes más sangriento hasta hoy.
Pero, a pesar del sacrificio, este conflicto cada vez más impopular no tiene el fin a la vista. Hasta ahora duró ocho años, casi tanto como la participación directa de Estados Unidos en Vietnam, con el que es siempre comparado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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