Domingo, 23 de septiembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
La charla que Joanne Mariner dio el otro día en la Argentina fue muy interesante, entre otras cosas porque la dio en la Argentina. Mariner es la directora del Programa de Terrorismo y Contraterrorismo del Human Rights Watch, la principal organización de derechos humanos de los Estados Unidos.
Ante un auditorio de unas 20 personas en la sede del CELS, contó los resultados de su investigación sobre el tratamiento que reciben los prisioneros de la CIA acusados de actos de terrorismo. La experta empezó diciendo que, a raíz de su visita para dictar un taller a organizaciones de derechos humanos, acababa de leer el último documento que emitió la dictadura argentina sobre la lucha contra los movimientos armados, el llamado “Documento Final de la Lucha contra la Subversión y el Terrorismo” de 1983. En ese documento los militares intentaron justificar el uso de “procedimientos inéditos”, un eufemisno para encubrir su plan de exterminio. “Lamentablemente, en Estados Unidos hoy se usa el mismo enfoque para combatir al terrorismo, sólo que el eufemismo que usa el gobierno para describir la tortura es ‘métodos de interrogación alternativos’.” El paralelo no termina ahí. Así como militares argentinos secuestraron, torturaron y desaparecieron personas, lo mismo hace la CIA, que secuestra sospechosos en cualquier parte del mundo, los tortura en cárceles propias o extrañas, y en algunos casos los hace desaparecer, apuntó Mariner.
Pero claro, no es lo mismo el gobierno de Bush que el de Videla. Mariner marcó dos diferencias, una a favor de cada uno. En primer lugar, según la información que pudo recabar Mariner, los desaparecidos de Bush no fueron asesinados sino trasladados clandestinamente a cárceles secretas en remotos países de Medio Oriente. En segundo lugar, a diferencia de Bush, Videla no legalizó su conducta criminal. Hay otras diferencias, claro: los desaparecidos de Bush no llegan a cincuenta, son todos extranjeros, todos fueron levantados en el extranjero y, que se sepa, el grupo no incluye ningún bebé.
El programa de la CIA empezó en la misma semana del atentado a las Torres Gemelas. El 17 de septiembre Bush firmó una orden ejecutiva secreta dándole a la CIA un mandato amplio para detener y asesinar sospechosos en todo el mundo. “Pero no para asesinar detenidos”, aclaró Mariner a sus interlocutores argentinos. En todo caso hasta el día de hoy el contenido de esa orden no se conoce, a pesar de los pedidos de desclasificación de los grupos de derechos civiles.
“La importancia de esa orden es que demuestra que los casos de tortura no fueron culpa de manzanas podridas, o de militares trasnochados de bajo rango, sino que se trató de una política muy controlada, que fue llevada adelante desde el principio con el aval de Bush”, dijo la especialista.
Menos de una semana después de los atentados la CIA ya había secuestrado a su primer sospechoso. El 17 de septiembre del 2001, la CIA levantó al yemení Jamal Mari en Pakistán, se lo llevó a Jordania, y en abril del 2002 lo transfirió a la cárcel de Guantánamo. Poco después del secuestro, en una audiencia secreta del Congreso, el entonces jefe de CIA, George Tennat, explicó que las autoridades jordanas pueden usar “técnicas agresivas de interrogatorio prohibidas en Estados Unidos”.
Mariner sigue contando. Durante los seis primeros meses después del 9-11, la CIA tercerizó en Jordania y Egipto la custodia y tortura de sus prisioneros. Pero a partir del 2002 la agencia los empezó a alojar en cárceles propias cedidas por Tailandia, Rumania, Polonia, Afganistán –-donde hubo o hay al menos tres– y quizás Marruecos, además de Guantánamo. Lo novedoso de todo esto es que por primera vez en su historia, la CIA mantiene en su propia custodia a decenas de personas durante meses y por fuera del sistema judicial norteamericano. A partir del 2003 la CIA empezó a concentrar a sus prisioneros en la cárcel de Guantánamo, que por ser territorio alquilado no compromete la soberanía de ningún país anfitrión. En Guantánamo los prisioneros tienen derechos muy limitados que no alcanzan ni por asomo los de un prisionero de guerra, sino que se encuadran en la nueva categoría de “combatiente ilegal” inventada por los abogados de Bush. Pero no todos los prisioneros de la CIA terminan en Guantánamo.
Las torturas usadas en las cárceles de la CIA son las siguientes, enunció Mariner: mantener a un prisionero despierto y parado durante días, humillación sexual, nudismo, castigos corporales y la versión estadounidense del submarino, que es hacerle correr agua por la cabeza a un prisionero acostado y atado a un tablón, para ponerlo al borde del ahogo.
En el 2004, cuando el informe de la Comisión del 9-11 dio cuenta de que la CIA mantenía a once sospechosos en cárceles secretas de la CIA, la noticia pasó casi inadvertida. Pero meses después, cuando aparecieron las imágenes de los abusos en Abu Ghraib, la opinión pública norteamericana empezó a cambiar. La otra revelación que sacudió a la opinión pública fue la que hizo en el 2005 el Washington Post, sobre la utilización de cárceles secretas en Polonia y Rumania. En Estados Unidos no pasó nada, pero en Europa se armó un revuelo que derivó en una devastadora investigación del Parlamento Europeo, que a su vez derivó en acciones judiciales contra agentes de la CIA en países como Italia y España, por el secuestro de un sheik y el uso secreto de bases militares.
Otro golpe contra el sistema “alternativo” para combatir el terrorismo llegó en el 2006 con la sentencia de la Corte Suprema que les reconoció a los prisioneros de Guantánamo algunas protecciones de la Convención de Ginebra, incluyendo el artículo referido al derecho a no recibir trato abusivo.
Pero la administración Bush, sin duda con el genio de Karl Rove por detrás, usó el fallo de la Corte para lanzar una nueva estrategia, o al menos para blanquear lo que venía haciendo. En un discurso horas antes del quinto aniversario del 9-11, Bush admitió la existencia del programa de cárceles secretas de la CIA y anunció el reciente traslado de 14 prisioneros a Guantánamo desde las cárceles clandestinas. Dijo que eran los terroristas más peligrosos, y que entre ellos estaban los autores del atentado a las Torres Gemelas, y dio su apoyo las a “técnicas alternativas de interrogatorio”. Finalmente, prometió que los prisioneros de Guantánamo serán juzgados por el sistema de cortes especiales que él había creado, cosa que hasta ahora no ha ocurrido. Y no ha ocurrido porque esas mismas cortes se declararon incompetentes para decidir si los combatientes eran “legales” o “ilegales” y cuando el gobierno quiso apelar, el panel de apelaciones para las “cortes especiales” todavía no había sido creado. Semejante improvisación demuestra el mamarracho jurídico que se quiso inventar con la excusa de la “amenaza terrorista”, sólo para poder torturar tranquilos, cuando la justicia civil de Estados Unidos ya había juzgado, condenado y encarcelado a decenas de terroristas. Incluso, algunos de los condenados, como el sheik ciego del primer atentado a las Torres Gemelas, se salvaron raspando de la pena de muerte, sanción que por alguna razón extraña la justicia especial de Bush no prevé. Lo que está autorizado es el asesinato selectivo por orden del presidente, pero nunca de un prisionero. O sea, una especie de reedición contemporánea del concepto de “Buscado vivo o muerto” de los tiempos del oeste salvaje.
Y si tienen suerte, los mandan a Guantánamo. Al principio ni siquiera tenían derecho a recibir visitas de abogados, pero la Corte Suprema los obligó cambiar. Ahora tienen abogados pero no sirven de mucho. Los prisioneros no se pueden defender porque los secuestros, las cárceles secretas y los métodos de interrogatorio son, para el gobierno de Bush, “información clasificada”. Entonces los juicios no pueden avanzar, y el gobierno se arroga el derecho de detenerlos hasta el final de la “guerra contra el terrorismo”, que es lo mismo que decir el final de la guerra contra los piojos.
“Los prisioneros entran en laberinto kafkiano –dice Mariner–. No sabemos bien lo que pasa con ellos. Los abogados nos cuentan que en las audiencias denuncian torturas, pero esa información se elimina de las transcripciones por ser clasificada.”
Las últimas noticias no son muy alentadoras. La CIA acaba de anunciar la llegada de cinco nuevos prisioneros a Guantánamo por primera vez desde septiembre del 2006. No se sabe dónde fueron detenidos, pero algunos llevaban meses en custodia de la CIA.
Como estos cinco prisioneros que aparecieron de repente, decenas más permanecen en manos de la CIA, o lo estuvieron hasta partir con destino incierto. “Creemos que están vivos porque hemos encontrado algunos en cárceles de Turquía, de Egipto y de Libia. El mes pasado visité uno en una cárcel jordana, que me avisó de otro que estaría en una cárcel de Argelia”, dijo la representante de Human Rights Watch.
“En este momento no sabemos qué pasa con más de 40 personas que fueron detenidas por la CIA –dijo Mariner–. Francamente no sabemos dónde están.”
Son los desaparecidos de Bush.
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