EL MUNDO › COMO SE CONTAGIO EL VIRUS DE LA NEUMONIA ASIATICA A LA POLITICA Y LA ECONOMIA EN CHINA

Vivir con la peste en una sociedad bajo mordaza

La epidemia de la neumonía asiática (o SARS, por sus siglas en inglés) sobrepasó la marca de los 5000 infectados, según la un inform de ayer de la Organización Mundial de la Salud, y no muestra signos de amainar. Y está provocando un profundo terremoto político y económico en China, que es su epicentro y punto de origen.

Por José Reinoso *
Desde Pekín

La neumonía asiática ha sacudido las estructuras políticas de China. El tradicional hermetismo de un Estado autoritario ha saltado por los aires ante la crisis social que ha supuesto la epidemia. Los dirigentes chinos, que descubrieron que el Estado de derecho ayudaba a que funcionase la economía, pueden descubrir ahora que la transparencia informativa es imprescindible para hacer frente a las emergencias nacionales.
“He venido a afrontar la realidad y el mundo. Me pesa el corazón. Por favor, tengan fe en el gobierno y el pueblo chino.” La frase, pronunciada por Wen Jiabao, hace dos semanas en Bangkok, en el que ha sido su primer viaje al extranjero como primer ministro, revela hasta qué punto la crisis provocada por la epidemia de neumonía asiática ha sacudido la estructura social, política y económica, y ha minado la credibilidad del país. La dijo ante la prensa con ocasión de la cumbre de emergencia de líderes de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) convocada para tratar sobre la epidemia, en la que participaron también China y Hong Kong. Con ella intentaba responder a las acusaciones que le han llegado de todo el mundo por el hermetismo con que Pekín ha abordado la enfermedad desde que surgió en la provincia de Guangdong.
Cuando el pasado noviembre detectó el primer caso de lo que más tarde se llamaría síndrome respiratorio agudo grave (SARS), China finalizaba un período de transición. Nada de purgas, nada de asesinatos, sino una transición ordenada, resultado de un medido equilibrio de fuerzas dentro del partido, que llevaría a ampliar el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central, el máximo órgano de poder del país, de siete a nueve miembros.
Hu Jintao, designado por Deng Xiaoping como sucesor de Jiang Zemin en 1992, llegaba a la secretaría general del partido y cuatro meses después lo haría a la presidencia del país. La máquina del PBI chino rodaba a una velocidad de crecimiento del 8 por ciento para 2002 y un 7 por ciento previsto para 2003. Pese a que los desafíos estaban ahí –proseguir la liberalización de la economía, hacer frente al desempleo y la corrupción, disminuir la brecha creciente entre ricos y pobres, entre el campo y la ciudad y entre las ciudades costeras y el interior–, el futuro se presentaba promisorio para el nuevo equipo dirigente. China volaba hacia la modernidad. Y como muestra de esta ansia de ocupar un lugar de prestigio en el mundo, lanzaría una misión tripulada al espacio antes de finales de este año. ¿Qué mejor forma de ganar prestigio ante el mundo que formar parte del selecto grupo de los que han contemplado la Tierra desde el infinito? ¿No era el emperador el Hijo del Cielo?
Y entonces, llegó el coronavirus. Durante los primeros meses de la crisis, Pekín se refugió en la ocultación y la censura informativa debido al desconocimiento que existía sobre esta nueva enfermedad y, principalmente, al intento de las autoridades de mantener la estabilidad social. Los líderes del partido habían cambiado en noviembre, pero el gobierno seguía siendo el mismo. No habría relevo hasta que se celebrase la X Asamblea Popular Nacional. Esta tuvo lugar entre el 5 y el 18 de marzo. Jiang Zemin cedió la presidencia del país a Hu Jintao, y Wen Jiabao fue nombrado primer ministro en sustitución de Zhu Rongji. Mientras tanto, la neumonía se extendía por el país, principalmente en Guangdong y Pekín, infectando no sólo a la población, sino también la economía.
Hong Kong, con su régimen independiente de “un país, dos sistemas”, acordado tras salir del paraguas del Reino Unido en 1997, batallaba a conciencia y con transparencia con el virus, que había llegado en febrero procedente de la vecina Guangdong. Era otra historia. Durante semanas, el Ministerio de Sanidad chino, con Zhang Wenkang a la cabeza, aseguró que lasituación estaba controlada, y que el número de 305 infectados y cinco fallecidos anunciados en febrero en Guangdong permanecía estable.
El 16 de abril, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pone el dedo en la llaga. “Ha habido casos de SARS de los que (las autoridades chinas) no han informado oficialmente, de esto no hay duda. Los militares parecen tener su propio sistema, que no está conectado actualmente con el municipal”, dice Wolfgang Preiser, uno de los expertos de la OMS que investigan en China la epidemia. “De acuerdo con la ley china, los militares no informan a las autoridades civiles”, añade Henk Bekedam, director de la organización en Pekín. Y anuncia que en la capital hay más de 200 infectados, frente a los 37, más cuatro fallecidos, que se han anunciado de forma oficial. China oculta la verdad. La compleja organización gubernamental de la ciudad sale a la luz. Pocos días antes, Ma Xiaowei, viceministro de Sanidad, había acusado a algunos médicos locales que habían denunciado la grave situación existente de no estar debidamente informados.
El 17 de abril, al día siguiente de las declaraciones de la OMS, el Comité Permanente del Buró Político, órgano compuesto por nueve miembros, se reunió por primera vez para afrontar la crisis y –acosado por las críticas internacionales, la propagación de la neumonía atípica y las consecuencias económicas– decidió sacudir las pesadas estructuras gubernamentales y afrontar un problema que se le estaba yendo de las manos y amenazaba con crear la inestabilidad que tanto teme. El sistema político chino recibió una descarga y declaró prioritaria la lucha contra la neumonía.
Cabezas que ruedan
Días después, Zhang Wenkang, ministro de Sanidad, y Meng Xuenong, alcalde de Pekín, pierden sus cargos en el partido y acto seguido son destituidos de sus puestos gubernamentales por incompetencia. La viceprimera ministra Wu Yi, conocida como la Dama de Hierro, asume la cartera de Sanidad y lanza un ataque frontal contra el coronavirus, responsable de la infección.
No es la única dimisión: oficiales de varias provincias corren la misma suerte. En Changsha, en la provincia central de Hunan, son despedidos el director y el secretario del partido del centro de prevención y control de enfermedades. En Mongolia Interior les ocurre lo mismo a nueve funcionarios que abandonaron su trabajo para ir al médico en Pekín porque sospechaban que se habían contagiado con el virus.
El ejército comienza, por fin, a suministrar datos sobre el número de afectados en sus hospitales. Al fin y al cabo, Hu Jintao es vicepresidente de la Comisión Militar Central, cuya presidencia se ha reservado Jiang Zemin en la X Asamblea Popular Nacional. El veterano dirigente sigue manteniendo las riendas del poder desde su atalaya militar, como también hiciera Deng Xiaoping.
Según reconoció más tarde Gao Qiang, viceministro de Sanidad, cuando el gobierno decidió emprender la vía de la transparencia, los pacientes estaban internados en más de 70 hospitales pertenecientes a diferentes órganos de poder y la comunicación entre unos y otros no había circulado.
En Pekín hay 175 hospitales de segundo o mayor grado. De ellos, 131 son de nivel municipal, de distrito y de condado; 14 pertenecen al Ministerio de Sanidad y al Ministerio de Educación, 16 son dirigidos por el ejército y las Fuerzas Armadas, y 14 pertenecen a varias empresas. La gestión de la información, según Gao, fue un caos, impulsado por la falta de preparación del ministerio para hacer frente a situaciones de emergencia como la que se había producido. “Uno de los problemas ha sido el grado de descentralización que tiene China en materia sanitaria”, dicen fuentes diplomáticas europeas, “unos hospitales son municipales, otrosprovinciales, otros de empresas”. “El problema es que China sigue siendo un país en vías de desarrollo, con sectores muy atrasados como la sanidad”, dice un observador político.
La destitución del ministro y el alcalde acerca Pekín a Occidente. Varios dirigentes del gobierno piden disculpas. Pero la credibilidad del país ya está herida. Muchos chinos de la creciente clase media no creen a sus dirigentes, pero tampoco les creen las miles de empresas occidentales que el año pasado invirtieron más de 50.000 millones de dólares en el país.
El estallido de la crisis somete a prueba a un gobierno que lleva poco más de un mes en el poder y que tiene que responder al peor daño que se ha hecho a la imagen del país desde las manifestaciones y la matanza de Tiananmen en 1989. Pero lo ocurrido no sorprende a los conocedores de los arcanos del Imperio del Centro. “La clave del sistema de respuesta de emergencia chino siempre ha sido ocultar la información –escribió recientemente en un artículo Bao Tong, antiguo miembro del Buró Político, purgado por apoyar las protestas de Tiananmen, y que se encuentra en arresto domiciliario–. Tan pronto ocurre algo, el primer paso que dan el partido y el gobierno es sopesar lo que se puede hacer para mantenerlo en secreto.” Y esto ocurre a todos los niveles, desde el municipal hasta el provincial. De ahí las amenazas del primer ministro, Wen Jiabao, de “castigar severamente” a quienes oculten o pongan trabas a la recolección de información sobre la neumonía asiática, como resultado de la reunión mantenida por el Comité Permanente del Buró Político.
Los economistas han advertido que la neumonía puede costar a China hasta 1,5 punto de crecimiento, debido a la caída del turismo y la ralentización de la actividad económica. China reconoce que un crecimiento inferior al 7 por ciento le impedirá absorber la mano de obra procedente de los millones de empresas en reestructuración y le creará problemas.
La entrada en la OMC a finales de 2001 no sólo ha internacionalizado la economía china, sino también las emergencias como la actual. En un mundo cada vez más interconectado, los virus viajan tan rápido o más que las mercancías en las bodegas de los aviones.
Una neumonía, dos sistemas
Durante esta crisis, ha quedado de manifiesto que entre China continental y Hong Kong hay mucho más que una frontera y una calificación de región administrativa especial que ha permitido a la ex colonia funcionar bajo el régimen de “un país dos sistemas” desde el regreso a la madre patria, hace casi seis años.
A finales de febrero llegaba el virus a Hong Kong de mano de un médico chino de la provincia de Guangdong. Poco después, el territorio que administra Tung Che Hwa declaraba el zafarrancho de combate contra una enfermedad que en pocos días iba asestar un duro golpe al sistema sanitario y a la economía, que ya atravesaba dificultades, y a sumir a la ciudad en un ambiente de ataque bacteriológico. La transparencia informativa en la ex colonia, con campañas de comunicación públicas, ruedas de prensa diarias o programas en la radio es un claro reflejo de la diferencia que separa los dos sistemas. Sin embargo, sus dirigentes no parecen estar tan lejos.
El sábado 12 de abril, Tung y el presidente chino, Hu Jintao, se reunieron en la ciudad fronteriza de Shenzhen para hablar sobre la epidemia. Durante esa reunión, el jefe de gobierno hongkonés informó al mandatario de Pekín sobre la situación sanitaria en el territorio, las implicaciones sociales y económicas y las medidas para combatir la enfermedad.
Además, hizo una declaración que resonó frente a las que se estaban oyendo esos días en la capital china. “No se puede decir en este momentoque la situación esté bajo control efectivo”, dijo Tung. Lo contrario que decía el ministro de Sanidad chino, Zhang Wenkang. Ese mismo fin de semana, Hu Jintao y el primer ministro, Wen Jiabao, calificaron de “grave” la situación en el continente. El jueves siguiente se produjo la reunión de emergencia del Comité Permanente del Buró Político en la que Hu instó a todos los miembros del partido y a los funcionarios del gobierno a convertir en prioritario el control de la neumonía.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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Niños de una escuela primaria en Hong Kong esperan el inicio de una clase con los ya omnipresentes barbijos para prevenir el contagio.
 
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