EL MUNDO › OPINION
Qué está en juego en el caso
Por Mark Lawson *
Una foto puede valer más que mil palabras, pero la debilidad de la fotografía es que el significado de una imagen varía dependiendo de su contexto. La instantánea hoy famosa de los ojos de George Bush saliéndose de sus órbitas mientras un asistente le susurra al oído los datos de los hechos del 11 de setiembre siempre parecieron representar una estupefacción total. Ahora es posible leer esa expresión como confirmación horrorizada. El futuro político de Bush puede depender de si este epígrafe reescrito se transforma en letras de molde.
Admitamos que muchos de los que ahora están criticando a Bush por no haber actuado lo hubieran condenado como un fascista si hubiera empezado a arrestar árabes solamente en base a sospechas en agosto del año pasado, lo que probablemente era la única forma en que la conspiración de Al Qaida hubiera podido ser penetrada y prevista. En su momento, las catástrofes del 11 de setiembre fueron a menudo comparadas con un film sensacional de Hollywood. Los paralelos fueron trazados con terroristas y explosiones enormes, pero esta semana se volvió claro que, de un modo que no se había imaginado previamente, ese día trajo a escena otra característica de las películas norteamericanas. ¿Cuántos films estadounidenses hemos visto en que un oficial responsable se ha dado cuenta de lo que está pasando pero es ignorado por sus superiores? Ahora sabemos que el agente del FBI en Arizona que advirtió que Bin Laden estaba enviando terroristas a las escuelas de vuelo estadounidenses es un ejemplo viviente de tanta preciencia frustrada. ¿Cómo se las arregla ese agente para vivir sabiendo que es al mismo tiempo el más brillante y el más inútil de la historia del FBI?
Sobre la base de lo que ha salido a la luz hasta ahora, Bush debería culpar al FBI por las faltas de concentración más graves. Pero en la política de Washington es una regla que las filtraciones embarazosas suelen ser el preludio a un diluvio. La ventaja de Bush es que -contrariamente a su padre, a Ronald Reagan y a Bill Clinton– no estará bajo investigación por acusaciones de actuación ilegal en audiencias en el Senado. Las acusaciones podrían ser meramente de apatía o complacencia. Y la mayoría de los votantes maduros aceptarían que un presidente no puede responder a cada amenaza que anda flotando manteniendo a su fuerza aérea permanentemente en vuelo y a sus ciudadanos en un terror convulsionante.
Lo que es potencialmente más dañino para el presidente no es su decisión sino el lugar en que la tomó. Los informes de inteligencia que pasó por alto ocurrieron durante unas vacaciones polémicamente extensas que se tomó el verano pasado en su rancho en Texas. Golpeados por las acusaciones de una presidencia part-time, los asesores de Bush dijeron en ese momento a la prensa que estaba recibiendo informes de alto nivel todos los días. Cualquier percepción de que su cabeza estaba en ese momento con su ganado podría resultar electoralmente ruinosa.
Todos los políticos conocen –y a menudo citan– la respuesta del ex primer ministro británico Harold Macmillan cuando se le preguntó a qué le temía más: “A las novedades, querido, a las novedades”. Macmillan aludía con eso a los problemas que caían inopinadamente del cielo. Dubya, si se encuentra en su rancho escribiendo sus memorias antes de lo que espera, puede contestar a la misma pregunta: “Novedades predecibles, viejo, novedades predecibles”.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.