Sábado, 15 de julio de 2006 | Hoy
EL MUNDO › LOS ARGENTINOS DE NAHARIYA LLORAN LA MUERTE DE MONICA SAIDMAN
En tiempos normales las calles de Nahariya se llenan de gente. Se trata de una ciudad hermosa, a orillas del Mediterráneo. Es abierta, con amplios espacios verdes, y está llena de plazas para los chicos. La bicicleta es uno de los medios de transporte preferidos por la población –a pesar de que muchos tienen auto–, porque la ciudad tiene un terreno bastante plano que permite manejarse con comodidad. Hasta allí llegó una colonia de argentinos en busca de un futuro mejor, con más oportunidades de progreso y menos crimen en las calles que en el país que dejaron atrás. Nahariya ofrece muchas ventajas, pero su ubicación no es una de ellas. La ciudad se encuentra en el norte israelí, a pocos kilómetros de la frontera con Líbano, donde hoy se libran batallas mortales entre las fuerzas israelíes y las milicias del grupo fundamentalista Hezbolá.
Por eso además de paseos la ciudad tiene refugios, ya sea en cada casa o comunales, que son cuartos de seguridad donde hay comida, sanitarios, y elementos recreativos para pasar el tiempo que las autoridades estimen necesario hasta que cese el peligro. En estos días las calles de la bella Nahariya están desiertas. Sus transeúntes habituales, encerrados en sus sótanos mientras zumban cohetes Katiusha sobre sus cabezas, lloran la pérdida de tres vecinos, incluyendo a la argentina Mónica Lerer de Saidman, víctimas de una guerra que no parece tener fin. Otros se marcharon. “Mucha gente salió de la ciudad y se fue a casas de amigos o familiares en otras partes del país”, dijo Alicia Hecht, presidenta de la Organización Latinoamericana en Israel (OLEI) en Nahariya, que llegó hace seis años.
Nahariya fue fundada hace alrededor de 70 años por un grupo de colonizadores judíos de origen alemán, a los que se fueron sumando más tarde otras oleadas de inmigrantes. En la actualidad cuenta con alrededor de 55.000 habitantes y sigue creciendo. Evidencia de esto es el trabajo incesante de la construcción. Nahariya tiene una parte nueva, edificada en su mayor parte en alto, con torres modernas, y también una parte vieja, de casas bajas. Uno de sus atractivos es que tiene a sólo cinco kilómetros el Hospital Central de Galilea Oriental, que cuenta con la última tecnología. La costanera es una de las partes más lindas y uno de los lugares de esparcimiento más importantes. Allí hay una gran cantidad de restaurantes y la gente sale a pasear o a correr.
La gran mayoría de los más de mil argentinos que hoy viven allí llegó entre 2002 y 2003. Entre esa camada se encontraba Mónica Saidman. Podría decirse que fue Nahariya quien buscó a Mónica Saidman y no al revés. Había que poblar la frontera con Líbano y autoridades del municipio viajaron a la Argentina con un proyecto de reclutamiento. Así fue como cientos de inmigrantes, agobiados por la crisis económica y la inseguridad, decidieron probar suerte en suelo israelí. En el 2003 llegó a Buenos Aires el intendente de Nahariya con la ilusión de tentar a 40 familias argentinas. Se volvió con 160. Entre ellos se encontraba Marcos Lion. “Israel es un lugar donde todo es posible”, indicó en diálogo con este diario. Lo convenció un video de la ciudad que le mostró un reclutador, partió hace tres años y destaca que en su nueva ciudad se puede caminar tranquilo por la calle (cuando no llueven cohetes) y tener acceso a la última tecnología.
Los argentinos tienen dónde encontrarse en Nahariya. La gente mayor tiene más tiempo y se reúne en organizaciones como la OLEI, que hace festivales musicales y ofrece cursos de idiomas y de danzas. Incluso hacen choriceadas, algo bien argentino. Otra de las organizaciones importantes, y que está presidida por un argentino, es la comunidad religiosa reformista. Allí se dictan cursos sobre actualidad israelí, de hebreo, teatro y yoga.
Según Hecht, en tiempos de guerra la gente obedece las indicaciones, ya que todos están entrenados. Incluso Mónica Saidman, cuyos hijos crecieron en Villa Devoto, que murió el jueves a los 47 años cuando un cohete Katiusha cayó en la terraza de su casa, “había pasado la noche en elrefugio y había ido a su casa a bañarse por la mañana, como hacen casi todos”, contó Hecht en diálogo telefónico con Página/12. “Al enterarme de su fallecimiento sentí mucha rabia, mucha impotencia. Hoy hablé con Darío Saidman, el marido de Mónica. Está destrozado.”
Informe: Virginia Scardamaglia.
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