Sábado, 7 de diciembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por el arzobispo Desmond Tutu *
La pasión de Madiba por la igualdad y la democracia, y por la posibilidad de que todos gocen de los mismos derechos, fue iluminada en un grado muy considerable por la enseñanza bíblica del valor infinito de cada uno, por ser todos creados en la imagen de Dios.
No tenía nada que ver con atributos intrínsecos o circunstancias como la etnicidad, el color de la piel o la posición social. Era un fenómeno universal y esta dignidad, libertad e igualdad de todos eran cosas por las que estaba dispuesto a luchar y vivir. Y, si era necesario, estaba preparado a morir por ellas. Su oposición a la injusticia, el racismo y la opresión no era por lo tanto política o ideológica sino en un sentido muy real, también profundamente religiosa.
El cumplimiento de esto era una pasión por la libertad, el no racismo y la rectitud que sería consagrada en nuestra magnífica constitución, que asegura que ese legado vivirá para siempre. Estaba templado en el fuego de la adversidad. Todo lo que soportó en la época en que era un escurridizo Pimpinela Negro, con una escasa vida familiar y los 27 años de encarcelamiento, fueron importantes en el forjado del hombre. Le dieron una nueva profundidad, le ayudaron a ser más comprensivo con las flaquezas de otros, a ser generoso, más tolerante y magnánimo, y le dieron una credibilidad e integridad inexpugnable para poder ser lo que fue cuando emergió de prisión, deseoso de tender una mano de amistad a sus ex adversarios y ser generoso al vencerlos. Comprendió que un enemigo es un amigo que espera ser aceptado, de manera que quiso que su ex guardiacárcel blanco asistiera a su inauguración presidencial como invitado VIP; y que Percy Yutar, el fiscal del juicio de Rivonia en que fue sentenciado a perpetua, el abogado que había pedido la sentencia de muerte, viniera a almorzar con él a la presidencia. También era capaz de visitar a la viuda del Dr. Verwoerd, el arquitecto del apartheid, a tomar el té porque ella no podía ir a la presidencia.
Este “ex terrorista” podía tener comiendo de su mano a muchos que pensaban que todavía era el Enemigo Público Nº 1. Asombró a todos con una corporización espectacular de la magnanimidad y el perdón, y salvó a nuestra tierra del baño de sangre que la mayoría había predecido sería nuestra suerte al resolver el problema de la despiadada opresión del apartheid en la inmensa mayoría de la población. El sufrimiento puede amargar, pero también puede ennoblecer, y Dios nos bendijo y mucho cuando esto último pasó en el caso de Madiba.
Creció en estatura moral como creció en atributos y tolerancia. Trataba de ver el punto de vista del otro y también estaba dispuesto a hacer concesiones y buscar lo que a menudo nos ayuda a sacar las castañas del fuego.
Fue escrupuloso en mostrar un profundo respeto por todas las creencias que podían encontrarse en nuestro país. Después de que fue ungido por el Parlamento como nuestro primer presidente democráticamente electo, el 9 de mayo de 1994, el viernes fue a una mezquita, el sábado a una sinagoga y el domingo a un servicio interdenominacional en el Estadio FNB en Soweto. En su ceremonia de inauguración, las oraciones fueron ofrecidas por ministros musulmanes, judíos, hindúes y cristianos.
El espíritu de tolerancia está ahora consagrado en la costumbre de que el Parlamento comience cada día con un período de silencio para permitir a cada uno ser coherente con su fe o falta de ella. Reemplaza las cosas en la forma en que eran hechas antiguamente, en el Parlamento blanco, cuando las oraciones cristianas estaban a la orden del día, a pesar de que unos pocos miembros eran judíos.
El respeto por las cosas que otros respetan es una preciosa parte del legado que este gran hombre nos deja y es una tremenda contribución al futuro que queremos ver, particularmente en un momento en que el fundamentalismo religioso de todo tipo amenaza la paz del mundo.
* Primado de la Iglesia Anglicana en Africa Meridional, ex titular de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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