Miércoles, 15 de noviembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › DESAFUERO POR LA DESAPARICION DE ANTONI LLIDO
Por Ferrán Bono *
En su última carta, Antoni Llidó confesaba a su hermana que le interesaba mucho lo que “los niños”, en referencia a sus sobrinos, iban a pensar de él y lo que estaba pasando en Chile. “Traten de explicarles todo, sin deformar ni deformarme’, pedía el cura en septiembre de 1974. Llevaba un año viviendo en la clandestinidad. A los pocos días, fue detenido por los “gorilas”, como llamaba a los policías y los militares de Pinochet. Nunca más se supo de él. Ahora, con 32 años de retraso, comienza a hacerse justicia y la Corte Suprema de Chile ha desaforado por este caso al ex dictador Augusto Pinochet.
Llidó tenía 38 años cuando desapareció. “Aquella carta la escribió prácticamente como si fuese su testamento. Muchos compañeros suyos ya habían desaparecido”, recuerda su hermana, Pepa Llidó. Hasta el último aliento, cuando ya presentía un desenlace fatídico e inminente, el sacerdote alicantino siguió fiel a lo que había sido toda su vida: un educador.
Llidó estudió magisterio antes de entrar en el seminario en Valencia. Nadie en su luminoso pueblo natal, Xàbia, podía sospecharlo. Su familia era religiosa, pero no más que otras. Era, además, un tipo muy abierto, festivo, comunicativo, “muy xarrador”, apunta sonriendo la hermana en su domicilio de Valencia. Huérfano de padre desde los 11 años, se hacía querer. Era aficionado al baile, al teatro y a la música, y participaba en todas las actividades que se celebraban en la población costera, emplazada bajo el perfil del cabo San Antonio y el imponente macizo del Montgó. “¿Y quién bailará conmigo ahora?”, le decía una vecina cada vez que lo veía ya de cura, rememora Pepa.
Su familia no ha cesado de exigir justicia durante más de 30 años. El pasado miércoles ganaron una batalla de una larga contienda. Antoni Llidó no regresará; se lucha para que sus asesinos no queden impunes y se descubra dónde se hallan sus restos. “Entonces ya podremos ir a Chile y dirigirnos a un sitio determinado”, comenta Ferran Zurriaga, el marido de Pepa Llidó. Los dos, con sus tres hijos, familiares y amigos, han combatido el olvido y han logrado que Pinochet pierda su inmunidad. La Corte de Apelaciones lo ha desaforado por su presunta responsabilidad en la desaparición de Antoni.
Según el juez, el religioso fue torturado y estuvo detenido sin garantías. Nueve agentes de la temida DINA también están procesados. En una reunión, el general golpista, al oír el nombre de Llidó, contestó: “No es un cura; es un marxista. A los marxistas hay que torturarlos porque de otra manera no cantan”.
Antoni tenía mucha facilidad para comunicarse y para implicarse en todo lo que hacía. Todavía se lo recuerda en los pequeños pueblos del interior alicantino, Quatretondeta y Balones, sus primeros destinos cuando lo ordenaron cura. Corrían los años sesenta. Los jóvenes se iban a Benidorm para buscarse la vida de camareros. Y los que se quedaban pasaban el día trabajando en los campos de secano.
La educación era la única salida. En connivencia con el maestro, Antoni logró que de los 600 habitantes que sumaban las dos localidades surgieran 48 universitarios. Combinaban el campo y los libros en unas sesiones agotadoras. Aprovechó el denominado Bachillerato Radiofónico, organizó cursos y convenció a un grupo de universitarios para que se acercaran los fines de semana a impartir clases y conferencias.
La curia valenciana tuvo que reconocer el gran mérito pedagógico de Llidó antes de enviarlo forzosamente a hacer de capellán castrense a El Ferrol. A los caciques de Quatretondeta y Balones y a la Guardia Civil no les hizo gracia el contenido de alguna lección universitaria que explicaba, por ejemplo, el origen de la Benemérita. Eran los tiempos del movimiento universitario antifranquista.
“Como cura no creo que quisiera salvar ánimas, sino ayudar a las personas. Era también un educador y un concienciador de la dignidad de la gente”, dijo Pepa Llidó.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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