Viernes, 27 de mayo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › LOS PAISES MAS RICOS DISCUTEN LOS EFECTOS DE LAS REVUELTAS EN AFRICA
La caída de las dictaduras como la de Mubarak y Ben Alí se instaló como tema en la cumbre, así como la elección del jefe del FMI, la crisis económica y la seguridad nuclear.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Las revoluciones árabes trastornaron la agenda de la cumbre del G-8 que se inició ayer en la localidad normanda de Deauville. El club de las ocho potencias más industrializadas del planeta no hará sino reiterar el guión de cumbres pasadas: mucha policía (12 mil policías desplegados en Deauville), muchas imágenes, largas declaraciones de intenciones y, al final, hechos poco tangibles, a menudo demasiado tímidos frente a las necesidades económicas o los imperativos geopolíticos. Regulación de Internet, crisis económica y seguridad nuclear eran los temas centrales de la cumbre, pero a éstos se le agregaron la urgencia de la elección de un nuevo director gerente del FMI y las revueltas en los países árabes. No caben muchas dudas de que en Deauville se sellará un pacto entre Europa y Estados Unidos para que los europeos conserven la dirección del Fondo Monetario Internacional. A su vez, la primavera árabe que destapó el cinismo desalmado de las potencias obligó al G-8 a integrar en sus discusiones las consecuencias de ese hecho planetario cuya erupción tomó tan desprevenidos a sus socios y, al principio, algunos de sus miembros apoyaron a los poderes corruptos que se estaban viniendo a pique bajo la presión popular.
La presidencia francesa apostó por una carta modesta. El palacio presidencial explicó que “el G-8 debe ser un lugar informal de discusiones francas sin anuncios espectaculares”. Más realista, el consejero especial de Nicolas Sarkozy, Henri Guaino, declaró “no vamos a rehacer el mundo”. La caída de los dictadores de Túnez, Ben Alí, de Egipto, Hosni Mubarak, las revueltas en curso en Yemen, Libia y Siria forzaron al G-8 a mirar el mundo de frente. Según explicó la presidencia francesa, el G-8 debería comprometerse en el camino de una “asociación estratégica de largo plazo” con las primaveras árabes. Pero esa asociación tiene un costo: son necesarios 10 mil millones de dólares para Túnez y 25 mil millones para Egipto a fin de consolidar las economías que se asoman a una democracia tambaleante. Se puede apostar, no obstante, que entre la simpatía que despiertan las revoluciones árabes y el cheque necesario para sostenerlas contra los lobos conservadores y contrarrevolucionarios que acechan a esas sociedades todo se quedará en palabras.
Los mismos líderes mundiales que se reúnen hoy y alaban los procesos de cambio en el mundo árabe se reunieron en años pasados y aportaron su caución a las autocracias cleptómanas que cayeron en 2011. Varios responsables tunecinos señalaron que la ayuda que el país necesita equivale al presupuesto que Estados Unidos gasta en sólo dos meses en Irak. El G-8 detenta un record colosal: sus miembros representan dos tercios del PIB del planeta y 50 por ciento del comercio mundial.
En el texto de la declaración final que trascendió ayer a la prensa el G-8 interpela a los gobiernos de Siria y Libia. Al primero le recomienda “poner término al uso de la fuerza y a la intimidación contra el pueblo sirio y entablar un diálogo y las reformas esenciales”.
Los ricos del mundo plasmaron una frase de consenso que no refleja sus quebrantos internos. En el seno del G-8 las posiciones divergen entre los occidentales, que abogan por la adopción de sanciones contra el régimen sirio, y Rusia que se opone a que la ONU apruebe un texto condenando la represión de las manifestaciones. En el párrafo dirigido a Khadafi la recomendación es similar pero agrega una declaración de voluntad de “apoyar una solución política que refleje la voluntad del pueblo”. En cuanto al diálogo israelo-palestino, el G-8 debería llamar a ambas partes a entablar “discusiones sustanciales y sin demora en vistas de un acuerdo marco sobre todas las cuestiones ligadas al estatuto final”.
Japón también recibe la atención solidaria del selecto club que mantiene el orden del mundo. La declaración final garantiza “la plena confianza en las capacidades de las autoridades japonesas en responder a los desafíos (los de la central nuclear de Fukushima) y en construir rápidamente las condiciones de la reactivación económica”.
Aunque figure en un texto oficial, los europeos pondrán todo su peso para obtener el apoyo de Estados Unidos y Japón a la candidatura de la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, quien aspira a dirigir el Fondo Monetario Internacional. En lo que fue uno de los principales temas de la convocatoria de la cumbre francesa, a saber, Internet, el texto de la declaración final adelantado por las agencias de prensa resalta que “por primera vez a nivel de dirigentes (...) nos pusimos de acuerdo sobre cierto número de principios, entre ellos la libertad, el respeto de la vida privada y de la propiedad intelectual (...), la cíber seguridad y la protección contra el crimen, esenciales para un Internet floreciente”. Los megalíderes del G-8 recibieron una serie de recomendaciones elaboradas durante dos días en París por los mayores actores de la economía numérica a lo largo de lo que se llamó la cumbre del e-G8. El resumen de las propuestas está cargo, entre los 8 papas de Internet que hablan en Deauville, del presidente de Google, Eric Schmidt, y de Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook.
La cumbre de Deauville es paradójica por dos perfiles. El primero: los grandes temas de regulación económica y financiera se tratarán en noviembre en la cumbre del G-20, que reúne a los emergentes, entre ellos la Argentina. Ello deja fuera de este club de ricos una buena parte de las decisiones mundiales. El segundo: todos los miembros del G-8, menos Canadá y Rusia, ambos protegidos por el precio alucinante de las materias primas, están endeudados hasta la sombra. La deuda pública de Japón equivale al 200 por ciento de su PIB, la de Estados Unidos llega al 90 por ciento, la de Alemania es de 82 por ciento, la del Reino Unido equivale al 80 por ciento de su PIB, la de Francia 81,7 por ciento y la de Italia 119 por ciento. Frente a este cuadro, la deuda pública de los países emergentes más activos (China, Brasil, India, Africa del Sur, Indonesia), es irrisoria: el promedio es de apenas 34 por ciento. Un norte súper endeudado y lujurioso y un sur con poca deuda y bolsones de pobreza y fallas en el reparto de las riquezas, esa es la nueva configuración del mundo. En ese espacio contradictorio el G-8 trata de elaborar una nueva legitimidad. La velocidad de las evoluciones planetarias y el conservatismo de sus dirigentes pueden dejar al G-8 como a uno de esos personajes memorables de los dibujos animados de Tex Avery: corren hasta el borde del precipicio y siguen a toda velocidad sobre el vacío: recién caen al abismo cuando se dan cuenta de que debajo de sus pies no hay nada.
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