Viernes, 16 de enero de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Boaventura de Sousa Santos
El terrible crimen cometido contra los periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo hace muy difícil un análisis sereno de lo que está implicado en este acto bárbaro, de su contexto y precedentes, así como de su impacto y repercusiones futuras. Sin embargo, este análisis es urgente, bajo pena de continuar avivando un fuego que mañana puede alcanzar a las escuelas de nuestros hijos, nuestras casas, nuestras instituciones y nuestras conciencias. Las siguientes son algunas ideas para ese análisis.
- La lucha contra el terrorismo, la tortura y la democracia. No se pueden establecer nexos directos entre la tragedia de Charlie Hebdo y la lucha contra el terrorismo que los Estados Unidos y sus aliados están ejecutando desde el 11 de septiembre de 2001. Pero es sabido que la extrema agresividad de Occidente ha causado la muerte de muchos millares de civiles inocentes (casi todos musulmanes) y ha sometido a niveles de tortura de una violencia increíble a jóvenes musulmanes contra los cuales las sospechas son meramente especulativas, como consta en el reciente informe presentado al Congreso norteamericano. Y también es sabido que muchos jóvenes islámicos radicales declaran que su radicalización nació de la revuelta contra tanta violencia impune. Ante esto debemos reflexionar si el camino para frenar la espiral de violencia es continuar con las mismas políticas que la han alimentado como ahora es demasiado evidente.
La respuesta francesa al ataque muestra que la normalidad constitucional democrática está suspendida y que un estado de sitio no declarado está en vigor, que los criminales de este tipo, en lugar de ser apresados y juzgados, deben ser abatidos, que este hecho no representa aparentemente ninguna contradicción con los valores occidentales. Entramos en un clima de guerra civil de baja intensidad. ¿Quién gana con esto en Europa? Ciertamente, no los partidos de izquierda como Podemos en España o Syriza en Grecia.
- La libertad de expresión. Es un bien precioso pero tiene límites, y la verdad es que, en su inmensa mayoría, esos límites son impuestos por aquellos que defienden la libertad sin límites, siempre y cuando sea “su” libertad. Hay muchos ejemplos de estos límites: si en Inglaterra un manifestante dice que David Cameron tiene sangre en las manos, puede ir preso; en Francia, las mujeres islámicas no pueden usar el hiyab; en 2008, el dibujante Maurice Siné fue despedido de Charlie Hebdo por haber escrito una crónica supuestamente antisemita. Esto significa que los límites existen, pero son diferentes para diferentes grupos de interés. Por ejemplo, en América latina, los grandes medios, controlados por familias oligárquicas y por el gran capital, son los que más claman por la libertad de expresión sin límites para descalificar a los gobiernos progresistas y ocultar todo lo bueno que estos gobiernos han hecho por el bienestar de los más pobres.
Aparentemente, Charlie Hebdo no reconocía límites para descalificar a los musulmanes, incluso cuando muchos de sus dibujos fueran propaganda racista y alimentasen la ola islamofóbica y antiinmigrante que avasalla a Francia y, en general, a Europa. Además de muchos dibujos con el Profeta en poses pornográficas, uno de ellos, bien aprovechado por la extrema derecha, mostraba un conjunto de mujeres musulmanas embarazadas, presentadas como esclavas sexuales de Boko Haram que, apuntando a sus vientres, pedían que no les fuese retirado el subsidio social por embarazo. De un golpe, se estigmatizaba al Islam, a las mujeres y al Estado de bie-nestar social. Obviamente que, a lo largo de los años, la mayor comunidad islámica de Europa se fue sintiendo ofendida por esta línea editorial, aunque fue igualmente inmediato su repudio ante este crimen bárbaro. Debemos, pues, reflexionar sobre las contradicciones y asimetrías de los valores que creemos son universales.
- La tolerancia y los “valores occidentales”. El contexto en que ocurrió el crimen es dominado por dos corrientes de opinión, ninguna de ellas favorable a la construcción de una Europa inclusiva e intercultural. La más radical es frontalmente islamofóbica y antiinmigrante. Es la línea dura de la extrema derecha en toda Europa y de la derecha cuando se ve amenazada por elecciones próximas (el caso de Antonis Samarás en Grecia). Para esta corriente, los enemigos de la civilización europea están entre “nosotros”, nos odian, tienen pasaportes de nuestros países; y esta situación solo se resuelve liberándonos de ellos. La pulsión antiinmigrante es evidente.
- La otra corriente es la de la tolerancia. Estas poblaciones son muy distintas de nosotros, son una carga, pero tenemos que “aguantarlas”, hasta porque son útiles; aunque solo debemos hacerlo si ellas son moderadas y asimilan nuestros valores. Pero, ¿qué son los “valores occidentales”? Luego de muchos siglos de atrocidades cometidas en nombre de estos valores dentro y fuera de Europa –de la violencia colonial a las dos guerras mundiales– se exige algún cuidado y mucha reflexión sobre lo que son esos valores y por qué razón, de acuerdo con los contextos, ora se afirman unos ora se afirman otros.
Por ejemplo, nadie pone hoy en duda el valor de la libertad, pero no puede decirse lo mismo de los valores de la igualdad y la fraternidad. Fueron estos dos valores los que fundaron el Estado social de bienestar que dominó la Europa democrática después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en los últimos años, la protección social, que garantizaba niveles más altos de integración social, comenzó a ser puesta en cuestión por los políticos conservadores y hoy es concebida como un lujo inaccesible para los partidos del llamado “arco de gobernabilidad”. La crisis social causada por la erosión de la protección social y por el aumento del desempleo entre jóvenes, ¿no será leña para el fuego del radicalismo por parte de los jóvenes que, más allá del desempleo, sufren la discriminación étnico-religiosa?
- El choque de fanatismos, no de civilizaciones. No estamos ante un choque de civilizaciones, incluso porque la cristiana tiene las mismas raíces que la islámica. Estamos ante un choque de fanatismos, aunque algunos de ellos no aparezcan como tales porque nos son más próximos. La historia muestra cómo muchos de los fanatismos y sus choques estuvieron relacionados con intereses económicos y políticos que, en realidad, nunca beneficiaron a los que más sufrieron con tales fanatismos. En Europa y sus áreas de influencia es el caso de las cruzadas, de la Inquisición, de la evangelización de las poblaciones colonizadas, de las guerras religiosas y de Irlanda del Norte. Fuera de Europa, una religión tan pacífica como el budismo legitimó la masacre de muchos millares de miembros de la minoría tamil de Sri Lanka; del mismo modo, los fundamentalistas hindúes masacraron a las poblaciones musulmanas de Guyarat en 2003, y el eventual mayor acceso al poder que han conquistado recientemente con la victoria del presidente Modi hace prever lo peor. Es también en nombre de la religión que Israel continúa imponiendo la limpieza étnica de Palestina y que el llamado Califato masacra poblaciones musulmanas en Siria y en Irak. ¿La defensa de la laicidad sin límites en una Europa intercultural, donde muchas poblaciones no se reconocen como tales, será después de todo una forma de extremismo? ¿Los diferentes extremismos se oponen o se articulan? ¿Cuáles son las relaciones entre los jihadistas y los servicios secretos occidentales? ¿Por qué los jihadistas del Estado Islámico, que ahora son terroristas, eran “combatientes de la libertad” cuando luchaban contra Khadafi y contra Assad? ¿Cómo se explica que el Estado Islámico sea financiado por Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y Turquía, todos aliados de Occidente? Una cosa es cierta, por lo menos en la última década: la gran mayoría de las víctimas de todos los fanatismos (incluyendo el islámico) son poblaciones musulmanas no fanáticas.
- El valor de la vida. El rechazo total e incondicional que los europeos sienten ante estas muertes debe hacernos pensar por qué razón no sienten el mismo rechazo ante un número igual o mucho mayor de muertes inocentes como resultado de conflictos que, en el fondo, ¿tal vez tengan algo que ver con la tragedia de Charlie Hebdo? En el mismo día, 37 jóvenes murieron en Yemen en un atentado con una bomba. El verano pasado, la invasión israelí causó la muerte de dos mil palestinos, de los cuales cerca de 1500 eran civiles y 500 niños. En México, desde el año 2000 fueron asesinados 102 periodistas por defender la libertad de expresión y, en noviembre de 2014, 43 jóvenes fueron asesinados en Ayotzinapa.
Ciertamente, la diferencia en la reacción no puede estar basada en la idea de que la vida de europeos blancos, de cultura cristiana, vale más que la vida de europeos de otros colores o de no europeos de culturas basadas en otras religiones o regiones. ¿Será entonces porque estos últimos están más lejos de los europeos y son menos conocidos por ellos? ¿Acaso el mandato cristiano de amar al prójimo permite tales distinciones? ¿Será porque los grandes medios de comunicación y los líderes políticos de Occidente trivializan el sufrimiento causado a esos otros, cuando no los demonizan al punto de hacernos pensar que ellos no merecen otra cosa?
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