Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › LAS TRAVESTIS QUE DEJAN LA PROSTITUCION GRACIAS A UNA COOPERATIVA QUE CREARON PARA FABRICAR ROPA DE CAMA
Para la mayoría, será el primer trabajo formal y en blanco. El proyecto fue impulsado por un grupo de travestis que buscan salir de la calle. Y tienen como madrina a Hebe de Bonafini. Comenzarán fabricando sábanas y esperan poder también venderle guardapolvos al Estado. Las historias. Las ilusiones.
Por Emilio Ruchansky
“La gran pregunta que me hago es si Moyano nos aceptará en las 62 Organizaciones. El fue el que dijo ‘me pueden decir de todo menos puto’”, arenga Lohana Berkins. La presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual (Alitt) está por inaugurar la cooperativa textil Nadia Echazú e invitó a Página/12 para presentar el proyecto y a algunas de sus 29 integrantes. La madrina de este taller-escuela será Hebe de Bonafini, quien a su vez contactó al Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes) que donará el predio. Comenzarán fabricando sábanas, un producto rápido y vendible, como para cubrir las necesidades básicas. Para la mayoría es la primera y única opción para dejar la prostitución por un trabajo justo y digno.
“Nos dimos cuenta de que el Estado no nos iba a dar un empleo, teníamos que encarar el problema –explica Berkins–. Por eso vamos a desafiar la cultura del trabajo, para que las travestis y las transexuales no seamos para el imaginario social prostitutas o vedettes.” El proyecto empezó en abril del año pasado y fue mencionado al aire en el programa radial de Hebe de Bonafini. Ahí mismo comenzó a tejerse.
El espíritu cooperativo es un rasgo distintivo de la comunidad trans, coinciden las futuras tejedoras durante la reunión en la sede de Alitt. Cientos de veces se han organizado para sacar a alguna chica que está presa o conseguir una vivienda a una que recién llega a la ciudad. “Igual no vamos a abrir esta cooperativa para hacer amigas”, aclara Marlene Wayar, socia fundadora y directora de El Teje, la primera revista travesti de Latinoamérica (o del mundo, ¿quién sabe?). “Lo interesante es tener un objetivo en común, un horario, una rutina. Para nosotras va a ser la primera vez que administremos un sueldo, ya no te van a dar 100 pesos, como cuando hacés la calle, y te lo gastás como nada”, reflexiona Wayar. Hay más de 200 chicas interesadas en capacitarse.
“Estamos disputando este espacio de dignidad en el trabajo”, destaca Lohana, que ya sueña con que el emprendimiento derive en una multinacional. “Este es un salto hacia otros modelos de ciudadanía, es la posibilidad de construir, desarrollar y ejecutar nuestro emprendimiento. Aunque lo más importante es construir nuestra autoestima”, concluye. En una extensa charla con Página/12, las integrantes repasaron su curriculum vitae y contaron sus expectativas sobre este proyecto innovador.
Botoncitos
Las hermanas Sacayán estuvieron adentro desde el principio. “Ya veníamos trabajando con Alitt”, aclara Diana, la mayor, con su voz suave y cerrada. Tiene el pelo lacio con raya al medio y una sonrisa serena, aunque es la más combativa del grupo. Milita en el Movimiento Antidiscriminatario de Liberación: el MAL. A principios del año pasado, Diana se plantó en la Secretaría de Salud de la provincia de Buenos Aires y logró que el titular de esa cartera, Claudio Mate, firmara una resolución inédita para que tanto el personal administrativo como los médicos de los hospitales bonaerenses respetaran la identidad de género de sus pacientes. “Quiero aprovechar el tema de la capacitación para adquirir conocimiento, ya sea en la costura o en la venta o en administración o en la web. Mi idea es aprender un poco de cada cosa, y después ir buscando el lugar”, reflexiona Diana. Al igual que la mayoría de las chicas, nunca trabajó en blanco.
Su hermana, Johana, cuenta que lo más cerca que estuvo de un trabajo fue una pasantía rentada de seis meses que hizo en 2000 con la Cruz Roja. “Era auxiliar de enfermería en el sanatorio Quintana, en Recoleta. Limpiaba instrumentos quirúrgicos y ayudaba a los médicos”, detalla. El año pasado estuvo internada después de una golpiza de la policía. “Algo sé de costura –asegura—, cosí a mano para nosotras pero nunca a máquina, igual se puede aprender ¿o no?”. ¿Y Diana? “Un dobladillo, algo... sí”, contesta entre risas. “¿Un botón?”, chicanea el cronista. “Un botoncito”, responde. Diana y Johana coinciden en que se pelean “bastante”. “Somos como el yin y el yang”, define la menor.
Natalia Otamendi escucha y esquiva la mirada. No le gusta hablar mucho, “así que mejor preguntá”, dice la joven de 24 años.
–¿Te gusta la costura?
–Sí, estudié corte y confección en el patronato de la infancia.
–¿Pensás que es un proyecto sustentable?
–De oído, la idea es buena. Ojalá prospere y se integren más chicas.
–¿Qué te gustaría hacer?
–Ropa. Soy la línea joven de la cooperativa.
–Por ahora van empezar haciendo sábanas.
–Querer es poder –dicen—. Igual hay que ir despacio, no se puede cagar más alto que el culo.
Alta costura
“Este taller era mi sueño”, confiesa Norma Gilardi, secretaria de Alitt y costurera de profesión. Tiene 54 años pero no se asume como la más vieja, sino como “la más grande”. “Soy una institución”, agrega. Norma creció en San Isidro, su familia era de clase media y “muy laburadora”: su papá trabajaba como jefe de Rentas y operador de cine, su mamá era ama de casa. “A los ocho años empecé a tomar hormonas femeninas, unas pastillas anticonceptivas que me daba una amiga peluquera; a los 13 debuté en una murga en San Fernando y terminé haciendo un desnudo frente a la Catedral, un escándalo, vino la policía y me llevaron presa”, recuerda. Cinco años después llegó al teatro ABC después de pasar un casting de 40 chicas travestis. Bailó y cantó haciendo fonomímica en el escenario del Burlesque y el teatro Florida, fueron los mejores años, cuando pernoctaba en los hoteles más caros de Buenos Aires.
“Siempre me hice el vestuario, todo a mano”, destaca orgullosa: es la que más conoce del trabajo textil. “Hasta hace pocos años, vivía haciendo eventos y shows en cumpleaños. Recién el 17 de marzo 2007, cuando festejamos la personería jurídica de Alitt, volví a pisar un escenario después de 29 años”, cuenta. Su nombre artístico es Dominique Sanders y está inspirado en la novela Una cierta señora, de Guy des Cars. “La protagonista es una transexual francesa que se llama Dominique y se casa con un millonario argentino. Me lo regaló un amigo con el que me carteaba cuando caía presa por ‘vestirme de otro sexo’. En esa época, a principios de los ’70 te mandaban 30 días a Devoto.”
Norma pasó la dictadura en la cárcel y la democracia en la comisaría, está a punto de cumplir su sueño y ya adelanta que su próximo objetivo es fundar un hogar para las travestis y transexuales más grandes, “que todavía están paradas en la esquina y no tienen donde vivir”.
Las pupilas de Cyntia
Brisa Escobar, Natalia Riva y Brenda Díaz viven en la pensión de Cyntia Arroyo, una referente del barrio de Constitución que alberga a 26 travestis y transexuales. “¡Soltate, Brisa!”, chicanea Lohana. “Tengo experiencia, aprendí a coser gracias a mi mamá”, arranca en voz baja mientras se enrula el pelo con un dedo. Dice que solía usar una vieja máquina a pedal para hacerles ropa a sus sobrinos. “Si se da esto, voy a dejar la calle”, se promete. A su lado, Brenda cuenta que hasta hace poco trabajaba en la casa de un familiar, limpiando y cuidando a los chicos. Tiene sólo 21 años y mira con desconfianza: “Mi mamá me dijo que hasta que no me vea levantándome temprano para ir a trabajar, no me va a creer nada”. Natalia Riva bamboleaba su cuerpo escultural y sus cabellos rubios en los boliches. “Me considero aventurera, pero esto de vender o alquilar tu cuerpo te duerme las ganas”, confiesa. La cooperativa es, para ella, “una apertura de camino y un desafío”. Cintya la escucha con una enorme sonrisa, “no va a ser difícil”, anima, “conozco otros proyectos parecidos en Salta y Jujuy, allá las chicas montaron restoranes y les va muy bien”. Por su hotel circulan cientos de chicas, algunas vienen sólo para hacer una temporada en la parada de Palermo o en Constitución. “A mí me gusta dar órdenes”, dice sin inmutarse. “Y a mí me gusta desobedecerlas”, le contesta Diana Sacayán, que pregunta si va a haber delegadas.
“No me hagan un piquete”, pide Lohana tomando el rol de “la patronal”. Enseguida empieza la discusión sobre cómo organizar la representación gremial en la cooperativa. “No hay delegadas”, corta en seco Marlene Wayar y antes de que se le vengan al humo explica que se trata de una organización horizontal donde las decisiones se toman en asambleas “donde votan todas”.
“Ah, bueno, si es así, está todo bien”, concede Diana. “Antes estas discusiones se resolvían a los botellazos”, recuerda Lohana, que ya no está preocupada por los gordos de la CGT porque seguramente se van a afiliar a la CTA. “Ahora podemos arreglarnos a los tijeretazos”, bromea.
“Una cosa es la calle y otra cosa es el trabajo, seguramente no nos vamos a pelear tanto en la fábrica”, promete Natalia Riva, como para apaciguar los tantos. “Desde que me asumí como travesti, a los trece años, asumí el conflicto”, comenta Lohana, convencida de que la clave de la cooperativa es explorar las potencialidades de cada una de las chicas. “La exclusión genera mucha desconfianza en nosotras mismas –admite– pero ahora las cosas están cambiando, estamos apropiándonos de las palabras, estamos gestionando la ciudadanía travesti y transexual.”
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