Jueves, 6 de septiembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Robert Fisk *
La victoria del ejército libanés en el campo de refugiados de Nahr el Bared –la matanza de hasta cien insurgentes tipo Al Qaida al costo de 163 soldados libaneses y 42 civiles– está siendo saludada en el país con trompetas y gritos, dignos del gran poeta Khalil Gibran. Durante tres días, los diarios han dedicado sus primeras planas a las fotografías de las tropas libanesas trepadas sobre sus viejos blindados hechos en Estados Unidos, haciendo la V de la victoria, disparando al aire y sucumbiendo a la recompensa tradicional de los guerreros de arroz y agua de rosas.
Chaker Absi, líder de Fatah al Islam, que prometió luchar hasta la muerte –por “Palestina”, por supuesto– yace en la morgue en Trípoli, identificado por su mujer y su hija. Pero Gibran, cuyo Jardín del Profeta fue publicado en 1934, advirtió que debíamos “apenarnos por la nación que se jacta aún entre sus ruinas, cuyo arte es el arte de remendar y remedar”. Y, después de 106 días de lucha, los ruinas de Nahr el Bared son un mar de muros como Dresden y ruinas colapsadas, de trampas bobas y bombas sin explotar.
El gobierno libanés prometió reconstruir todo el fandango. Los palestinos son los hermanos de los libaneses, dicen ¿y qué otro gobierno árabe sería tan generoso después de la masacre de los últimos cuatro meses? Pero todos se preguntan cuando comenzará la próxima batalla.
El ejército libanés perdió –desde abril de este año– sólo cinco hombres, menos que el total de los 163 británicos muertos en Irak desde la invasión de 2003; en un número de bajas impresionante, dramático y solemne y sólo enfatiza el único rol de ejército en la vida política de este país herido y quebrado.
Con la mayoría parlamentaria y su oposición mayormente chiíta musulmana que todavía no logran ponerse de acuerdo en un candidato presidencial, la nación se enfrenta a la perspectiva de una emergencia de dos gobiernos y dos potenciales presidentes, uno de los cuales, el ex general Michel Aoun, era el mesiánico “primer ministro” del Líbano la última vez que el país tuvo dos administraciones con guerras civiles. El general Michel Sulieman, el líder del ejército libanés, sale de todo esto con la reputación agrandada; tiene amigos en Damasco, amigos en Washington, amigos aun en el Líbano y puede llegar a ser el último “salvador” que proteja al Estado creado tan despreocupadamente por las autoridades del mandato francés, después de la Primera Guerra Mundial.
Pero Ghassan Tueni, el decano de los editores libaneses, cuyo hijo fue asesinado el año pasado –sus partidarios están convencidos de que fue por los sirios–, advirtió en un editorial de hace dos semanas que el Líbano no debía ser gobernado por generales. Tiene razón, por supuesto, pero las naciones de Medio Oriente tienen la costumbre de acudir a sus comandantes del ejército en búsqueda de salvación. Los regímenes militares también tienden a estar apoyados por Washington, que estuvo entre los primeros en ofrecer armas –viejas y en su mayor parte obsoletas– al ejército libanés en su última batalla.
El primer ministro libanés, Fouad Siniora, elogió a su ejército y declaró que su victoria en Nahr el Bared era “la mayor victoria del país contra el terrorismo”. Muchos libaneses, sin embargo, creen que el más reciente acto de terrorismo fueron los 34 días de bombardeos del Líbano por parte de Israel el año pasado, que se cobraron más de 1000 vidas civiles y fue después de la captura por Hezbolá de dos soldados israelíes en la frontera y el subsecuente asesinato de siete otros el 12 de julio. Y el mismo país –Estados Unidos– que abasteció de armas a los israelíes para destruir tanto del Líbano, luego abasteció al ejército libanés para atacar a Fatah el Islam.
Los últimos sobrevivientes advirtieron hace una semana que algunos de los suyos habían escapado de Nahr el Bared y que se avecinaban “días nefastos” para el gobierno de Siniora. Por el momento, Siria y sus amigos en el Líbano que quieren destruir el gabinete de Siniora han estado acumulando elogios para el ejército libanés. Pero veremos en un futuro cercano si esos “días nefastos” resultan ser reales.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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