EL MUNDO › OPINIóN

Estados Unidos amenaza la seguridad de Venezuela

 Por Alfredo Serrano Mancilla *

Basta de disimulos. Obama ha decidido no marear más la perdiz y dejar los subterfugios diplomáticos para otro momento. El presidente de los Estados Unidos ha dado una orden ejecutiva sin necesidad de pasar por el Congreso para declarar una “emergencia nacional” frente a Venezuela por la “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior”. En la misma declaración, como no podía ser de otra manera, el Premio Nobel de la Paz presume de estar “comprometido en hacer avanzar el respeto por los derechos humanos”. Lo curioso es que esto es afirmado por el mismo país que no ha firmado la Convención Americana sobre Derechos Humanos, considerada una de las bases principales del sistema interamericano de promoción y protección de los derechos humanos. Así, Estados Unidos, el país de Guantánamo, el mismo que reconoció luego que no hubo nunca jamás armas de destrucción masiva en Irak, el país que no firma el máximo acuerdo en derechos humanos en toda América, es nuevamente el que pone el grito en el cielo contra Venezuela.

Lo llamativo de esta declaración de amenaza de Estados Unidos contra Venezuela, y no al revés como afirma el anuncio, es que se realiza apenas 48 horas después de la visita oficial de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) a Caracas para tratar de promover el acercamiento entre ambas partes, entre oposición y gobierno. Esta delegación, conformada por el secretario de Unasur, Ernesto Samper, unido a los tres cancilleres designados para esta tarea (Brasil, Colombia y Ecuador), abandonó el país dejando claro los siguientes tres puntos: 1) “Unasur no avalará ningún intento de interrumpir la democracia en Venezuela”; 2) “Todos los estados de Unasur, sin excepción, rechazarán cualquier intento de desestabilización democrática de orden interno o externo que se presente en Venezuela”; 3) “Las elecciones parlamentarias son el mejor medio para dirimir las diferencias”. Estas declaraciones no gustaron en absoluto a la oposición venezolana. María Corina Machado aseguró que solamente cree en un diálogo que permita avanzar hacia la democracia y no para estabilizar la dictadura y Capriles fue muy crítico contra este organismo que representa a una organización conformada por doce Estados de Suramérica. La oposición venezolana, además de no saber perder elecciones, tampoco sabe perder cuando un organismo regional no le da la razón. Ni tiene los votos necesarios adentro ni el apoyo latinoamericano afuera.

Este descontento seguramente explica en parte que el Norte se haya precipitado en este intento de no respetar la soberanía vigente en el nuevo Sur. Estados Unidos no entiende el cambio de época en América latina; no acepta que un pueblo, el venezolano, siga eligiendo mayoritariamente en las urnas a la opción bolivariana en vez de la opción gringa; tampoco acata que el Sur latinoamericano, con sus presidentes elegidos democráticamente, decidan tener mecanismos propios para resolver cualquier conflicto que se pueda suscitar en la región. Son muchos los nuevos espacios de los que dispone América latina para no tener que seguir subordinada al Norte. Donde antes estaba la importancia de cualquier Cumbre Iberoamericana, ahora está la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac); cuando antes el FMI imponía políticas de austeridad, ahora los gobiernos consultan a su mayoría por si prefieren más políticas de inversión social; si antes la inversión extranjera directa dependía de Estados Unidos y Europa, hoy en día cada vez es más importante la relación con China y Rusia.

La transición geopolítica hacia un mundo multipolar incomoda excesivamente al Departamento de Estado que no sabe cómo recuperar su hegemonía unipolar. Venezuela es justamente el país que en América latina inició, a finales del siglo XX, un camino diferente de aquel que venía fijado desde el Norte, y que tuvo un efecto-dominó en todo el continente. Desde ese momento, después de que ganara Chávez las elecciones en 1998, no ha existido ninguna victoria electoral opositora a los nuevos procesos de cambio en América latina; en Venezuela, Hugo Chávez ganó cuatro veces consecutivas la disputa presidencial (1998, 2000, 2006, 2012) y Nicolás Maduro una (2013); en Argentina, los Kirchner vencieron también en tres ocasiones sucesivas (2003, 2007, 2011); en Brasil, Lula da Silva ganó dos veces (2002, 2006) y Dilma Rousseff otras dos más (2010, 2014); en Bolivia, Evo Morales venció tres veces seguidas (2005, 2009, 2014); en Ecuador, Rafael Correa también logró tres victorias ininterrumpidas (2006, 2009, 2013); en Uruguay; el Frente Amplio (con Tabaré Vázquez y Pepe Mujica) ganó tres (2004, 2009, 2014). Visto lo visto, la oposición en la región sólo ha logrado cambiar de signo político mediante golpes antidemocráticos tanto en Honduras (2009) como en Paraguay (2012); hasta el momento nunca por la vía electoral.

En Venezuela, ni la muerte de Chávez, ni los dos años complejos en lo económico ni la caída de los precios del petróleo, ni los intentos de desestabilización interna mediante las guarimbas con sus muertes, nada de eso ha permitido cambiar el gobierno, que hasta el momento es el apoyado por la mayoría venezolana cada vez que se acude a una cita electoral. Este es año de elecciones parlamentarias en Venezuela, y el año próximo podría haber convocatoria para revocatorio. Estados Unidos parece haber tirado la toalla por la vía electoral como lo hizo en el año 2002, cuando apoyó el golpe de Estado contra Chávez. Torpeza absoluta si supieran desde el Norte que cada vez que el enemigo de afuera saca sus garras, adentro, en Venezuela, la mayoría social se vuelve a unir, sin fisuras, priorizando esta unión frente a cualquier debate que pueda surgir en relación con los nuevos desafíos internos. Como decía Evo Morales en el año 2005, cuando ganó por primera vez las elecciones en Bolivia, “yo no necesito jefe de campaña electoral mientras tenga criticándome al embajador de los Estados Unidos”. Esto parece que siguen sin entenderlo en la Casa Blanca.

* Director de la Celag.

@alfreserramanci

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