Sábado, 10 de octubre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
En una insólita decisión el Comité Nobel de Noruega puso fin a siete meses de búsqueda entre los 205 nominados para el Premio Nobel de la Paz y se lo confirió a Barack Obama. La decisión del Comité noruego provocó reacciones muy diversas en el sistema internacional: desde el estupor hasta una gigantesca risotada.
Las declaraciones del presidente de ese órgano, Thorbjorn Jagland, no tienen desperdicio: “Es importante para el Comité reconocer a las personas que están luchando y son idealistas, pero no podemos hacer eso todos los años. De vez en cuando debemos internarnos en el reino de la realpolitik. Al fin de cuentas es siempre una mezcla de idealismo y realpolitik lo que puede cambiar al mundo”.
El problema con Obama es que su idealismo se queda en el plano de la retórica, mientras que en el mundo de la realpolitik sus iniciativas no podrían ser más antagónicas con la búsqueda de la paz en este mundo.
Obama aumentó el presupuesto para la guerra en Afganistán al paso que contempla incrementar el número de tropas desplegadas en ese país; sus tropas siguen ocupando Irak; no da señales de revisar la decisión de George Bush Jr. de activar la Cuarta Flota; avanza en un tratado todavía secreto con Alvaro Uribe para desplegar siete bases militares norteamericanas en Colombia, y se habla de cinco más que estarían a punto de confirmarse, con lo cual está preparando (o se convierte en cómplice) de una nueva escalada guerrerista en contra de América latina; mantiene a su embajador en Tegucigalpa, cuando prácticamente todos se marcharon, y de ese modo respalda a los golpistas hondureños; mantiene el bloqueo en contra de Cuba y ni se inmuta ante la injusta cárcel de los cinco luchadores antiterroristas encarcelados en Estados Unidos.
Claro, el Comité noruego sufre periódicamente algunos desvaríos –no se sabe si ocasionados por su ignorancia de los asuntos mundiales, presiones oportunísticas o las delicias del acquavit noruego–, lo que se traduce en decisiones tan absurdas como la actual.
Pero, si en su momento le concedieron el Premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger, correctamente definido por Gore Vidal como el mayor criminal de guerra que anda suelto por el mundo, ¿cómo se lo iban a negar a Obama, sobre todo después del desaire que sufriera a manos de Lula en Copenhague? La realpolitik exigía reparar inmediatamente ese error.
Porque, al fin y al cabo, como lo declaró el propio presidente de Estados Unidos al enterarse de su premio, éste representa la “reafirmación del liderazgo norteamericano en nombre de las aspiraciones de los pueblos de todas las naciones”. Y, en un súbito ataque de “realismo”, los compañeros del Comité pusieron su granito de arena para fortalecer la declinante hegemonía estadounidense en el sistema internacional.
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