Domingo, 23 de septiembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › LAS MANIFESTACIONES PACIFICAS JAQUEAN A LA JUNTA MILITAR BIRMANA
En un país gobernado por un régimen cerrado y despótico, el aumento de los combustibles ha desatado un movimiento de protesta.
Por Ramiro Trost
Desde Rangún
Pocas naciones en el mundo pueden equiparar el record de este país del sudeste asiático. Una feroz junta militar lo gobierna desde hace más de cuatro décadas, con una política de terror que se ha profundizado a partir de la tremenda represión a las protestas pro democráticas de 1988. En esa rebelión popular fueron asesinados miles de estudiantes y ese golpe a los deseos de libertad ha dejado una marca indeleble en la población. Esta semana ese mismo espíritu se repitió en diarias marchas en todo el país, que ayer llegaron a reunir a más de diez mil monjes budistas.
Entrar en este país como periodista es convertirse automáticamente en una persona no grata para el régimen. El ingreso a Myanmar como un simple turista nos permite movernos con relativa libertad, siempre en los distritos o ciudades habilitadas para las visitas. La población vive en la pobreza y más aún fuera de las grandes ciudades. Las únicas riquezas son las reliquias culturales y los negocios de los jerarcas, denunciados por el tráfico de opio y la prostitución. El turismo es escaso, pero creciente, ya que en los últimos años las autoridades eliminaron algunas pautas, como el cambio compulsivo de dinero en el aeropuerto por bonos gubernamentales aceptados sólo en comercios fiscalizados por el gobierno. Pero viajar a Myanmar genera un gran debate internacional, ante la disyuntiva de aportar o no dinero que puede terminar en manos de la Junta. Durante casi dos décadas, los militares han aplastado todo signo de disidencia. Sin embargo, una tibia insurrección ha comenzado a percibirse a partir de mediados de agosto. No está motivada por el pedido de respeto a los derechos humanos sino por el aumento sideral del combustible y otros bienes de consumo. En un país mayoritariamente budista, han sido los monjes los que han alzado la voz de protesta.
Hace una semana, numerosos religiosos tomaron como rehenes a funcionarios del gobierno y apedrearon tiendas y viviendas de seguidores de la junta militar. La violenta represión y detención de algunos de ellos los impulsó a lanzar un boicot estas semana, negándose a aceptar donaciones de personas relacionadas con el gobierno. Además, miles de monjes organizaron protestas pacíficas día tras día en las principales ciudades del país.
Los monjes budistas estuvieron históricamente comprometidos con las luchas civiles. Fueron los primeros en sublevarse contra el colonialismo británico y también se unieron a las masivas manifestaciones de 1988. Además se sumaron al repudio a la Junta en 1990, luego de que el gobierno militar no reconociera la victoria en las urnas del opositor partido Liga Nacional para la Democracia, de la ganadora del Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que lleva casi 12 años detenida.
Desde Washington, Zin Linn, ministro de Información del Gobierno de Coalición Nacional de la Unión de Birmania en el exilio, dijo que “el boicot es significativo porque otras uniones sindicales, estudiantiles y activistas que actúan en la clandestinidad se están comunicando entre sí para sumarse a la protesta. Espero que las manifestaciones sean cada vez más grandes, que la gente se sume a los monjes y que se produzca un clima de desorden”.
El régimen, en un intento por frenar las protestas, ha publicado fotos en los medios oficiales de soldados de rodillas realizando donaciones ante monjes ancianos. Los militares también acusan a la prensa internacional y a pequeños grupos pro democráticos internos de pervertir a los monjes más jóvenes. El periódico gubernamental La Nueva Luz de Myanmar expresó en un artículo que “elementos destructivos internos y externos están incitando un período de tensiones civiles como el de 1988. Las emisoras extranjeras están difundiendo propaganda política y exagerando las informaciones sobre las manifestaciones para intentar engañar a la población”.
Una mujer que esperaba el colectivo para ir a su trabajo aceptó hablar bajo la condición de no ser identificada. Nos dijo que mucha gente como ella se sumaría a las manifestaciones, pero que el miedo a una represalia o a perder el trabajo se lo impide. También que las personas no hablan porque se sienten vigiladas, con la sensación de que todos pueden ser agentes del gobierno, que los pueden denunciar y por eso optan por el silencio.
Para este cronista o para cualquiera que llegue desde el mundo exterior es prácticamente imposible romper esa barrera que todo lo esconde y donde nadie quiere hablar con nadie. Parece no bastar el propio cerrojo instaurado por los militares. Los birmanos se han impuesto una autorrepresión, que dilata al mismo tiempo la vida de la junta. Visto como una luz de esperanza por los grupos pro democráticos que actúan fuera del país, el incipiente levantamiento de los monjes budistas quizá logre quebrar ese terror que todo lo invade y oculta.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.