Domingo, 25 de octubre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Washington Uranga
Finalizaron los debates del Sínodo católico sobre el tema de la familia, que se convirtió en escenario propicio para el cruce de posiciones que tienen como trasfondo los cambios que el papa Jorge Bergoglio viene impulsando en la Iglesia Católica desde el comienzo de su pontificado. A los hombres de Iglesia y a los voceros vaticanos les suele molestar que los debates se simplifiquen periodísticamente como un enfrentamiento entre “conservadores” y “progresistas”. En esencia les asiste la razón, porque las discusiones no pueden reducirse apenas a lo anterior, pero más allá de ello lo que quedó en evidencia en el Sínodo es que hay un sector importante de los obispos que se resisten a los cambios que pretende impulsar Francisco y que la discusión no se limita a las cuestiones doctrinales o pastorales sobre la familia sino, en general, a la perspectiva que el Papa le pretende dar a la Iglesia Católica en el futuro.
La mayor evidencia del nivel de debate planteado son las casi ocho mil observaciones, en forma de propuestas, sugerencias o pedidos de corrección que surgieron de los “círculos menores”, tal como se llama a las comisiones de trabajo.
Pero está claro también que lo pasa en la Iglesia Católica trasciende más allá de sus fronteras, dada la incidencia que el catolicismo y la institución católica tienen en el mundo. Por eso, como sucede en otros temas y situaciones, el debate se trasladó también a los medios de comunicación y no faltaron tampoco las “operaciones mediáticas”. A los poderes no les está gustando las posiciones de este Papa que hablando de cualquier tema no deja recordar a los pobres y que insiste en que hay un “sistema” económico que es raíz de las situaciones de injusticia y que, por lo tanto, debe cambiarse.
Llama la atención sin embargo una declaración hecha esta semana en el contexto local por la Comisión de Comunicación Social del Episcopado en la que, en tono casi admonitorio, se “invita” a los periodistas “a volver sobre sus raíces fuertemente arraigadas en la rigurosidad periodística, garantía de calidad del noble servicio informativo”. Cabría preguntarse qué ha hecho en este sentido la jerarquía católica argentina para aportar “a la difusión del verdadero espíritu sinodal” que los obispos reclaman.
Al margen de lo anterior la impronta que Francisco le ha dado a la asamblea sinodal, impulsando el diálogo y la controversia en la diversidad, invitando a la discusión y fomentando la transparencia, son indicios del cambio que Bergoglio quiere imponer también en la propia Iglesia.
El “estilo sinodal” al que se refiere asiduamente, supone una forma diferente de gobierno de la propia institución. A eso se refirió esta semana cuando, al hablar con motivo del cincuenta aniversario de la institución del sínodo de obispos dijo que “nuestra mirada se extiende también a la humanidad” porque “una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones en un mundo que –aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público– a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder”.
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