Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
EL MUNDO › 7 PREGUNTAS Y 7 RESPUESTAS SOBRE LA VENEZUELA DE CHAVEZ
Pragmática, flexible, muy diferente de la de otras décadas, la izquierda después de la ola neoliberal de los noventa toma formas nuevas. En esta serie de notas, Página/12 plantea preguntas y busca respuestas para entender la nueva izquierda latinoamericana. En el comienzo, la Venezuela bolivariana.
Por José Natanson
¿Chávez es
antidemocrático?
Chávez llegó al gobierno de manera perfectamente democrática y ganó nueve elecciones consecutivas, más que cualquier otro presidente latinoamericano en el poder. En el 2006, tras obtener su reelección, elaboró un proyecto de reforma constitucional que incluía, entre otras medidas, la reelección indefinida, lo que hubiera convertido a Venezuela en el único país de América latina –a excepción de Cuba– sin ningún límite institucional para el ejercicio perpetuo del poder. Pero en diciembre del 2007 el proyecto fue derrotado en un plebiscito por un margen ajustadísimo.
Chávez admitió el resultado a regañadientes, pero lo hizo. Sus opositores, en cambio, demoraron seis años en reconocer sus derrotas: recién en las elecciones del 2006 los sectores democráticos de la oposición se impusieron sobre los más recalcitrantes –formados en su mayor parte por ex integrantes del viejo partido Acción Democrática– y aceptaron jugar el juego de la democracia. Antes, lo habían intentado todo: el golpe de Estado en abril del 2002; la ocupación de la Plaza Altamira por un grupo de militares rebeldes poco después; el paro petrolero del verano del 2003; el referéndum revocatorio del 2004, cuyo resultado fue desconocido por los líderes opositores a pesar del aval de la OEA y el Centro Carter, y el boicot abstencionista a las elecciones legislativas de noviembre de 2005.
¿Chávez es
antirrepublicano?
Además de la presidencia, Chávez controla la Asamblea Legislativa, las fuerzas armadas (está habilitado para ascender discrecionalmente a los jefes militares) y los gigantescos ingresos petroleros. En cuanto a la supervisión judicial, el Tribunal Superior de Justicia fue ampliado de 20 a 32 miembros y completado con diputados y militares oficialistas, mientras que el otro resorte judicial estratégico, el Fiscal General, único funcionario con autoridad para juzgar al presidente, fue ocupado en los comienzos de la gestión chavista, por... el vicepresidente. Como si fuera poco, Chávez consiguió facultades para legislar por decreto en dos oportunidades, la última de ellas en el 2007, a pesar de que el Legislativo ya estaba integrado exclusivamente por sus partidarios.
“Esto no es una dictadura, como dicen algunos, pero tampoco una democracia en sentido pleno. Chávez tiene un pie en el pedal de la democracia y otro en acelerador del autocratismo, y aprieta uno u otro según el momento”, me dijo Caracas Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual y uno de los pocos líderes opositores capaz de mantener la cabeza fría.
Una explicación histórica ayuda a entender mejor esta situación. Durante la segunda mitad del siglo XX, Venezuela fue uno de los pocos países latinoamericanos que logró mantenerse a salvo de las dictaduras militares que asolaron a la región. En el resto, la experiencia autoritaria hizo que, una vez recuperada, la democracia fuera valorada como un bien en sí mismo, y muchos intelectuales de izquierda que en los ’60 la criticaban por hueca y aburguesada descubrieron que en realidad constituye una garantía para los derechos humanos. Luis Maira, actual embajador de Chile en Argentina, lo resume en una frase: “Después de la segunda sesión de tortura, uno empieza a valorar al hábeas corpus”. A diferencia de países como Chile o la Argentina, la sociedad venezolana no registró este cambio en la mentalidad colectiva: la democracia formalmente impecable que gobernaba hasta el triunfo de Chávez era vista como la verdadera responsable de la decadencia nacional, por lo que nadie se molestó mucho cuando el ex capitán de paracaidistas se propuso cambiarla radicalmente. Es en este tipo de explicaciones donde se encuentran las raíces de la particular situación de Venezuela, más que en los análisis fáciles que atribuyen todo a la maldad intrínseca del caudillo o la perversidad oligárquica de la oposición.
¿Chávez tiene una buena
política económica?
Los primeros años fueron francamente malos, en un declive que llegó a su momento más dramático durante los 63 días del paro petrolero del verano del 2003. Pero luego de que Chávez lograra derrotar a la gerencia de Pdvsa las cosas comenzaron a mejorar. Venezuela registró tasas de crecimiento superiores al diez por ciento en los últimos cuatro años y es, según la Cepal, uno de los países latinoamericanos que más crece, en el marco de una política macroeconómica que aumentó el gasto público, pero en menor medida que los ingresos, y que no incrementó explosivamente la deuda externa.
Desde luego, esto es en buena medida resultado del aumento del precio del petróleo, que cuando Chávez asumió el gobierno se encontraba en 9 dólares el barril y que hoy araña los 100. El ingreso masivo de divisas, aunque permitió relanzar la economía, también está generando una sobrevaluación del tipo de cambio que les quita competitividad a las actividades no petroleras, impide que se diversifiquen las exportaciones y contribuye a la desindustrialización y la consolidación del modelo monoexportador. Y además alimenta la hoguera de la inflación: Venezuela batió el año pasado el record de inflación de América latina, con casi 21 por ciento, situación que el gobierno intentó controlar mediante un sistema de precios máximos que generaron una crisis de desabastecimiento.
Pero lo central es que el gobierno de Chávez no ha logrado cambiar la esencia económica de Venezuela, el único país de América latina que importa dos tercios de los alimentos que consume, el único que concentra el 85 por ciento de sus exportaciones en un mismo producto y el único que, en los hechos, se vincula comercialmente con prácticamente un solo país: Estados Unidos. “La nuestra es una economía rentista petrolera: ésa es su esencia y su maldición. Se parece más a la economía de Nigeria o Arabia Saudita que a la de Argentina o Brasil”, me explicó en Caracas Margarita López Maya, la prestigiosa historiadora venezolana que fue invitada por Chávez a hablar en la Asamblea Legislativa y que, aunque cercana al gobierno, nunca ha dejado de criticar los aspectos más negativos de la gestión.
¿El gobierno de Chávez
es revolucionario?
Chávez tiene habla del socialismo del siglo XXI y gusta definir su proyecto como “revolución bolivariana”, pero en el pasado se ha fascinado por los regímenes nacional-populares latinoamericanos, tipo Velazco Alvarado o Perón, y por la Tercera Vía de Tony Blair. Atendiendo a sus ideas, que han ido cambiando a lo largo de los años, es difícil dar una respuesta, pero el argumento contrario –Chávez no es revolucionario porque le vende petróleo a Estados Unidos– tampoco resulta convincente: la dependencia petrolera estadounidense puede ser vista como una debilidad de Goliat tanto como una claudicación de David.
Una forma más interesante de acercarse a una respuesta es analizar la economía social, el aspecto supuestamente no capitalista –o poscapitalista– de la economía venezolana. En efecto, uno de los objetivos de Chávez es utilizar los enormes ingresos petroleros para crear un nuevo sector económico en base a nuevas formas de propiedad empresarial: núcleos de desarrollo endógeno, microproyectos agrícolas y, sobre todo, cooperativas, que últimamente se han multiplicado como hongos: según la Superintendencia de Cooperativas, hoy ya existen unas 100 mil.
El esfuerzo es loable, pero conviene ponerlo en perspectiva. La función social de las cooperativas es innegable, ya que son grandes creadoras de puestos de trabajo, pero una economía moderna no puede funcionar en base a ellas, pues tienden a ser poco competitivas y tecnológicamente atrasadas. En Venezuela, además, prácticamente todas dependen del Estado –es decir del petróleo–, lo cual ha generado todo tipo de distorsiones y corrupción: muchos empresarios disfrazan a sus empresas de cooperativas para beneficiarse de las exoneraciones impositivas y aprovechar los regímenes de contratación flexibilizados. El aspecto no-capitalista del modelo venezolano existe, pero más que un cambio revolucionario parece una política social encubierta.
¿Chávez está mejorando
la pobreza?
El núcleo de la política social del gobierno venezolano son las misiones, el término entre religioso y militar elegido por Chávez para definir un sistema moldeado a su imagen y semejanza: enorme, ambicioso y desordenado. El primer paso fue la Misión Barrio Adentro, de la que hoy participan unos 20 mil médicos cubanos, diseñada para resolver el drama de un sistema de salud incapaz de atender la creciente demanda de los sectores más pobres, que muchas veces no iban al médico simplemente porque no tenían el dinero suficiente para trasladarse hasta los hospitales, invariablemente ubicados en el centro de la ciudad. El problema se resolvió mediante el simple procedimiento de instalar los consultorios en las zonas más inhóspitas de las barriadas más castigadas de Venezuela. Luego siguieron las misiones educativas, también implementadas con asistencia cubana, que permitieron alfabetizar a un millón de personas, y la Misión Mercal, gigantescos mercados que venden alimentos a precios subsidiados y que hoy abastecen a un 40 por ciento de los venezolanos más pobres.
Las misiones supusieron una impresionante extensión de la cobertura si se las compara con los raquíticos programas sociales anteriores, pero también tienen sus problemas: un médico cubano en una sala de primeros auxilios ayuda a prevenir enfermedades y resolver cuestiones menores, pero si es necesario realizar una tomografía o practicar una operación, el paciente debe recurrir al viejo sistema de salud, que no ha cambiado mucho. Del mismo modo, las misiones no se articulan con el mercado laboral, no han creado un sector económico eficiente ni han contribuido a potenciar la economía. Y sus resultados no se miden ni controlan, lo que crea un espacio enorme para el clientelismo, la utilización política y la corrupción: sus recursos no salen del presupuesto general del Estado sino de un fondo especial financiado con ingresos petroleros, al que solo el gobierno tiene acceso.
Pese a todos estos déficits, constituyen una política social muy valorada por la población. Sus resultados, en general, fueron positivos, aunque naturalmente es difícil estimar si la reducción de la pobreza es consecuencia de las misiones o del derrame de la prosperidad petrolera. Como sea, tras arañar el 50 por ciento a fines de 2002, hoy la pobreza, según la Cepal, ha bajado al 30 por ciento.
¿Chávez quiere conquistar
el mundo?
Desde el comienzo mismo de su gobierno, Chávez ha desarrollado una activa política latinoamericana, que luego adquirió proyección mundial, cuyo eje es la diplomacia petrolera. El gobierno venezolano vende petróleo barato a una larga lista de países, en la que figuran casi todos los estados del Caribe y que encabeza, por supuesto, Cuba, que hoy recibe unos 90 mil barriles diarios, la misma cantidad que obtenía de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Además, Chávez ha comprado bonos de la deuda externa de Argentina y Ecuador e influye políticamente, aunque menos de lo que se piensa, en Bolivia y Nicaragua.
La interminable serie de iniciativas de Chávez mezcla ideas sensatas, como el Banco del Sur, otras más dudosas, como el Gasoducto del Sur, y otras que son pura imagen pública, como el ALBA. Y no todo se limita a mandar petróleo, porque también hay operaciones culturales como el canal de noticias Telesur y hasta propaganda internacional heterodoxa, como el subsidio de Pdvsa a la Escola Vila Isabel, que ganó el Carnaval de Río de 2006 con una comparsa que tomó como motivo la unidad latinoamericana y que estuvo encabezada por un muñeco gigante de Bolívar que llevaba en sus manos un enorme corazón, rojo y palpitante.
Pero lo más discutible de la política internacional de Chávez no es su irremediable hiperkinesia, ni siquiera los shows que suele montar en las cumbres internacionales, sino su objetivo fundamental, que parece menos lograr la integración regional que irritar a Washington. Esto es lo único que explica su relación con Irán o sus reuniones con el presidente de Belarús, definido por la Unión Europea como el último dictador del continente.
¿Chávez tiene
futuro?
El panorama político venezolano parece más tranquilo. Tras muchos años de enfrentamientos, la oposición asumió que la única forma de derrotar a Chávez es ganándole una elección, y el gobierno se vio obligado a aceptar por primera vez una derrota, lo cual abre expectativas sobre un juego más sosegado y confirma avances en el aspecto más elemental de la democracia: elecciones limpias y competitivas aceptadas por todos. Pero nada está dicho. Chávez anunció el plan de las tres erres –revisión, reformulación y reimpulso– para conseguir su reforma constitucional, e incluso le puso una nueva fecha: el 2010. El futuro, aunque por el momento luce más promisorio, podría incluir tanto un giro autoritario del gobierno como un retroceso antidemocrático de la oposición.
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