Miércoles, 15 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Manuel Serras *
Desde Shanghai
“Nada es comparable a esto.” Lo afirma Tommy Robredo, que, a sus 24 años, participa por primera vez en el Masters. Los ocho elegidos, los mejores tenistas, viven subidos en una nube, alejados del ajetreo de esta gran ciudad china de más de 20 millones de habitantes, instalados en una gran suite del hotel Hilton, con vistas a todo el Pudong –la zona central y más comercial–, y con un Mercedes y un chofer a su disposición durante las 24 horas del día. “Para cualquiera de nosotros estar en el Masters ya es un premio –dice Rafael Nadal–; todos sabemos lo trascendente que es este torneo”. Tanto la ATP como las autoridades chinas se vuelcan en él.
Shanghai vive con intensidad el Masters. Las calles están llenas de carteles con las imágenes de los ocho jugadores. El día de su llegada al aeropuerto de Pudong, cada uno tenía un Mercedes S350 en la puerta con su nombre grabado en la parte lateral. “Es muy cómodo –cuenta Robredo–, incluso si vamos a cenar fuera, llamamos al chofer y en pocos minutos nos espera en la puerta, sea la hora que sea”.
Del aeropuerto fueron trasladados a las suites más lujosas de uno de los mejores hoteles de Shanghai, el Hilton. Sólo el número uno, el suizo Roger Federer, prefirió instalarse en el Four Seasons porque el año pasado tuvo algunos problemas de seguridad con los aficionados que lo esperaban en sus salidas. Cada tenista cuenta no sólo con su suite, sino además con tres habitaciones para todo su séquito. “La habitación está muy bien, pero también en otros torneos nos ofrecen espacios similares –comenta Robredo– sin embargo, en ningún sitio te encuentras con las toallas, las sábanas, las almohadas, las batas, incluso la bolsa de la lavandería..., todo con tu nombre bordado”.
Las atenciones a los jugadores no concluyen ahí. El ATP Tour les ofrece regalos especiales cada día –desde unos gemelos de plata y chaquetas hasta encontrarse una pecera en la habitación– y cada tenista recibe además entre 10 y 15 obsequios diarios de los aficionados chinos, que esperan largas horas en la puerta del hotel por un autógrafo o, simplemente, un saludo. No obstante, es difícil que lo consigan porque las medidas de seguridad son importantes. En sus desplazamientos oficiales, al estadio o a la recepción inaugural, son escoltados por la policía, que llega incluso a parar el tránsito de las autopistas si es necesario.
Los partidos se disputan en el Qi Zhong Tennis Stadium, construido especialmente para albergar el Masters en 2005, con una capacidad para 15.000 espectadores: se llena todos los días. Su techo es móvil y tiene una configuración similar a una magnolia con ocho pétalos que se abren y cierran en sólo ocho minutos. Su costo fue de 200 millones de euros. El complejo ocupa 30.000 metros cuadrados. Allí cada jugador cuenta también con su propio vestuario personalizado. Se compone de una habitación de unos 30 metros cuadrados, con alfombra, un gran sofá, un sillón y un gran televisor de plasma, además de un baño grande. Al lado tienen una sala de masajes.
Los jugadores son tratados como auténticas estrellas. Hacen lo que quieren, son invitados a los mejores restaurantes, se distraen viendo al golfista norteamericano Tiger Woods jugando el torneo de Shanghai –lo hicieron Federer y Nadal–, se van de compras por la ciudad y se mueven con toda tranquilidad, como flotando en medio de la vorágine cotidiana de esta gran ciudad sobre el océano, tal como traducen los chinos el significado de Shanghai.
Su simple presencia les supone ya recibir un chorro de dinero y de puntos. Los dos suplentes –Thomas Berdych y Mario Ancic– perciben 50.000 dólares. Y los participantes se llevan unos 70.000 euros sólo por jugar los tres partidos de la ronda previa. Los cuatro que llegan a las semifinales ingresan 120.000 dólares, el subcampeón 370.000 y el campeón 700.000. Si un jugador no pierde ningún partido alcanza la cifra de 1,5 millones de dólares (1,1 millones de euros).
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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