EL PAíS › OPINION
Una luz amarilla
Por Eduardo Aliverti
Hace unos días que parecen demasiados, y quizá por primera vez desde que asumió, Néstor Kirchner se equivocó de discurso.
Se podría deducir que su ataque a los denominados piqueteros “duros” y, sobre todo, la forma en que se los endosó a algunos partidos de izquierda, respondieron a la necesidad de quedar en sintonía con el humor de la clase media. Aunque, en tal caso, lo que cabe preguntarse es cuál es esa “necesidad”. Porque si fuera por eso debió haber sido mucho más contundente y plantear la eventualidad de reprimir. Como hasta ahí no puede avanzar, eligió el peor de los caminos: agarrársela con la izquierda, casi al mejor estilo de cualquiera de sus pusilánimes antecesores. ¿Cuál fue el “negocio” de la desdichada frase presidencial? A la clase media no le alcanza, a los grupos del privilegio menos que menos y a la izquierda le soltó una provocación que no le va a salir gratis. Tarde o temprano las lunas de miel de los primeros meses de mandato se terminan, o disminuyen los índices de popularidad por el mero desgaste del poder, ¿y en quién habrá de respaldarse en esa instancia el Presidente si es que es auténtica su fraseología progresista? ¿En la derecha?
Llama la atención que haya cometido este error. Y hay un dato agregado: si fuera cierto que hay componentes de izquierda que manejan cual títeres a ciertos grupos piqueteros, ¿qué correspondería decir del aparato peronista bonaerense? ¿Por qué Kirchner habló mirando con un único ojo? ¿Por qué no mencionó además los indicios certeros acerca de cómo se reparten con criterio de botín los planes de ayuda en las intendencias del conurbano? En este caso habló de Izquierda Unida y del Partido Obrero. ¿Por qué no citó a los jefes municipales del PJ bajo permanente sospecha y denuncias concretas de comandar patotas que aprietan opositores a cara descubierta, de estar rodeados de verdaderos gángsters y –ni qué hablar– de adjudicarse los subsidios oficiales bajo el solo objetivo de mantener su estructura clientelar? ¿Tan preso de Duhalde está el Presidente? Si manifiestan los piqueteros están manejados por la izquierda, pero si operan las bandas peronistas bonaerenses, ¿hay que callarse porque desde allí parten los votos decisivos?
El detalle de la presunta necesidad y urgencia de sintonizar con la clase media es, tal vez, la madre del borrego. A estar por los signos y determinaciones que muestra el Gobierno, en la conducción económica, todo indica que quienes quedaron fuera del mapa seguirán allí. Nada augura que haya novedades para los millones de expulsados del sistema que la dichosa clase media prefirió no registrar, al buen decir de algún colega, cuando nos estábamos “modernizando” por vía de Puerto Madero, los shoppings, el dólar barato, los celulares, Internet, el cable, los viajes al exterior, los electrodomésticos en cuotas. Y que continúa sin registrar, como lo demuestran esos miserables reclamos de mano dura, acrecentados día a día, contra los carteros que traen las noticias.
Si la diatriba de Kirchner, recurriendo a ese eterno y gastado sambenito de los zurdos que empiojan las cosas, fue simplemente un exabrupto proveniente de malos consejos, o de sentirse apremiado por el estado de ánimo de quienes rigen la agenda periodística, o de una calentura momentánea por ese mismo motivo, no es que aquí no ha pasado nada pero bueno. Si en cambio fue un guiño bien pensado y refleja que el rumbo es el expresado en el párrafo anterior, bueno: Houston, tenemos un problema. Se llegó a este aniversario de la pueblada con muchas y justificadas prevenciones. El Gobierno también debería tener algunas para no confundir al enemigo.