Domingo, 22 de abril de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Vista desde acá por alguien que nunca estuvo en Francia, ni tiene amigos allá, como la gran mayoría de los argentinos, la elección de hoy queda un poco lejos. Las noticias desde París dicen que hay una candidata socialista que no termina de entusiasmar, un candidato de la derecha que asusta un poco pero tampoco es Le Pen, un candidato de centro que arrima pero no termina de llegar y una izquierda fragmentada y marginal, todo revuelto con mucha puesta en escena. También dicen que hay poco debate sobre cómo sacar adelante a un país que está bien, con un ingreso per cápita entre los más altos del mundo, pero que anda como medio estancado, que no termina de solucionar problemas como el racismo, la exclusión y el desempleo, y que ofrece relativamente pocas oportunidades a sus jóvenes, que demuestran su creciente insatisfacción con marchas callejeras o mudándose a las ciudades de moda como Londres o Dublín, donde es más fácil conseguir trabajo.
Además, las políticas de Estado que rigen gran parte de los intereses de ese país en la Argentina no han variado en los últimos 25 años de alternancia entre el socialista François Mitterrand y el gaullista Jacques Chirac, tanto en defensa de sus empresas y capitales como en el reclamo de justicia para los asesinos de las monjas Léonie Duquet y Alice Domon, desaparecidas durante la dictadura. Durante la campaña electoral América latina brilló por su ausencia. Por todo eso queda un poco lejos.
Pero vista a través de la mirada de un revolucionario francés como Daniel Bensaid, uno de los líderes del Mayo Francés, la contienda cobra vida y da la impresión de que hay mucho en juego en la elección de hoy, no sólo para los franceses. Bensaid, que enseña en la Universidad de Paris VIII, es uno de los más reconocidos filósofos marxistas de Europa y autor de varios libros sobre Marx, Trotsky, Walter Benjamin y la sociedad posmoderna, entre otros temas. Es, además, un intelectual orgánico del partido trotskista Liga Comunista Revolucionaria, pilar de la IV Internacional. No siguió el camino de muchos de sus colegas de la gesta del ’68, como el emblemático Daniel Cohn-Bendit, que con el paso del tiempo moderaron sus reclamos para acercarse a la socialdemocracia o a los espacios ecologistas.
Tempranísimo a la mañana, por teléfono desde París y en castellano, cuenta que en los últimos cuarenta años ha perdido muchas batallas. Pero lejos de darse por vencido, anuncia el inicio de “una nueva marcha, el comienzo de un recorrido de reconstrucción de una izquierda que sea digna de su nombre”.
–A horas de la votación, hay record de indecisos. ¿Por qué hay tantas dudas en el electorado?
–Hay dudas porque hay una fragmentación del espacio político. La lógica de las instituciones apunta a completar un sistema que sigue híbrido, un sistema presidencial tipo americano, bipartidista y presidencialista con sufragio universal. No se consiguió hasta ahora por el grado de polarización social que existe. De un lado hay una extrema derecha más o menos cristalizada en torno del 15%, por el otro lado una izquierda radical que en conjunto reúne entre el 10 y el 14% del voto. Este es un juego complicado porque al achicarse el centro la diferencia entre los principales candidatos se reduce a dos o tres puntos porcentuales, lo que da un margen de incertidumbre importante. No es que la gente está dudando, está reflexionando sobre cómo votar y muchos van a decidir a último minuto. Recién estamos descubriendo las pequeñas candidaturas. Mucha gente sólo empezó a escuchar sus propuestas en el último tiempo porque la ley garantiza igual tiempo en los medios para todos los candidatos, pero sólo en los últimos 16 días de campaña.
–¿A esas dudas no se suma cierta desilusión?
–Es que en los últimos 25 años hemos tenido 15 de gobierno de izquierda y la situación es cada vez peor. Francia sigue siendo un país rico, con un ingreso por cabeza entre los siete u ocho más altos del mundo, pero hay siete millones de trabajadores pobres, un millón de niños debajo del nivel de pobreza, tres millones y medio sin techo o con malas viviendas, muchos trabajadores asalariados a nivel mínimo o precarizados por debajo del salario mínimo. Ha habido un empobrecimiento de las clases medias que constituían la base electoral de la socialdemocracia. El descontento se nota mucho. La campaña 2002 se basó en buena parte en la inseguridad y la inmigración, temas que favorecieron a la derecha y a la extrema derecha. En la campaña actual la preocupación mayor es la cuestión social: salario, empleo, localización de fábricas y vivienda. Hubo intentos de desplazar esos temas, especialmente con la propuesta de Sarkozy de crear un Ministerio de Integración e Identidad Nacional, que es un intento de meter en el primer plano el tema del nacionalismo, pero sólo tuvo éxito en parte, porque el problema social sigue siendo la mayor preocupación de la gente.
–¿Por qué la candidata Ségolène Royal genera tantas críticas dentro de su Partido Socialista (PS) y en la izquierda en general?
–Dentro de su partido hay una mezcla de cosas, incluyendo el machismo de sus viejos dirigentes. Pero el descontento general es porque en la campaña que hizo, Royal intentó cubrir el conjunto del abanico, pegando algunos temas de la derecha, como el tema del orden familiar y represión a la juventud del sistema educativo, con algunos pocos elementos de izquierda, pasando por algunos temas importantes para todos como la ecología, y todo esto sin una propuesta concreta que marque una ruptura con la política social-liberal del anterior gobierno de izquierda. Ella está con dificultades, ya que si expresara la voluntad de llevar adelante alguna forma de reforma social, aunque sea muy tímida, chocaría con el marco de la Comunidad Europea y sus criterios sobre presupuestos, déficit públicos, o la autonomía del Banco Central. Es imposible intentar una política algo audaz de reforma sin romper los tratados europeos. Royal hizo campaña a favor de la Constitución Europea y habrá un nuevo voto a más tardar en el 2009, no se sabe si referéndum o voto parlamentario. Royal aparece más como el mal menor ante la derecha agresiva, que como una reformista, por eso pierde espacio a su izquierda. Por otra parte, una derrota de Royal podría promover una reorganización del mapa político en la dirección del surgimiento de un partido como el Demócrata norteamericano. Una alianza entre Royal y Bayrou es muy posible. Bayrou es un candidato de centroderecha que le hizo una propuesta de alianza al PS y le contestaron que la cuestión es prematura, que se planteará después de la segunda vuelta. Esta alianza completaría el proceso de “Blairización”, de la transformación del PS en algo así como la Tercera Vía o el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Ese proceso no se ha completado todavía porque el partido socialista francés es más de izquierda, no porque tenga dirigentes más firmes, sino porque ha enfrentado una lucha social bastante fuerte en los últimos cuatro o cinco años. El vencedor entre Royal y Beyrou querrá encabezar el proceso de reorganización bipartidista que acabará con la vieja socialdemocracia. Eso explica parte de las resistencias internas frente a Ségolène. Destacados dirigentes de su partido tienen miedo de que se descaracterice demasiado el socialismo y que pierda bases populares, como ocurrió en Alemania. En la Francia de los últimos años, si hablamos del voto obrero, el primer partido sería el de la abstención. Luego viene el Frente Nacional, el voto de extrema derecha, y tercero la izquierda radical, lo cual significa que el PS ya ha perdido su base social en el mundo del trabajo.
–¿Y Sarkozy?
–Se puede decir que es un ex gaullista genéticamente modificado porque el gaullismo no tenía una ideología liberal, era más nacionalista. Sarkozy es un aventurero liberal y atlantista que hizo una visita vergonzosa a Bush. A diferencia del gaullismo clásico, si Sarkozy hubiera sido presidente, habría participado en guerra de Irak. Es el candidato del gran capital. Tiene apoyo de todos los dueños de la industria armamentista y de los medios comunicación, que muchas veces son los mismos.
–Después del triunfo en el 2005 en el referéndum que rechazó la Constitución Europea, la izquierda radical vuelve a presentarse fragmentada y con una intención de voto aún más baja que el piso histórico alcanzado en el 2002. ¿Por qué?
–El voto es muy distinto al referéndum del 2005, que era un voto sencillo por el Sí o el No a un tratado constitucional. En la elección actual no sólo se elige presidente, sino que un mes más tarde habrá elecciones parlamentarias. Se trata de votar una mayoría de gobierno para un proyecto de gobierno. La candidatura unitaria fracasó por la cuestión de las próximas alianzas. El Partido Comunista no quería aclarar si participaría o no en un gobierno socialista. No se puede hacer campaña para un candidato y que al mes sea ministro de un gobierno social liberal. Eso sería arruinar el trabajo. Pero no hay que exagerar la marginalidad del voto de izquierda. Es un voto fragmentado pero está subiendo y es muy probable que esté subestimado. No será muy diferente que en el 2002 (totalizó el 14%) a pesar de que la situación es más difícil por el temor de que la extrema derecha llegue otra vez a la segunda vuelta. Ese es el argumento del “voto útil” que usan Royal y Bayrou.
–¿Qué cambió desde el Mayo Francés para que la izquierda decaiga tanto?
–Es muy fácil de resumir: en el ‘68 teníamos una rebeldía feliz. Casi no había desempleo. Hemos pasado 25 añosa acumulando derrotas. La contrarreforma liberal ha destruido los servicios públicos y el sistema de protección de los trabajadores. Más del 50% de los franceses piensa que la nueva generación va vivir peor de lo que vivieron sus padres y más de 50% piensa que sería posible para ellos encontrarse sin techo. Le doy otro dato: con el derrumbe de la Unión Soviética y la evolución de China, un tercio de la fuerza laboral mundial entrará al mercado de trabajo casi sin garantías. Esto va a ejercer una presión muy fuerte sobre las conquistas sociales del pasado. Estamos al inicio de una larga marcha, un recorrido de reconstrucción de una izquierda digna de su nombre. Es una carrera contra el tiempo porque la destrucción social, la destrucción ecológica y las guerras hacen que la barbarie camine de prisa, mientras que la reconstrucción camina lento.
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