EL MUNDO › COMO ES IRAK A UNA SEMANA DE LA CAPTURA DEL EX DICTADOR POR LOS NORTEAMERICANOS

Saddam o el fantasma que se niega a morir

Después de la captura de Saddam Hussein, el miedo que instaló en Irak está lejos de haber desaparecido. Y los norteamericanos siguen cometiendo errores: ayer, la muerte de tres policías iraquíes pro EE.UU. En estas páginas, un paseo por Irak a una semana de la caída.

Página/12, en Irak
Por Eduardo Febbro, desde Bagdad

“Los días de Saddam están contados”, decía el pasado 20 de marzo el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld. “Les hicieron falta nueve meses para capturarlo. ¿Se imagina lo que habrá que esperar para que este país se normalice?”, comenta Hakim, el joven guardián chiíta de un hospital de Sadr City. Hakim mira con admiración su nueva Kalashnikov, su “hermana menor”, según dice con orgullo. En la cintura lleva un Beretta. Las dos armas juntas no suman más de 40 dólares: 30 por la Kalashnikov, 10 por el Beretta. En Sadr City, ex Saddam City, el gran barrio chiíta de Bagdad rebautizado luego de la estampida del régimen, las armas son como los pájaros: hasta los niños las llevan en la cintura. “Tenemos que estar preparados para todas las eventualidades”, dice Hakim con una sonrisa cómplice. En Sadr City reside sin dudas la “resistencia” más peligrosa que puedan enfrentar las tropas norteamericanas. Acá no entra un soldado con la bandera estadounidense ni siquiera por distracción. Estas son tierras chiítas, tan antisaddamistas como antinorteamericanas. Por ahora, los líderes religiosos chiítas juegan la carta de la moderación pero, como dice Hakim, “cuando llegue la hora, nuestras Kalashnikov tendrán la última palabra”.
El odio es aquí una marca imborrable. El barrio lleva hoy el nombre Muhammad Baqer Al-Sadr, un gran jefe religioso arrestado y asesinado por Saddam porque había publicado una “fatua” prohibiendo que los musulmanes adhirieran al partido Baas. “Aunque Saddam esté muerto y enterrado seguirá viviendo en nuestras memorias como un enemigo”, dice Hakim. Desde hace una semana, los chiítas saben que su peor enemigo está en manos de sus otros enemigos, los norteamericanos. Mahmud, otro guardia de Sadr City, admite que la mejor película que vio en los últimos años fue “esa producción norteamericana sobre el arresto de Saddam”. Sólo que esta vez Saddam no era el actor de una película preparada por sus servicios de comunicación para engrandecer su imagen sino el verdadero personaje que mostraba lo que le estaba ocurriendo en la realidad. El hábil montaje sobre la captura del dictador difundido en la televisión dejó a los iraquíes pasmados. El tirano laico y sanguinario decepcionó a su pueblo con un final denigrante. “El dictador fascinado por la historia escribió el último capítulo de la peor de las maneras. Su libro está lleno de sangre. Somos un pueblo arruinado y ocupado por quienes lo armaron primero para luego sacarlo del poder a costa de la vida de miles de inocentes”, dice con amargura un intelectual iraquí.
Por donde se la mire, la historia iraquí huele a sangre. El último episodio, es decir la invasión norteamericana, provocó la muerte de 13.000 iraquíes, una cifra a la que hay que agregarle los cientos de muertos y heridos víctimas de los atentados cotidianos. La Corte encargada de juzgar a Saddam Hussein tendrá que tomar en cuenta muchas “variables sangrientas”. En Bagdad, un edificio situado a lo largo del Tigris que antes era uno de los centros de los servicios de seguridad de Saddam, cumple ahora otras funciones. Allí se encuentra la sede del Comité de Prisioneros Libres creado por ex prisioneros políticos que intentan aclarar el destino de las decenas de miles de desaparecidos que cuenta Irak. “Hasta hoy hemos contabilizado 39.000 desaparecidos pero la cifra global llega a los 300.000”, explica uno de los responsables del centro. Luego de la caída de Bagdad, los miembros de esta institución lograron salvar de las llamas una gran cantidad de documentos pertenecientes a los servicios secretos. “Treinta años de terror archivados prolijamente y que nos permiten medir la magnitud de la represión y su corolario de ejecuciones primarias”. Los iraquíes quieren que Saddam sea juzgado por untribunal local. Sin embargo, las estructuras son casi inexistentes. Recién el pasado 10 de diciembre el Consejo de Gobierno Provisorio anunció la creación del primer Tribunal Penal iraquí de la era “pos Saddam”. Dicho tribunal, cuya sede estará instalada en el antiguo museo personal de Saddam Hussein, “ejecutará la ley basándose en la ley iraquí y el derecho internacional”.
“Saddam Hussein ha sido el reino de la muerte”, comenta la doctora Fátima, especialistas de medicina infantil en el hospital central de Bagdad. Además de la furiosa represión del régimen baasista, el reino de Saddam Hussein dejó un tendal de tres guerras sucesivas. El 22 de septiembre de 1980 el ejército iraquí atacó a Irán. En menos de tres meses, las tropas de Saddam conquistaron varios territorios iraníes, particularmente en el sur, pero a finales de año Irán detuvo la ofensiva. La guerra Irak-Irán duró ocho años, dejó más de un millón de muertos y desató en el país uno de los peores episodios represivos de que la humanidad tenga memoria: matanzas, desplazamientos forzados, asesinatos a mansalva, propagación de gas mortal contra las poblaciones kurdas fueron las pautas de un conflicto doble. Dos años más tarde, Saddam Hussein invadió Kuwait con el resultado que se conoce: el 28 de agosto de 1990 anexó Kuwait y seis meses más tarde, el 28 de febrero de 1991, el régimen anunciaba un alto el fuego forzado por el diluvio de bombas lanzado por la coalición internacional mediante el operativo Tempestad del Desierto. Convencidos de que recibirían el apoyo de los Estados Unidos, los chiítas del sur y los kurdos del norte se levantaron con el anuncio del alto el fuego. Librados a sí mismos y a las garras de un régimen al que los aliados le habían dejado intacta la Guardia Republicana, los chiítas y los kurdos sufrieron el contragolpe: Saddam los reprimió hasta lo innombrable. La “contraofensiva” del poder dejó decenas de miles de muertos y provocó la huida hacia Turquía de más de un millón y medio de kurdos. De regreso a Bagdad, un diplomático occidental recuerda esos años terribles y arguye que Saddam Hussein actuó constantemente como “un beduino sangriento”.
“Saddam Hussein siempre tuvo un gusto pronunciado por la historia... y la sangre”, reconoce un universitario de la capital iraquí. Sus opositores recuerdan hoy que el amo de Bagdad solía recitar de memoria la declaración que el conquistador musulmán Al-Hadjadj-al Thaqfin pronunció en el año 694: “Veo ante mí cabezas maduras para la siembra. Yo soy el sembrador y ya veo la sangre correr por los turbantes y brillar sobre las barbas”. Obsesionado por Stalin, el ex presidente iraquí cometió algunos errores que su “ejemplo” no cometió. Como Stalin, Saddam inauguró su mandato bajo el yugo del terror, pero terminó desencadenando tres guerras que provocaron el derrumbe de su régimen. La guerra contra Irán fue un error de cálculo que el mandatario volvió a cometer invadiendo Kuwait. En vez de un país se quedó con un territorio cortado en lo esencial de su soberanía. Las sanciones impuestas por las Naciones Unidas cortaron las exportaciones de petróleo al tiempo que dividieron al país en varias zonas de exclusión aéreas supervisadas por Estados Unidos y Gran Bretaña. Saddam actuó como si nada hubiese ocurrido y llegó incluso a convencer a la comunidad internacional que aún le quedaba un reflejo de “buena voluntad”. Pero en 1995, la huida a Jordania de sus dos yernos, Hussein y Saddam Kamel Hassan, puso en peligro los planos secretos. El primero de los yernos era el número dos de régimen y, sobre todo, uno de los responsables del programa de armas de destrucción masiva. Por temor a que los fugitivos revelaran los secretos, Saddam Hussein sacó a la luz los programas en curso. Los expertos internacionales estaban convencidos de que el régimen había renunciado definitivamente a fabricar nuevas armas, pero el raïs iraquí había jugado con el fuego una vez más.
A partir de ese momento Washington activó la cuenta regresiva del régimen. Luego de la expulsión de los inspectores de las Naciones Unidas decidida por Saddam, el 16 de diciembre de 1998 la aviación norteamericana bombardeó Bagdad durante cuatro días en el marco de la operación “Zorro del Desierto”. El imperio de Saddam entró en el túnel de la decadencia. En Saddam Hussein, la política de la venganza, el palestino Said Aburish, uno de sus biógrafos más acertados, define al tirano de Tikrit como “un auténtico hijo de Irak”. Para él, el “hombre Saddam Hussein es único, un verdadero personaje diabólico. Pero es un descendiente del país donde nació. La forma en que empleó la violencia para alcanzar metas estrictamente personales no es una característica que le incumbe únicamente a él sino una suerte de derecho muy común en Irak, un derecho que la historia ha reforzado constantemente”.
Aun en estos días de humillación y asombro, los iraquíes tienen que hacer un esfuerzo para sacarse de encima la “leyenda” de Saddam Hussein. “Para nosotros, Saddam era como nuestro padre, un héroe absoluto del que conocíamos y admirábamos cada instante de su vida. Saddam tenía sueños de grandeza que realizó a costa de la sangre de su propio pueblo”, dice el intelectual Al-Salah. Esos sueños de grandeza están todavía arraigados en las miradas de los niños de la escuela de Al Mananthra. El establecimiento, renovado por los norteamericanos, reabrió sus puertas hace tres meses pero los alumnos siguen convencidos de que las imágenes de la televisión no “son las del verdadero Saddam sino las de un doble suyo, inventado por los invasores”. En la escuela las cosas también han cambiado mucho. Los retratos del tirano desaparecieron de las paredes y los chicos ya no tienen que entonar la habitual canción matinal “Larga vida a Saddam”. “Para ellos es muy difícil”, reconoce uno de los maestros, que agrega: “El único horizonte de nuestra niñez y de nuestros adolescentes fue la figura de Saddam Hussein, su poder, su leyenda”. A escondidas y con temor, el profesor desentierra uno de sus malos recuerdos: un manual escolar que se usaba en la época del dictador. Esos libros de enseñanza revelan la amplitud y el salvajismo de los sueños del león de ceniza: las imágenes de Saddam están en todos los libros junto a la frase “Que Dios lo proteja y lo resguarde de cualquier mal”. El cuerpo de maestros agacha la cabeza cuando reconoce que “fue un prolongado y maléfico lavado de cerebro”.
Las mismas escenas pueden constatarse en otros establecimientos escolares de la localidad donde está la escuela Al-Manathra, Al-Rathwanya, un suburbio muy humilde situado al este de la capital iraquí. Los profesores cuentan que siete meses después de la huida de Saddam, los “niños siguen teniendo miedo, están confundidos, no saben a quién creerle y, al igual que sus familias, han vivido con el temor de que Saddam Hussein vuelva de la noche”. Y como los atentados no cesan y Saddam no aparecía, “el nuevo país que le presentábamos les parecía una metáfora”. Los maestros cuentan ahora con que la imagen dócil del barbudo fugitivo los convenza de que “el nuevo Irak ha nacido al fin a pesar de la guerra”. Uno niño de nueve años cuenta que su padre le decía todos los días “Saddam volverá” y que, aun capturado, “sigue diciendo lo mismo”. Una maestra explica que “harán falta unos cuantos años para que admitamos que todo ha cambiado. Ni siquiera yo lo creo cuando me levanto...”. El efecto Saddam es tan fuerte que los niños no logran olvidar las canciones aprendidas a martillazos cotidianos y consagradas a la memoria de Saddam. “Está entre nosotros...”, dice en broma pero muy serio un niño de 14 años. Su profesora de religión comenta que “no hay otra posibilidad de que sea así. De alguna manera, Saddam Hussein educó a sus familias para que todo el país lo viera como un ejemplo. Entonces, para estos niños, Saddam es la única referencia que conocen, el único que les enseñó un camino”.
Los chicos iraquíes sueñan con ese otro chico llamado Saddam Hussein que se escapó de su casa a los 8 años para ir a vivir con uno de sus tíos, Khairallah Tulfah, un ex oficial y ferviente admirador del fascismo. El lo educó, le enseñó a manejar las armas y hasta le entregó su hija para que se casara con ella. Khairallah Tulfah, que fue alcalde de Bagdad, es autor de un célebre texto publicado en 1981: “Tres cosas que Dios nunca debió crear: los persas, los judíos y las moscas”. Los niños siguen soñando conese adolescente de 14 años llamado Saddam que integró una célula clandestina del partido Baas, que a los 19 participó en su “primer” golpe de Estado y a los 21 años integró el comando que intentó asesinar al dictador de turno, el general Abdel Karim Kassem.
Encargado de cubrir la retaguardia, Saddam resultó herido en un pie y logró escaparse arrojándose al Tigris. En 1963 Saddam regresó a un Irak sumido en el caos sembrado por las milicias del partido Baas. Arrestado por la policía y detenido durante dos años, Saddam recobra la libertad en 1966, accede al puesto de secretario general adjunto del Baas y jefe de las milicias. El 17 de agosto de 1968 Hassan Al-Bakr accede a la presidencia gracias a un golpe de Estado fomentado por los baasistas de Saddam. El “huérfano” de Tikrit accede a la vicepresidencia del país. Tenía apenas 31 años y pasó los 11 siguientes exterminando a sus adversarios en el seno del partido y a casi todos los líderes históricos. Saddam forjó al partido Baas, una mezcla de panarabismo, nacionalismo, socialismo y principios básicos, a su imagen y semejanza: tentacular, tiránico, sangriento. Los niños del “nuevo Irak” sueñan con ese personaje. Sueñan con miedo porque ya no le pueden creer lo que Saddam les decía nueve meses antes de que Estados Unidos lanzara la ofensiva final contra él: “Moriremos aquí. Moriremos en este país y salvaremos nuestro honor, el honor que debemos a nuestro pueblo”.

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Un soldado de la Cuarta División de Infantería con un poster de Saddam en una verdulería.
 
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