EL MUNDO › OPINION

Por culpa de quién cayó George Tenet

Por Edward Luttwak *

Que George Tenet no podía esperar seguir siendo director de la CIA por mucho tiempo era más que obvio. La Comisión Especial que investiga los ataques del 11 de septiembre de 2001 pronto va a divulgar su informe, que ciertamente será muy crítico, mientras se espera que el Comité de Inteligencia del Congreso de Estados Unidos sea aún más duro en sus críticas sobre los preparativos de inteligencia para la guerra de Irak. Renunciar por el 11 de septiembre fue de lejos la mejor opción para Tenet, porque en ese fracaso su responsabilidad fue “ministerial” en vez de personal: fue la totalidad de la “comunidad de inteligencia” la que falló. No es el mismo caso que en el fracaso de las “armas de destrucción masiva” de Irak, por el que el comité del Congreso culpará personalmente a Tenet. Sus republicanos y demócratas están en pleno acuerdo en acusar a Tenet del peor de los pecados para un funcionario de inteligencia: le dijo a la Casa Blanca lo que ésta quería escuchar sobre Irak.
Por supuesto, el presidente George Bush podía haber echado a George Tenet en cualquier momento, pero éste no es el modo en que opera este presidente: él asume una responsabilidad personal por sus decisiones, buenas o malas, y nunca culpa a los demás, como hacía Clinton cuando estaba en una situación embarazosa. Además, despedir a Tenet hubiera sido mala política, porque hubiera reorientado la atención tanto al 11 de septiembre como a la controversia por Irak. Como había mantenido originalmente a Tenet en su posición cuando asumió la presidencia, incluso pese a que Tenet era un demócrata nombrado por Clinton, Bush no vio ninguna razón para despedirlo antes de las elecciones presidenciales de noviembre, cuando no habría razón para despedir a nadie, porque por tradición todos los designados deben renunciar cuando termina una administración, aunque pueden ser redesignados. Con nada que esperar, salvo críticas desde todos los frentes, Tenet mismo no quería seguir hasta noviembre –quería renunciar desde hace meses–. Pero, como otros que prestan servicio con este presidente, Tenet desarrolló una intensa lealtad personal a Bush, y permaneció estoicamente en su puesto.
En último análisis Tenet ni renunció por el 11 de septiembre ni por Irak, sino por una razón que podría describirse como casi de procedimiento. La semana pasada, Colin Powell, el secretario de Estado, criticó públicamente a Tenet por haberle dado la información de inteligencia que él repitió en su presentación ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Powell se quejó de que el resultado final hubiera sido un colosal papelón y una verdadera pérdida de credibilidad para él, para la administración y para Estados Unidos. Powell subrayó que su propio equipo de inteligencia había puesto en cuestión puntos específicos tales como los laboratorios móviles para armas biológicas, y que Tenet había insistido personalmente en que su información de inteligencia era válida.
Bajo las reglas no escritas con las que opera toda administración, Tenet necesitaba una declaración específica de “confianza plena” por parte de Bush para mantener su posición. En otras palabras, Bush tenía que neutralizar a Powell para mantener a Tenet. Pero Bush no podía hacer eso sin correr el riesgo de la renuncia de Powell, y eso hubiera sido políticamente muy costoso, prueba positiva de una administración profundamente fracturada. De modo que Bush se mantuvo callado y Tenet tuvo que renunciar. Por supuesto que Powell no habría actuado como lo hizo si él también hubiera sido intensamente leal al presidente. Pero no lo es.

* Estratega norteamericano, integrante del Centro Internacional de Estudios Estratégicos de Washington.

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