Sábado, 20 de septiembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Ariel Dorfman *
Para quienes dudan del poder de la literatura para influenciar dramáticamente acontecimientos políticos de gran magnitud, basta con invocar hoy la sombra de Robert Burns, el imperecedero poeta escocés del siglo XVIII. Se podría aventurar que si no fuera por su voz perdurable y sonora y recurrente, el voto por la independencia que sus compatriotas acaban de rechazar por un margen de diez puntos hubiera sido mucho mayor. Incluso es posible que, sin sus poemas, no se hubiese llevado a cabo referéndum alguno.
Burns goza de ubicuidad en su tierra nativa, todavía labrando las modulaciones y sueños y lengua de cada hombre y mujer de Escocia. Con mi esposa Angélica hemos oído sus canciones entonadas en tabernas desde Glasgow a Inverness, y sus versos de amor tan profanos cayendo de los labios de amigos en Edimburgo y St. Andrews. Hemos reconocido en los Highlands las rocas y campos, las colinas y los rostros batidos por el viento que inmortalizó. Pero Burns está presente sobre todo en las cadencias coloquiales y ritmos del habla misma con que conversan hoy los habitantes de Escocia, viejos y jóvenes, enamorados de todo tipo, gente de todas las clases sociales. Al agitar el alma con memorias del heroico Robert the Bruce y las flores amarillas de las montañas del Norte, al componer odas al haggis, esa comida indigerible para los extranjeros, así como a un ratoncito a punto de perder su nido y hogar, Burns ayudó a cimentar en sus conciudadanos el orgullo forjado por la dura historia que les tocó y por la tierra accidentada con que bendijeron cada amanecer, creando el manantial de una identidad nacional y anticipando quizás el día en que su estirpe iba a decidir si deseaba romper lazos con la gran Unión británica dentro de la cual nació el vate en 1759.
Tal vez, como era rebelde y admirador de la Revolución Francesa, este bardo hubiera simpatizado con las aspiraciones nacionalistas que fomentó un grupo insigne de poetas del siglo XIX, cuyos versos fueron parte esencial de la búsqueda de soberanía en sus respectivos países: Sandor Petofi en Hungría, Adam Mickiewicz en Polonia, José Martí en Cuba, Bonaventura Carles Aribau en Cataluña, Nguyen Dinh Chieu en Vietnam. Tal vez, de haber nacido en aquella época turbulenta, también él hubiera llamado en forma mesiánica y profética a exigir la total independencia. Lo que podemos afirmar con certeza, sin embargo, es que nada había de chauvinista ni estrecho en su visión de la humanidad. Sus poemas han sido traducidos a innumerables idiomas y venerados por muchos que, como yo, no tienen ni una pizca de sangre escocesa en las venas. Y, naturalmente, Burns amaba las estrofas y los autores y las novelas inglesas, y escribía y hablaba esa lengua con la mayor perfección y elegancia, siendo todavía hoy, paradójicamente, parte integral del canon de la literatura británica.
No obstante lo cual es igualmente cierto que urgía a sus coterráneos a que escucharan “los salvajes efluvios del corazón”, the wild effusions of the heart, un consejo que muchísimos de ellos parecen haber seguido con entusiasmo. La mayoría de los observadores del referéndum sugiere que quienes votaron por el “sí” lo hicieron justamente desde la plenitud del corazón, el corazón que animó Robert Burns con sus versos tan poderosos y llenos de amor por el genio poético de su patria.
Ahora que se ha acabado esta confrontación electoral y están por comenzar otras contiendas y negociaciones, ahora que se requiere una mirada racional y calculadora junto a manos que saben sanar, Burns todavía alberga un último mensaje para ambos lados de su país amargamente escindido. Me lo imagino cantando su canción más famosa, “Auld Lang Syne”. En castellano la conocemos como “Llegó la hora de decir adiós, decir adiós”, pero en esa combinación de dialecto escocés e inglés con que él la rescató del olvido habla de los viejos tiempos que se han ido, y es probable, si ponemos atención, que esté diciéndonos, más allá de la muerte, que, en honor a esos tiempos que se fueron y no han de volver, for auld lang syne, sería hora de “tomarse una copa de hermandad”, amigas y amigos míos del siglo XXI, drink a cup of kindness now, no se olviden de beberse aquella copa de la hermandad.
* El último libro de Ariel Dorfman es Entre sueños y traidores: un strip-tease del exilio.
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