Hablar de los niños muertos en la Franja de Gaza fue demasiado para Chris Gunness, un vocero de la ONU, quien se quebró durante una entrevista televisada con la cadena Al Jazeera, en el momento en que describía el devastador impacto humano de los combates en la Franja. Su llanto descontrolado fue el corolario de un día entero de estar explicando a los medios el horror atestiguado en una escuela bombardeada. Ese fue el costo emocional que atraviesan los trabajadores humanitarios, en particular el personal del organismo internacional que trata de proteger a la población civil palestina que se agolpa en sus escuelas como si fueran refugios. La agencia de la ONU para los refugiados palestinos, la Unrwa, informó que alrededor de 250.000 palestinos tuvieron que abandonar sus casas y, entre ellos, unos 236.000 buscaron refugio en sus escuelas y edificios. Ante tamaña situación humanitaria, y en una comunicación de inusual dureza, la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, acusó a Israel de cometer crímenes de guerra al atacar hospitales y escuelas.